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Cumbres EE.UU.-Rusia: alta tensión y resultados desiguales

Los líderes de Francia, Estados Unidos, la Unión Sovietica y Gran Bretaña en Ginebra en 1955
En julio de 1955, cuando el primer ministro soviético Nikolái Bulganin (acompañado por el jefe del Partido Comunista, Nikita Jruschov, que no aparece en la foto), el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower, el primer ministro francés Edgar Faure y el primer ministro británico Anthony Eden se reunieron en Ginebra, el asunto principal de la agenda fue la seguridad europea. Keystone / Str

La próxima cumbre en Ginebra entre Joe Biden y Vladimir Putin –al igual que los dos encuentros anteriores entre los líderes estadounidenses y soviéticos en 1955 y 1985– puede servir para mantener abierta una disyuntiva importante: la diplomacia.

La cumbre del próximo miércoles es –en palabras de la Casa Blanca– un intento de restaurar la “previsibilidad y la estabilidad” en las relaciones entre las administraciones rusa y estadounidense, con tensiones en un nivel no visto desde la Guerra Fría, tal y como afirman algunos expertos. La injerencia rusa en las elecciones estadounidenses de 2016, los ciberataques –como el jaqueo el año pasado de la empresa SolarWinds en Estados Unidos– y el encarcelamiento por parte de las autoridades rusas de miembros de la oposición han profundizado las divisiones entre ambas partes.    

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Pero probablemente la cuestión más apremiante entre las que aborden sea la seguridad europea. La anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014 agrió las relaciones con Occidente. Estados Unidos y sus aliados europeos han visto el despliegue militar ruso a lo largo de la frontera ucraniana hace tres meses como una provocación y una prueba de la agresión rusa en la región.  

Ambas partes ya han pasado por esta situación anteriormente. Cuando tras la guerra, Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña y Francia se reunieron en su primera conferencia de “los cuatro grandes” –celebrada en Ginebra en julio de 1955– la seguridad europea también ocupó un lugar destacado en la agenda. A pesar de la campaña de amenazas del régimen soviético, Alemania Occidental acababa de ingresar en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) –la alianza militar creada pocos años antes para, entre otras cuestiones, repeler el expansionismo soviético.

El problema de la OTAN   

“Había mucha tensión en toda Europa debido a [la pertenencia de Alemania Occidental a la OTAN]”, dice Jussi Hanhimaki, profesor de Historia y Política Internacional en el Instituto Universitario de Estudios Internacionales y de Desarrollo de Ginebra. La respuesta soviética a la OTAN había llegado en 1955 en forma de tratado de asistencia mutua oriental: el Pacto de Varsovia.

Pero mientras con la caída de la Unión Soviética el Pacto [de Varsovia] murió, desde el final de la Guerra Fría la OTAN ha acogido a los anteriores países comunistas de Europa Central y Oriental, excluyendo explícitamente a Rusia.  

“La ampliación de la OTAN significa que Rusia está rodeada”, cuenta Hanhimaki, y esto explica algunos de los movimientos de la política exterior del Kremlin, como su anexión de Crimea y su “acoso” a los países vecinos.

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En estos días, hablar de la adhesión de Ucrania y Georgia a la alianza transatlántica es un punto delicado en las relaciones entre Occidente y Rusia.

“Son las joyas de la corona del antiguo imperio, la línea roja que cruzaría Occidente a ojos de Rusia [si entran en la OTAN]”, dice Henrik Larsen, investigador principal del Centro de Estudios de Seguridad de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (ETHZ).

Puertas abiertas y “cielos abiertos”

En 1955 existía la esperanza de poder superar los desacuerdos entre Oriente y Occidente. De repente, con la muerte de Stalin en 1953, la diplomacia parecía posible para atenuar las tensiones de la Guerra Fría. 

La cumbre de Ginebra no resolvió la cuestión aunque los soviéticos aceptaron un texto sobre la reunificación alemana que hacía referencia incluso a elecciones libres. La inclusión de la Alemania Occidental en la OTAN siguió siendo un escollo. Acontecimientos posteriores, como la crisis de Suez [guerra del Sinaí] y la intervención soviética en la sublevación húngara, apenas un año más tarde, desvanecieron aún más cualquier esperanza de “coexistencia pacífica”, un término que, según Hanhimaki, los soviéticos acababan de empezar a utilizar.  

Para este experto en la Guerra Fría, el resultado de la cumbre, en cambio, fue abrir la puerta a reuniones regulares entre ambas partes. “No se abandonó la diplomacia, lo que era una preocupación en las primeras etapas de la Guerra Fría”, explica.

Nikita Jruschov con otros funcionarios soviéticos en Ginebra en 1955
Jruschov (a la izquierda) con otros funcionarios soviéticos en Ginebra en 1955, rechazó la propuesta de Eisenhower de un acuerdo de «cielos abiertos» que Estados Unidos recuperó a finales de la década de 1980. Keystone

La cumbre también es destacable por haber sentado las bases del concepto de “cielos abiertos”, que el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower puso sobre la mesa. Aunque su homólogo soviético, Nikita Jruschov, rechazó la idea de un acuerdo que permitiera la vigilancia aérea mutua de sus instalaciones militares, el presidente estadounidense George Bush la recuperó a finales de la década de 1980. El resultado es el Tratado de Cielos Abiertos de 1992, un pacto de confianza ratificado por EE. UU., Rusia y más de 30 países, y “un importante acuerdo de distensión que marcó el final de la Guerra Fría”, como señala Larsen.

Control de armas

En 1985, cuando nuevamente los líderes se reunieron en Ginebra, el foco de atención se había desplazado a la proliferación nuclear. En ese momento, los dos actores principales –por el tamaño de su arsenal– eran Estados Unidos y la Unión Soviética.     

“Por un lado, [la carrera armamentística] perpetuó entre ambos el conflicto de ese sentimiento de estar en el filo de la navaja [de la guerra], pero al mismo tiempo los obligó a comprometerse regularmente para limitar el potencial de la guerra nuclear”, cuenta Hanhimaki.  

De hecho, antes de que en noviembre de 1985 los ojos del mundo se volvieran hacia Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan, estadounidenses y soviéticos se había reunido en varias ocasiones. Gorbachov –recién nombrado jefe del Partido Comunista de la Unión Soviética– estaba “abierto a la diplomacia pública”, según Hanhimaki. Reagan, por su parte, aunque era un acérrimo anticomunista, estaba dispuesto a reunirse para evitar la guerra nuclear, que consideraba la mayor amenaza a la que se enfrentaba el mundo.

“Al igual que en 1955, no están de acuerdo en nada, salvo en seguir manteniendo contactos de alto nivel y en volver a verse”, explica el profesor. La cumbre de 1985 abrió la puerta a serias negociaciones entre las dos superpotencias para reducir su arsenal nuclear, justo media década antes de que la Guerra Fría terminara definitivamente.

“Al igual que en 1955, no están de acuerdo en nada, salvo en seguir manteniendo contactos de alto nivel y en volver a verse”, explica el profesor. La cumbre de 1985 abrió la puerta a serias negociaciones entre las dos superpotencias para reducir su arsenal nuclear, justo media década antes de que la Guerra Fría terminara definitivamente.

Si en 2021 el control de las armas sigue estando en la agenda es porque Rusia y EE. UU. continúan teniendo uno de los mayores arsenales del mundo, una cuestión que –en palabras de Hanhimaki– sigue obligándoles a sentarse. Es probable que en la cumbre Biden trabaje en lo que Larsen denomina “calentamiento local”: la estabilidad estratégica y la reducción de riesgos mediante la mejora de los acuerdos existentes para evitar que ambos países “tropiecen con la guerra”.

El Tratado de Cielos Abiertos es un acuerdo en el que no van a basarse. Ya que pocos días después de anunciar la cumbre de Ginebra de 2021, EE. UU. anunció que no volvería a entrar en el pacto –del que en 2020 se retiró la anterior Administración  Trump– debido a las violaciones rusas de los términos. Posteriormente, Rusia también ha dicho que abandonará el tratado.

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Las posibilidades de paz entre Biden y Putin

Este contenido fue publicado en La cumbre en Ginebra entre Biden y Putin puede conducir a una desescalada de las tensiones, según el experto del GSPC Marc Finaud.

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China como telón de fondo  

Dejando a un lado la seguridad, la cumbre igualmente será una cuestión visual, “reunirnos para que nos vean reunidos”, dice Hanhimaki.

Larsen coincide en esto. “Biden quiere mostrar distancia de [su predecesor, Donald] Trump, que mostró poco interés en el liderazgo internacional”, señala.

Antes de llegar a Ginebra, el presidente Biden se habrá reunido en Reino Unido y Bruselas con los países del G7 y los aliados de la OTAN, una señal directa a Putin de que Biden es “el líder del mundo libre”, en palabras de Larsen.  

En Ginebra también se abordarán los derechos humanos. Pero el objetivo no será cambiar la conducta del Kremlin –“Putin no va a liberar a [el opositor Alexéi] Navalny de la cárcel”, indica Larsen–, que va a mostrar al público interno y a los aliados de Estados Unidos que está abordando la cuestión.

En cuanto a Putin, Larsen dice que “un líder ruso nunca perdería la oportunidad de reunirse con el presidente de EE. UU. Es una cuestión de prestigio, para mostrar que están al mismo nivel”, aunque no sea el caso ni en términos económicos ni de liderazgo global. Hanhimaki coincide en que tener la oportunidad de fomentar las tensiones entre ambos países favorece a Putin a nivel interno.

El mayor rival de Estados Unidos en la actualidad es China. Y el propio Biden ha dicho que la cumbre mostrará a la potencia asiática que Estados Unidos ha vuelto a la escena internacional.

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Los analistas creen que uno de los principales objetivos de Biden en su viaje a Europa será movilizar las democracias occidentales en su competencia con China. Pero aunque China ha mencionado sus buenas relaciones con Rusia, Larsen dice que ambos no son aliados y que Rusia no tendría ningún interés en acercarse a China o a Occidente.

“Hay áreas en las que [Rusia y China] no se alinean. No hay una confianza natural entre ellos”, dice el investigador.

En cambio, Larsen especula que Biden querrá definir un “acuerdo de convivencia” entre Rusia y Occidente. “Quizá Biden pueda convencer a Putin de que reduzca los ciberataques y la injerencia en las elecciones de Estados Unidos y otros países democráticos”, a cambio de una promesa, por ejemplo, de disminuir las sanciones existentes contra Rusia. Pero Putin, según Hanhimaki, se resistirá a ceder demasiado por miedo a socavar su poder en casa.

Tanto Larsen como Hanhimaki consideran, sin embargo, que es probable que en un futuro próximo siga sin resolverse el principal motivo de discordia de las conversaciones de Ginebra: el ruido de sables en la frontera con Ucrania.

Al igual que en 1955 y 1985, la cumbre puede servir, como mucho, para mantener abiertos los canales de comunicación.

“Mantendrán un discurso civilizado en la medida de lo posible, que, tal vez con el tiempo, podría tener un impacto al menos en hacer que la relación parezca más civilizada”, dice Hanhimaki.  

Traducción del inglés: Lupe Calvo

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