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El peligro de la neutralidad suiza

Simon D. Trüb

La neutralidad suiza debe ser cuestionada desde una perspectiva moral, según el experto en filosofía y literatura Simon D. Trüb. La neutralidad, sostiene, puede sugerir una superioridad moral, mientras que Suiza suele actuar principalmente en interés propio.

Simon Trüb es un investigador independiente en los campos de la filosofía continental y literatura inglesa. Se doctoró por la  Universidad de Edimburgo (Escocia) y ha sido docente en esta universidad, así como en la Universidad de Friburgo de Brisgovia (Alemania).

Adoptar una posición políticamente neutral es cada vez más difícil en un mundo cada vez más polarizado. El siguiente artículo ‘A fondo’ de SWI swissinfo.ch muestra cuáles son los desafíos prácticos a los que la neutralidad suiza tiene que hacer frente.

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Pero la neutralidad suiza también debe ser cuestionada desde un punto de vista moral. ¿Y es digna de ese nombre?

Para centrarnos en los ejemplos mencionados en el citado artículo de swissinfo.ch: ¿Es realmente neutralidad cuando Suiza duda si decretar sanciones contra Rusia o se niega a sumarse a una declaración que exige una investigación exhaustiva sobre el asesinato de Khashoggi? ¿No sería más honesto hablar de no injerencia o desvinculación estratégica de Suiza?

La neutralidad puede sugerir una superioridad moral, mientras que Suiza actúa principalmente en su propio interés.

Es verdad que Suiza participa activamente en la promoción de la paz internacional y su reputación como Estado neutral facilita enormemente estos esfuerzos. Sin embargo, desde un punto de vista histórico, la neutralidad de Suiza está vinculada, en primer lugar, a su estrategia de defensa y a sus intereses económicos.

Si inicialmente la neutralidad política era un medio para alcanzar un fin, con el tiempo se ha convertido en un mito suizo al que están apegados amplios sectores de la población.

El claro rechazo de la población en 1986 a la adhesión de Suiza a la ONU así lo ilustró, y el reciente sondeo citado por swissinfo.ch, según el cual el 95% de las personas encuestadas estaban a favor de preservar la neutralidad, apunta a que probablemente esto no ha cambiado mucho.

En casos como las sanciones contra Rusia o el asesinato de Khashoggi, el principio de neutralidad política corre el riesgo de convertirse en una coartada de oportunismo, o incluso en una forma de complicidad afín a lo que la filósofa germano-estadounidense Hannah Arendt denominaba “la banalidad del mal”.

Arendt desarrolló la idea de la “banalidad del mal” cuando asistió al juicio de Adolf Eichmann, líder nazi alemán, en Jerusalén en 1961. Eichmann fue responsable de organizar la deportación de millones de judíos a campos de concentración, donde fueron asesinados.

Sin embargo, Arendt se quedó sorprendida al descubrir que Eichmann no era un malvado estereotipo. No le parecía un monstruo sádico, sino un monstruo de una normalidad inquietante.

A diferencia de otros, no le movía un odio fanático a los judíos, sino que aplicaba los decretos principalmente en beneficio de su propia carrera. Así, Arend llegó a la conclusión de que Eichmann era un malvado en un sentido “banal” más que “radical”.

“¿En qué medida esta reticencia a juzgar en el sentido de la ‘banalidad del mal’ se asemeja al comportamiento de Suiza cuando se remite a la neutralidad?”

En el libro Eichmann en Jerusalén, Arendt sostiene:

“Eichmann no era ni un Iago ni un Macbeth,  y nada habría estado más lejos de su mente que decidir con Ricardo III  ‘convertirse en un villano’. Aparte de un ansia bastante inusual por hacer todo cuanto pudiera favorecer su ascenso personal, no tenía absolutamente ninguna otra motivación; y ese ansia tampoco era un caso criminal en sí mismo.

Arendt atribuye a Eichmann una falta de reflexión que ella asocia con una incapacidad de juzgar. Varios expertos critican la valoración que hace Arendt de Eichmann, e independientemente de este caso específico, es útil hablar de banalidad del mal no solo en el caso de una incapacidad, sino también de una reticencia a juzgar.

La idea de la banalidad del mal ha adquirido una gran influencia, porque muestra claramente que es posible cometer actos malvados sin tener malas intenciones. La banalidad del mal es capaz de explicar cómo pudo ocurrir el Holocausto sin una población de monstruos malvados. Era suficiente tener unos dirigentes corruptos y masas de gente que se ocupaban por sus “propios asuntos”.

Ahora se plantea una pregunta importante para la que no hay una respuesta simple ni definitiva, sino que debe plantearse caso por caso: ¿En qué medida esta reticencia a juzgar en el sentido de la “banalidad del mal” se asemeja al comportamiento de Suiza cuando se remite a la neutralidad?

“En una época en la que (…) gobiernos como los de Myanmar o China cometen genocidios (…) Suiza debe desconfiar de esa transición fluida entre la neutralidad y la banalidad del mal”

Suiza no es el Eichmann de Europa, pero con el principio de neutralidad política camina por una cuerda floja moral cada vez más laxa. Además, la adhesión exagerada a un ideal de neutralidad encubre fácilmente el hecho de que la neutralidad política no es una posición absoluta.

En primer lugar, la neutralidad es relativa e intrínsecamente conservadora. Prácticamente nunca se considera neutral pasar a la acción y propiciar cambios.

En segundo lugar, la neutralidad no es una cuestión de todo o nada. Tiene que ser posible adoptar una posición neutral en algunos asuntos, pero no en otros.

Desde un punto de vista moral hay una diferencia entre remitirse a la neutralidad en un litigio comercial y en una anexión descarada o incluso el asesinato de un periodista en un consultado.

En un mundo cada vez más polarizado, no solo es cada vez más difícil definir una posición política neutral, sino también es cada vez más cuestionable ampararse en ella.

En una época en la que políticos con idearios nacionalistas de extrema derecha se convierten en presidentes (véase los ejemplos de India, Brasil o hasta hace poco Estados Unidos), en la que gobiernos como los de Myanmar [antigua Birmania] o China cometen genocidios y en la que las estructuras y los valores democráticos se ven cada vez más socavados, incluso en países de Europa, Suiza debe desconfiar de esa transición fluida entre la neutralidad y la banalidad del mal.

Posdata

Mientras escribía este artículo, las críticas internacionales contra un acuerdo de deportación entre Suiza y China que está a punto de expirar ilustraban de manera impresionante con qué facilidad alarmante la neutralidad de Suiza puede o podría convertirse en una forma de complicidad.

Un informe del grupo de derechos humanos Safeguard Defenders, publicado el 9 de diciembre, muestra de forma inequívoca que este acuerdo entre Suiza y China plantea numerosas y serias preguntas, muchas de las cuales aún no han sido respondidas.

Las opiniones vertidas en este artículo son propias del autor y no reflejan necesariamente las de swissinfo.ch.

Traducción del alemán: Belén Couceiro

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