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El sueño truncado de la Revolución Sandinista

El batallón de mujeres 'Verónica Lacayo' regresa de la zona de conflicto en las montañas. Dep. León, 1985 Olivia Heussler

A 30 años de la Revolución Sandinista aquel sueño de un mundo más justo y solidario, que atrajo a Nicaragua a más de 800 brigadistas suizos, parece haberse quebrado.

Pero a pesar de las dificultades políticas y económicas, este pequeño país centroamericano conserva las huellas de una utopía.

Era el 19 de julio de 1979 cuando los revolucionarios sandinistas entraban victoriosos a Managua tras derrocar a la dinastía Somoza que –con apoyo de Estados Unidos- había impuesto en el país una dictadura sangrienta.

Al grito de «Libertad y socialismo», el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) lanzó un ambicioso programa para sacar a Nicaragua de la miseria y la opresión que proponía campañas de alfabetización y vacunación, reforma agraria e institución de los derechos sociales.

Esos ideales de la revolución suscitaron un gran movimiento de solidaridad en Europa. En 1986, no menos de 21 comités en Suiza emprendían diversos proyectos humanitarios y más de 800 personas apoyaban directamente a la población nicaragüense.

Sin embargo, en pleno clima de la Guerra Fría, la victoria sandinista provocó una reacción inmediata de los Estados Unidos. Además de imponer un embargo al país, los presidentes Reagan y Bush financiaron y dirigieron la guerrilla de la Contra para impedir la presencia de otra Cuba cerca de casa.

«Nicaragua se convirtió en un verdadero símbolo de la lucha antiimperialista porque representaba toda la problemática de las relaciones Norte-Sur, del intervencionismo estadounidense en América Latina», señala el historiador Thomas Kadelbach, autor de un libro sobre el voluntariado suizo en Nicaragua.

«La Revolución Sandinista era vista como una lucha de David contra Goliat, de lo justo contra lo injusto, la de un país extremadamente pobre atacado indirectamente por una superpotencia».

Entre entusiasmo y miedo

Cautivados por la euforia de un país en plena transformación -mientras en Europa era el momento de rebajas de temporada y valores liberales-, varios centenares de suizos partieron a Nicaragua como brigadistas. «A pesar de tal reputación, su compromiso era puramente civil –precisa Thomas Kadelbach-, y duraba normalmente de cuatro a seis semanas: es decir, el periodo de unas vacaciones».

«En su mayoría eran jóvenes pertenecientes a la clase media, sensibles a los valores post-materialistas y comprometidos en los ámbitos social, educativo y cultural», prosigue. La solidaridad tomaba así diversas formas: de grupos no especializados en proyectos de corto plazo hasta brigadas profesionales (agricultores, personal médico y sanitario, obreros…) cuya presencia en el país era más larga e incisiva.

«Fue una experiencia dura porque vivíamos en condiciones precarias, confrontados con la pobreza y con todo lo que conlleva la guerra civil», recuerda el sindicalista Philippe Sauvin refiriéndose a su permanencia de varios años en Nicaragua. «No obstante fue formidable, dimos y recibimos tantísimo de aquella gente».

La psicóloga Ursula Scharer, brigadista por más de diez años, evoca un recuerdo similar: «Lo más impresionante era el entusiasmo de la gente y la voluntad de trabajar en un proyecto común. Toda esa libertad de golpe era algo verdaderamente increíble de concebir».

Un sueño truncado

La euforia inicial suscitada por las reformas sandinistas tropezó pronto con la realidad de un país en plena guerra civil. En 1985, el Estado consagró casi la mitad de su presupuesto a defenderse de los ataques de los Contras y, en 1990, decidió convocar elecciones anticipadas para poner fin al conflicto. «La agresión de Washington fue tal que en junio de 1986 la Corte Internacional de Justicia de la Haya emitió una condena por ‘terrorismo de Estado'», señala el periodista Sergio Ferrari, antiguo brigadista y hoy activo en la ONG e-changer.

El 25 de febrero de 1990, a pesar de los sondeos favorables al presidente Daniel Ortega, los nicaragüenses -agotados por la guerra-, optan por el neoliberalismo; eligen a Violeta de Chamorro y ponen fin a la experiencia revolucionaria sandinista. ¿La contribución de los brigadistas suizos fue, por tanto, en vano? El historiador Thomas Kadelbach no está convencido de ello. «Si bien la acción de los voluntarios ha sido ‘un fracaso’ en términos políticos –porque no lograron cambiar el curso de la historia y consolidar la revolución-, ha aportado un importante apoyo moral a la población».

«El simple hecho de que miles de europeos decidieran vivir en condiciones análogas a las del pueblo nicaragüense, de compartir la experiencia de la guerra y la pobreza, ha ayudado seguramente a que la gente siga adelante, continúe luchando por los ideales en los que creía», precisa. Una apreciación que comparte Ursula Scharer: «En los barrios populares ha quedado la conciencia del poder hacer, del poder ser los actores de su propio futuro».

Una solidaridad sin límites

Contrariamente a las expectativas, aún existentes, la presencia de voluntarios extranjeros no impidió a los Contras hacer uso de las armas y matar, entre otros, a dos cooperantes suizos: Maurice Demierre e Ivan Leyvraz, en 1986. Estos actos hicieron que el Gobierno suizo delimitara la zona como muy peligrosa y que algunos parlamentarios de derecha pusieran en entredicho la ayuda humanitaria a Nicaragua.

«En este sentido, la información difundida por los brigadistas representaba una alternativa a la propaganda estadounidense», precisa el historiador Kadelbach. «La prensa suiza vehiculaba una imagen despistada de lo que realmente estaba ocurriendo y definía al régimen sandinista como ‘una dictadura comunista’, cuando, en realidad, el sistema político estaba basado en un pluralismo partidario».

«En 2006, Nicaragua vuelve a encontrar en Daniel Ortega el sueño de una sociedad más justa y solidaria, tras más de un decenio de gobierno neoliberal. Sin embargo, el ex líder sandinista que ha pactado con la extrema derecha y los sectores católicos más conservadores recuerda más a ‘un caudillo’ que a un revolucionario.

Si bien el restablecimiento de un sistema educativo y sanitario gratuito no sólo muestra la consolidación de acuerdos regionales con países de la Alianza Bolivariana (ALBA) y copia los ideales sandinistas, la prohibición del aborto y la limitación de una democracia popular no dejan de despertar algunas interrogaciones.

Pero más allá de las diferencias políticas, Daniel Ortega se confronta hoy a un reto más que ambicioso: sacar a Nicaragua de su condición de país más pobre de las Américas, después de Haití.

Un desafío que Suiza está dispuesta a tomar: «Nicaragua sigue siendo en la actualidad uno de los países donde la solidaridad helvética está muy presente y organizada», concluye Sergio Ferrari, «y la veintena de voluntarios activos en diversos pueblos llevan adelante, cada día, aquellos viejos ideales de justicia y libertad».

Stefania Summermatter, swissinfo.ch
(Traducción: Juan Espinoza)

En la década de los años ochenta, unos 800 brigadistas suizos acudieron a Nicaragua para aportar su granito de arena a la revolución.
Diversos tipos de participación:

– La brigada de la solidaridad, no especializada, sostenía proyectos de corta duración (uno o dos meses) como la cosecha o el trabajo en las fábricas. Representó la categoría más importante (más de ¾ de los efectivos).

– La brigada de la paz estaba vinculada con la iglesia cristiana y los ámbitos próximos a la Teología de la Liberación. En Suiza hicieron una importante labor de información mediante diversas manifestaciones.

– La brigada obrera y sanitaria integrada por profesionales y activa en un plazo de tiempo más prolongado. A ellos se debe, entre otros, la construcción de los poblados de Yale, El Carmen y El Galope.

Antigua colonia española, Nicaragua se declara independiente en 1821.
Desde los inicios del siglo XX debe encarar una creciente influencia estadounidense.

En 1927 se rebela el nacionalista Augusto César Sandino y combate a las tropas de ocupación estadounidenses, antes de ser muerto por la Guardia Nacional en 1934.

En los años 30 se hace con el poder el dictador pro-estadounidense Anastasio Somoza García.

En el mes de julio de 1979, el revolucionario Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) entra triunfalmente en Managua y pone fin a la dinastía somocista.

Estados Unidos responde financiando a la milicia contrarrevolucionaria, la Contra, e imponiendo un embargo al país.

En 1984, los nicaragüenses reiteran su confianza en el FSLN y confirman a Daniel Ortega en la presidencia.

En 1990, tras seis años de guerra civil, el país elige a la neoliberal Violeta Chamorro, a quien sucederán en el poder Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños.

En 2009, treinta años después de la Revolución Sandinista y a dos años de su reelección como presidente de Nicaragua, Daniel Ortega sigue definiéndose como un partidario de la política antiimperialista, pero muchos lo consideran más ‘un caudillo’ que un revolucionario.

Capital: Managua
Población: 5,6 millones
PIB per cápita: 2.510 $
Deuda exterior: 3.390 $
Mortalidad infantil (menos de 5 años): 35‰
Esperanza de vida:73 años

Fuente: Banco Mundial (2007)

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