«Emmanuel Macron no está influido por ninguna ideología concreta»
¿Quién es realmente Emmanuel Macron? En un libro recientemente publicado en alemán, el politólogo e historiador suizo Joseph de Weck intenta hacer un retrato de este presidente contradictorio y a menudo esquivo.
El renacimiento de Francia y el regreso de Europa a la escena internacional fueron dos de las principales promesas de Emmanuel Macron cuando fue elegido en 2017. Hoy, el presidente más joven de la V República tiene al país dividido, pero sus posibilidades de reelección siguen intactas, asegura Joseph de Weck.
Este politólogo e historiador suizo, afincado en París, es autor de Emmanuel Macron, der revolutionäre Präsident (Emmanuel Macron, el presidente revolucionario), publicado por Weltkiosk. Una obra de casi 200 páginas que, a través de su figura principal, pretende contar el estado de Francia a un público extranjero.
swissinfo.ch: Usted dedica el libro a Emmanuel Macron, el «presidente revolucionario». ¿Hasta qué punto le fascina?
«Tras cuatro años como presidente, nadie sabe quién es Emmanuel Macron. Es casi inaprensible»
Joseph de Weck: Al principio, Macron no me fascinaba demasiado. Se presentó como el defensor de una tercera vía que pretendía superar la división izquierda-derecha. Una postura que otros políticos ya habían adoptado antes que él.
Pero, con el paso del tiempo, debo admitir que mi fascinación por él fue creciendo. Tras cuatro años como presidente, nadie sabe quién es Emmanuel Macron. Es casi inaprensible. Los franceses no saben realmente lo que piensa. Un poco como los alemanes con Merkel, a los que aún les cuesta entender a su canciller después de 16 años en el poder.
¿Cómo se traduce eso en su actuación política?
En cuestiones sociales puede ser muy progresista, por ejemplo, haciendo que sean gratuitos los productos de protección higiénica para las mujeres. Al mismo tiempo -su expresión favorita- manifiesta un laicismo agresivo y se muestra reaccionario en cuestiones de identidad nacional.
En el plano económico, ha liberalizado el mercado laboral y reducido los impuestos sobre el capital, al tiempo que ha aumentado el salario mínimo o la pensión mínima, incluso más que su predecesor socialdemócrata François Hollande.
Si no es neoliberal, como le definen sus adversarios de la izquierda, ni tan progresista como algunos quisieran, ¿quién es realmente Emmanuel Macron?
No creo que esté influido por ninguna ideología en particular. Políticamente creció tras el final de la Guerra Fría y no se nutrió del neoliberalismo que siguió a la caída del muro. Cuando fue banquero pudo observar de cerca los fallos del capitalismo. Es bastante libre en la forma de conducir su política económica y social y, a la manera de los tecnócratas, suele aplicar las políticas aconsejadas por los organismos internacionales.
Por otro lado, Macron muestra un carácter extremadamente francés. Inscribe su acción política en un relato muy bien construido y anclado en la gran historia de Francia. Aunque sus decisiones son a menudo más pragmáticas que revolucionarias, las vende siempre en un marco ideológico.
«Macron muestra un carácter extremadamente francés. Inscribe su acción política en un relato muy bien construido y anclado en la gran historia de Francia»
En resumen, usted describe una figura muy francesa, heredera del estatismo, del elitismo y de un cierto republicanismo monárquico. ¿No significa eso una ruptura con sus predecesores?
No, en absoluto. Para Macron, aunque liberalice la economía en ciertos sectores, el Estado está en el centro de todo. A nivel europeo, es partidario de una política estatista clásica que proteja a los ciudadanos. También aboga por inversiones masivas para impulsar la economía.
Pero Macron tampoco duda en romper ciertos tabúes franceses. Por ejemplo, desmanteló la ENA [École Nationale d’Administration], la escuela de las élites francesas, creada por De Gaulle, para fundar una nueva escuela en la que se forman los dirigentes de la administración, que prevé además cuotas para los estudiantes procedentes de entornos desfavorecidos, un acto casi subversivo en Francia.
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Paradójicamente, el nivel de antipatía por un presidente francés nunca ha sido tan alto.
No comparto su opinión. Según los sondeos, casi el 50% de los franceses aprueba su política. En el mismo momento de su mandato la popularidad de Nicolas Sarkozy rondaba el 35% y la de Hollande el 21%. En cambio, asistimos a una polarización muy fuerte de la política francesa, con el hundimiento de la izquierda y la derecha tradicionales. Los que rechazan a Macron lo odian con virulencia y lo demuestran en las manifestaciones. Pero la aversión es menos generalizada.
«El secreto de los franceses es que protestan, pero obedecen. Si los franceses no protestan y se callan, es un mal presagio», escribe usted, citando al filósofo Émile-Auguste Chartier. Desde ese punto de vista, podemos decir que el quinquenio de Macron ¡ha sido un éxito!
Sí, Macron está presente en el debate, da que pensar, es tema constante de discusión para los franceses. Su política de confrontación está más en línea con la tradición francesa que la política de compromiso de François Hollande. El reto de cara a las elecciones de 2022 será limar algunas asperezas.
Sin embargo, ante la revuelta de los chalecos amarillos tuvo que dar marcha atrás, como muchos de sus predecesores que querían reformar el país. ¿Mostró demasiada arrogancia?
Uno de los grandes errores de su quinquenio es que quiso financiar la recuperación económica subiendo los impuestos a los carburantes, lo que habría afectado principalmente a las clases medias bajas. Frente a las protestas, se mantuvo inflexible durante demasiado tiempo.
Pero cuando retrocedió ante los chalecos amarillos y reaccionó lanzando un gran debate nacional, pudimos asistir a un momento mágico de su presidencia. Comprendió que las protestas iban mucho más allá de la cuestión económica, que los franceses necesitaban sentirse escuchados y comprendidos.
Al bajar a la arena y debatir durante horas con sus conciudadanos, un poco al estilo de un actor, respondió a las expectativas de los franceses y dio contenido a la democracia. Desde la perspectiva suiza esto puede parecer muy extraño, porque la democracia se concibe de forma muy diferente.
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Francia y sus «chalecos amarillos» sueñan con la democracia directa
Macron rechazó sin ambigüedades los llamamientos a una democracia más directa, en particular del movimiento de los chalecos amarillos. «Somos un pueblo violento, desde hace siglos y siglos. Francia no es Suiza», afirmó para justificar su negativa a introducir el Referéndum de Iniciativa Popular (RIC). ¿Está de acuerdo con él?
Si Macron es autoritario es porque puede permitírselo, ya que tiene mayoría en la Asamblea Nacional. A menudo ha dudado en convocar un referéndum, en la tradición gaullista, pero la historia reciente en Gran Bretaña, con el Brexit, y en Italia, con la reforma constitucional rechazada en 2016, le ha disuadido.
Hoy en día, Francia no quiere poner en cuestión su sistema político. La sociedad francesa es ciertamente violenta y se enfrenta a marcados peligros como el terrorismo, lo que favorece un poder central y una política de mano dura.
Entonces, ¿no vamos a ver la introducción de la iniciativa popular o el referéndum legislativo en Francia?
En general, los franceses sienten una gran admiración por la democracia directa que se practica en Suiza. Pero este sistema no encaja con sus instituciones ni con su pensamiento político, que se basa en el enfrentamiento de ideas más que en la búsqueda de compromisos, que a menudo se percibe como algo «sucio» o «blando».
Además, no se puede tener al mismo tiempo un presidente todopoderoso y las actuaciones de la democracia directa. El precio a pagar por la democracia directa es un gobierno débil que no puede llevar a cabo una política ambiciosa y proactiva.
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Cuando lobos gobiernan con corderos
Sigamos con los vínculos con Suiza. Tras la era Sarkozy (2007-2012), pésima para las relaciones franco-suizas, hubo una mejora muy significativa de la relación bilateral durante el quinquenio de François Hollande (2012-2017). ¿Cómo describiría las relaciones franco-suizas bajo el mandato de Macron?
La relación franco-suiza es más tranquila desde el final del conflicto fiscal, pero por otro lado no hay muchos temas de los que los dos países puedan hablar. Para Macron, la prioridad es crear una Unión Europea soberana, capaz de defender y reconstruir el modelo económico y social europeo. Para lograrlo, se dio cuenta que ya no podía depender únicamente de su relación con Alemania. Por eso ha viajado muchas veces a los países más pequeños de la Unión Europea (UE). Como Suiza no forma parte de la UE, no tiene cabida en el debate sobre el futuro de Europa. Por lo tanto, Macron ve poco sentido en forjar nuevos y fuertes lazos con Suiza.
«Macron ve poco sentido en forjar nuevos y fuertes lazos con Suiza»
En febrero de 2018, Macron acusó al Gobierno suizo de practicar el cherry-picking, es decir, de ser selectivo y ventajista en sus discusiones con la UE. ¿Cuál será su reacción ante la anulación del acuerdo marco con la UE por parte del Gobierno suizo?
Esto no augura nada bueno para las relaciones franco-suizas. Macron está más o menos alineado con la posición de Bruselas, será bastante firme con Suiza y habrá muy poco espacio para el compromiso.
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Suiza se juega mucho en las relaciones con la UE
Por último, ¿qué posibilidades cree que tiene de ser reelegido la próxima primavera?
En un país al que le gusta castigar a sus dirigentes, suele ser muy difícil que un presidente en funciones sea reelegido. No obstante, sus posibilidades ahora son bastante buenas. Una cuarta parte de los franceses sigue convencida de su actuación y asegura querer votar por él en la primera vuelta de las próximas elecciones presidenciales.
La izquierda es incapaz de unirse en torno a un candidato y tampoco se ve realmente que surja una dinámica en torno a un candidato de la derecha. El escenario más probable es un nuevo duelo entre Macron y la candidata de extrema derecha Marine Le Pen en la segunda vuelta. Y será muy difícil que, en ese escenario, Marine Le Pen consiga la mayoría.
Traducción del francés: José M. Wolff
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