Suiza observó petrificada la caída del Muro
En Suiza, la caída del Muro de Berlín fue seguida con atención. Pero el ambiente festivo se transformó en un cierto embarazo. Muchos no tenían idea de cómo lidiar con el fin de la Guerra Fría.
El 9 de noviembre de 1989, la cortina de hierro que separaba la República Democrática Alemana (RDA, Alemania Oriental) de la República Federal de Alemania (RFA, Alemania Occidental) cambió repentinamente su estatus de una línea mortal a un viejo muro de hormigón.
También en Suiza hubo una explosión de alegría. La canción Looking for Freedom de David Hasselhoff se convirtió en el himno de la caída del Muro en las emisoras helvéticas de radio. El corresponsal de la televisión suiza de expresión alemana en Berlín hablaba con entusiasmo de un “momento histórico” ante los que escalaban el Muro, y diversos periodistas celebraron la apertura de las fronteras de la RDA como el “crepúsculo de los dioses” de la Europa poscomunista.
Y tenían razón: en las semanas siguientes, revoluciones pacíficas barrían la mayor parte de los regímenes comunistas europeos.
Reacción vacilante de las autoridades
La Suiza oficial, contrariamente, reaccionó con algunas reservas ante la caída del Muro de Berlín. El 10 de noviembre de 1989, el presidente Jean-Pascal Delamuraz subrayaba la “reacción positiva” de Suiza ante los acontecimientos en Alemania Oriental.
Pero el día anterior, su colega en el Gobierno, el ministro de Exteriores René Felber, había considerado que el evento no era lo suficientemente significativo como para justificar una declaración a la prensa. Después de todo, algo importante estaba sucediendo cada día, comentó simplemente. Unos meses más tarde, el ministro socialista evocaba el “peligro de la germanización de Europa” resultante de la reunificación alemana. Diez años después, René Felber admitió que la caída del Muro lo había tomado completamente por sorpresa.
En el Parlamento suizo, la caída del Muro se abordó brevemente a mediados de diciembre de 1989 porque habían sido presentadas algunas interpelaciones urgentes relacionadas con el significado histórico del acontecimiento. Hubo algunos aplausos, pero no un debate. La pregunta de cómo afrontar la apertura, quedó sin respuesta. Ya eran las 9 de la noche del 15 de diciembre, lo que no evitó la ira del Neue Zürcher Zeitung. “El hecho de que el Consejo Nacional [cámara baja] pierda tiempo en debatir detalles presupuestarios y no se ocupe de cuestiones esenciales para el futuro en la noche del penúltimo día de la sesión, se debe a su falta de sentido de la prioridad”, escribía el diario de Zúrich.
Una Suiza sin ideas
De manera muy reveladora, ninguna delegación suiza fue invitada a Berlín para celebrar el 20º aniversario de la caída del Muro. Esa falta de reacción ante un acontecimiento histórico también había calado más allá de las fronteras. El semanario alemán Der Spiegel escribía a finales de 1989 que la Suiza oficial observaba “perpleja” el crecimiento común de Europa. Parecía casi privada de ideas para afrontar el final de la Guerra Fría.
Un recuerdo del exministro Adolf Ogi es sintomático de esa visión casi perturbadora de las convulsiones en curso en el Este. Mientras que otras personalidades se entusiasmaban con la caída del Muro, Ogi se limitó a declarar al popular diario Le Matin de la Suiza francófona, que había encendido la televisión y comprendido inmediatamente “que Suiza también debía redefinir ahora su posición en el mundo”.
Desconfianza en la apertura
La amenaza del cambio se hizo realidad pocas semanas después con el éxito de la iniciativa ‘Por una Suiza sin ejército’. Es cierto que esa iniciativa de abolición del ejército fue rechazada, pero el 35,6% de los ciudadanos votaron a favor, lo que constituyó un resultado inesperado.
Mientras que en Berlín abatían el Muro, el ejército suizo realizaba un ejercicio de una semana con 44 000 soldados, simulando la guerra entre el “país verde” y el “país amarillo”. Los peces gordos del ejército obviamente tenían poca confianza en la apertura que todo el mundo celebraba.
A finales de los años ochenta, renombrados expertos suizos en estrategia seguían convencidos de que la perestroika, la política de apertura de la Unión Soviética, en realidad formaba parte de la guerra psicológica contra Occidente.
La más desconfiada seguía siendo la derecha anticomunista, aunque habría tenido motivos para alegrarse. En un poema melancólico del periódico nacional conservador Schweizerzeit, se cultivaba la duda, incluso tres meses después de la caída del Muro: “Ahora celebramos una gran fiesta / tal vez la celebramos demasiado pronto / porque la peste roja aún es endémica”.
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Tras las huellas del Muro de Berlín
Traducido del francés por Marcela Águila Rubín
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