La larga sombra del Dr. Mussolini
A última hora de la tarde de un sábado de noviembre de 1936 -el 21 de noviembre a las 18 horas, para ser exactos- se reunía el consejo de la Facultad de Ciencias Sociales y Políticas (SSP) de la Universidad de Lausana para deliberar sobre un asunto de cierta importancia.
La universidad de la capital del cantón de Vaud se preparaba para celebrar su 400 aniversario. Entre otras cosas, la universidad había previsto conceder varios doctorados honoríficos. En el seno de la SSP surgió también la idea de homenajear al jefe del gobierno italiano, Benito Mussolini, que muchos años antes -aunque solamente durante un semestre- había estado matriculado en la Universidad de Lausana y había asistido a los cursos del sociólogo Vilfredo ParetoEnlace externo y de su alumno Pasquale BoninsegniEnlace externo.
Oriundo de la región italiana de la Romaña, exiliado en Suiza desde 1901, al principio socialista, aunque luego pasó a defender posiciones nacionalistas hasta unirse al fascismo en 1922, Pasquale Boninsegni asumió el decanato de la SSP en 1928. Mantuvo contactos regulares con el régimen de Mussolini, del que recibió varios premios. La idea de un doctorado para Mussolini fue probablemente suya. Sin embargo, Boninsegni no estuvo presente en la reunión del 21 de noviembre de 1936. La reunión estuvo presidida por el filósofo Arnold ReymondEnlace externo, vicedecano de la SSP.
No se conocen los detalles de la discusión, pero lo cierto es que los presentes acordaron proponer a los órganos de gobierno de la universidad la concesión del doctorado a Mussolini, «por haber concebido y realizado en su patria una organización social que ha enriquecido la ciencia sociológica y que dejará una profunda huella en la Historia». Solamente hubo un voto en contra, el de Jean WintschEnlace externo, un profesor de psicología aplicada con simpatías anarquistas.
El pasado suizo de Mussolini
Pero, ¿cómo pudo Mussolini llegar a ser candidato a un doctorado honoris causa? ¿Y por qué casi nadie se opuso? Para entender esto, tenemos que dar unos pasos atrás.
Las relaciones de Mussolini con Suiza se remontaban a principios de siglo. Llegó por primera vez a Suiza en julio de 1902, en busca de trabajo como joven profesor desempleado. Sobrevivió trabajando como obrero y dependiente y frecuentó los círculos socialistas, donde empezó a hacerse un nombre como orador y periodista.
Despertó pronto la atención de la policía suiza. En Lausana, fue detenido por vagabundeo y el cantón de Berna lo expulsó por incitar a los trabajadores italianos a la huelga. La policía federal lo vigilaba por considerarlo un agitador peligroso.
En 1904 regresó a Lausana, donde se matriculó en la universidad. Después, regresó a Italia en noviembre de ese año, gracias a una amnistía que impidió que fuera condenado por eludir el servicio militar. Entre 1908 y 1910 volvió a presentarse en Suiza.
Una relación especial
Los años pasados en la Confederación fueron importantes para la formación política del futuro líder fascista. Mussolini no los olvidó y mantuvo una relación especial con el cantón de Vaud y su capital.
En 1927, donó tres cuadros de artistas italianos al museo de Bellas Artes de Lausana. En 1930 y de nuevo en 1932, aceptó donar algunos íbices del Parque Nacional del Gran Paradiso al cantón de Vaud con fines de repoblación. En 1935, donó a la biblioteca cantonal de Vaud un facsímil de un volumen de escritos del poeta latino HoracioEnlace externo.
Su antiguo profesor, Pasquale Boninsegni, entonces ferviente promotor del fascismo entre la comunidad italiana de Lausana, era a menudo el intermediario de esos gestos de cortesía.
Una indiscreción llena de consecuencias
Por ello, no es de extrañar que cuando la comisión académica de Lausana decidió, en junio de 1936, hacer un llamamiento a los bancos, las empresas y los antiguos alumnos para recaudar fondos con el fin de celebrar el cuarto centenario, que se cumplía al año siguiente, se pensara también en el jefe del gobierno italiano.
Lo curioso (y enojoso) fue que la noticia no tardó en llegar a Roma, lo que obligó al presidente de la comisión de festejos -Arnold Reymond, a quien ya hemos conocido- a enviar a Mussolini una petición oficial de apoyo. También entonces, il Duce fue generoso y envió un cheque de 1 000 francos suizos.
El gesto fue, sin duda, un paso importante en el proceso que llevó a la concesión del doctorado. Pero lo que más llama la atención es el canal directo de información confidencial que conducía desde Lausana hasta las dependencias del secretariado de Mussolini y que en varias ocasiones limitó el margen de maniobra de todos los implicados.
Una línea directa entre Lausana y Roma
Las indiscreciones se repetían. A finales de octubre de 1936, el gobierno cantonal de Vaud, probablemente informado por Reymond, discutió la posibilidad de conceder el doctorado a Mussolini. La universidad era autónoma y podía haber decidido por sí misma, pero el alcance político de la decisión sugería que se pidiera opinión al gobierno.
En una primera reunión, el gobierno cantonal se mostró contrario a la idea. Sin embargo, unos días más tarde, se enteró de que Mussolini ya estaba al tanto de las intenciones de la universidad. El gobierno de Vaud cambió entonces de opinión. No se conocen las actas de la discusión, pero cabe suponer que el ejecutivo cantonal considerara menos graves las posibles reacciones negativas de la opinión pública que las repercusiones diplomáticas de un gesto descortés hacia el jefe del Gobierno italiano.
El abandono de las reservas por parte del gobierno de Vaud allanó el camino para la decisión de la Comisión de la SSP en noviembre de 1936. Sin embargo, la Comisión Universitaria, formada por el rector, el canciller y los decanos de las facultades, tenía la última palabra.
«Ponencia obligada».
Una vez más, una indiscreción alteró la situación. Pasquale Boninsegni informaba regularmente a Mussolini sobre el estado de las discusiones. Este hecho hace suponer que las filtraciones anteriores también fueron obra suya o de alguien cercano a él.
La Comisión Universitaria estaba bajo presión. El decano de la Facultad de Letras, Georges BonnardEnlace externo, que se mostraba escéptico ante la posibilidad de que Mussolini fuera homenajeado, habló de una «ponencia obligada» para conceder el título honorífico. La Comisión aplazó su decisión, pero el 13 de enero de 1937 acordó finalmente aprobar la propuesta de la SSP, con la abstención de Bonnard, que temía las repercusiones políticas de la decisión.
Los hechos le dieron la razón. Unos diez días después, un joven, que trabajaba de aprendiz en una imprenta de Lausana, recuperó de la papelera un borrador del diploma a Mussolini. El documento acabó en manos de Paul GolayEnlace externo, editor de Droit du Peuple, el órgano del partido socialista. El 2 de marzo, en vísperas de las elecciones al parlamento cantonal, el periódico publicó la noticia.
«Una vergüenza para mi país»
Fue un duro golpe para la universidad. Otros periódicos se hicieron también eco del tema y empezaron a llegar cartas de protesta al rectorado. La decisión de honrar a «un hombre […] cuya política va en contra de los derechos más naturales de la humanidad» es «una vergüenza para mi país», escribió un autor anónimo.
Varios académicos y profesores universitarios expresaron asimismo su decepción. Uno de los motivos de disconformidad más mencionados fue la anexión italiana de Etiopía, al final de una guerra de conquista llevada a cabo en abierto desafío a la Sociedad de Naciones y con el uso masivo de armas químicas.
El eco de este caso llevó también a las autoridades federales a aclarar que la universidad había actuado con total independencia. Pero fue sobre todo en Roma donde se siguió con gran atención el tono crítico de la prensa suiza (aunque en realidad era sobre todo la prensa de izquierdas).
A finales de marzo de 1937, el subsecretario de Estado del Ministerio de Asuntos Exteriores italiano, Giuseppe Bastianini, informó a Paul RueggerEnlace externo, embajador suizo en Italia, que Mussolini apreciaba el gesto de la Universidad de Lausana, pero que, «en vista de las discusiones» a las que había dado lugar, prefería renunciar al honor.
La negativa de Mussolini pareció al principio definitiva. Sin embargo, en los días siguientes, gracias a la actuación de Ruegger y a la mediación de Boninsegni, que se encontraba en Roma, así como a la dialéctica interna del gobierno italiano, el Duce cambió de opinión. El 8 de abril, tras más de una hora de espera, una delegación de la Universidad de Lausana pudo por fin entregar a Mussolini el doctorado honoris causa. Todos los demás dignatarios a los que se les había concedido el mismo título tuvieron que ir en persona a Lausana a recogerlo.
Un fantasma sale a la luz
El asunto volvería a salir a la luz pública en varias ocasiones durante la posguerra, sobre todo con motivo del 450 aniversario de la Universidad de Lausana en 1987 y tras las investigaciones del historiador autodidacta Claude Cantini.
Cantini contribuyó de forma decisiva al resurgimiento del caso Mussolini en el debate público, interpretándolo como un ejemplo de la condescendencia, cuando no de la simpatía, de la que gozaba el fascismo italiano entre muchos sectores de la clase dirigente suiza
En esa coyuntura, los círculos de izquierda de Vaud lanzaron una petición para que la universidad revocara el doctorado. Sin embargo, aunque la universidad no estaba de acuerdo con la decisión tomada 50 años antes, se negó a ello por considerar que no había base legal y que la historia no podía reescribirse sin más. Sin embargo, decidió publicar todos los documentos relacionados con el asunto. Esta es una de las razones por las que, en los años siguientes, el asunto siguió siendo objeto de discusión.
Recientemente, se ha vuelto a hablarEnlace externo del caso con motivo de una exposición sobre la inmigración italiana en el Museo Histórico de Lausana, en la que también se expuso el diploma concedido a Mussolini. Los defensores de la emigración italiana en Suiza volvieron a pedir que se revocara el título.
Por ahora, sin embargo, el líder del fascismo sigue siendo doctor. La Universidad de Lausana, según confirmó su portavoz Geraldine Falbriard, no tiene intención de cambiar su posición «por el momento».
Traducción del italiano: José M. Wolff
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