«La neutralidad que practica Suiza es un instrumento puramente político»
El historiador suizo Hans-Ulrich Jost sostiene que la política suiza, conducida a la sombra de la neutralidad, no se corresponde con el ideal de integridad moral.
Hans-Ulrich Jost ha sido catedrático de Historia Contemporánea y de Suiza en la Universidad de Lausana entre 1981 y 2005. De 2005 a 2014 fue presidente de la comisión «Documentos Diplomáticos de Suiza» (Dodis). Jost ha sido también oficial del ejército suizo y piloto de aviones de combate.
Que la neutralidad sea éticamente justificable depende en gran medida de la política exterior que la respalde. Ciertamente, los suizos consideramos que la neutralidad suiza tiene una gran autoridad moral, de hecho, está rodeada de un aura casi religiosa de infalibilidad. Pero la política desarrollada a la sombra de esta neutralidad apenas se corresponde con esos ideales. Un vistazo a la historia de la política exterior suiza revela muchas zonas grises en las que la neutralidad ha sido quebrantada.
Cuando las grandes potencias impusieron la neutralidad a Suiza en el Congreso de Viena de 1814/15, su intención fue solo crear una zona tapón entre Francia y Austria. Metternich, el representante de Austria, entendió la neutralidad como una especie de salvoconducto para intervenir en la política suiza en cualquier momento.
La neutralidad no impidió que Suiza siguiera enviando tropas mercenarias al extranjero y que se uniera a la Santa Alianza, la unión política de las grandes potencias. Resultó también ser un camuflaje perfecto para beneficiarse del comercio internacional siguiendo la estela de las potencias coloniales. Según cambiaba el equilibrio de poder, se buscaba la protección de una u otra gran potencia.
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¿En qué medida es neutral Suiza?
En el siglo XX, y sobre todo durante las dos guerras mundiales, la neutralidad fue un argumento más o menos eficaz para contrarrestar las exigencias de las potencias extranjeras y, al mismo tiempo, salvaguardar el comercio exterior, incluida la venta de material bélico.
Este doble juego continuó durante la Guerra Fría. Oficialmente, Suiza hacía gala de su neutralidad, pero en la práctica apoyaba plenamente a las potencias occidentales. Suiza llegó incluso a firmar, aunque de manera velada, un acuerdo de embargo dirigido contra el bloque del Este (acuerdo Hotz-Linder de 1951). Fue, como escribió J. R. von Salis, la «época de la esquizofrenia de la conciencia política suiza».
La neutralidad también era muy útil para la plaza financiera, que prosperaba bajo el secreto bancario. En cierto sentido, funcionó como un certificado de buena conducta moral. «El secreto bancario», se decía en un artículo publicado en el NZZ[Neue Zürcher Zeitung], «es una forma de neutralidad fiscal frente a las autoridades fiscales extranjeras». La neutralidad también se utilizó como excusa para, por ejemplo, eludir el embargo de la ONU contra el régimen del apartheid en Sudáfrica y ampliar enormemente el comercio de oro con ese país.
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Un mito patriótico y popular contribuyó a embellecer la cuestionable práctica de la neutralidad. Y así, el supuesto surgimiento de la neutralidad helvética se relacionó con la historia de San Nicolás de Flüe. Incluso, cuando Edgar Bonjour escribió su primer estudio sobre la neutralidad suiza, el Ministerio de Asuntos Exteriores le pidió al historiador que dedicara las primeras páginas a la leyenda del santo de Flüe.
Una de las historias que más la han glorificado es la creencia de que Suiza se salvó de las dos guerras mundiales gracias a su neutralidad. En realidad, fueron los servicios, las exportaciones de material de guerra, las transacciones financieras y el papel desempeñado como centro de espionaje lo que hizo que fuera atractivo para los beligerantes una Suiza no ocupada.
No obstante, los países extranjeros han visto a menudo la neutralidad solo como una estrategia oportunista que promovía el interés material de Suiza. Por eso, el consejero federal Petitpierre [ministro de Exteriores] propuso en 1948 que, en lugar de la neutralidad, se hiciera más hincapié en la solidaridad. La posición de Suiza en la política exterior debía entonces reforzarse mediante actuaciones de «buenos oficios», como, por ejemplo, la mediación en conflictos en el extranjero.
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¿Un mensajero diplomático? Suiza puede ayudar
La neutralidad practicada por Suiza es, a pesar de las leyendas y glorificaciones moralistas, un instrumento puramente político que puede utilizarse de manera muy flexible en función de los intereses en juego. Su función más importante es quizás cubrir con un velo los numerosos enredos internacionales de Suiza, dando así a los ciudadanos la sensación de que nuestro país está por encima de las artimañas e intrigas del momento.
Las opiniones vertidas en este artículo son propias del autor y no reflejan necesariamente las de swissinfo.ch.
Traducción del alemán: José M. Wolff
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