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“La tortura apesta a sangre, vómitos, excrementos”

Nils Melzer, nombrado relator especial de la ONU sobre la tortura en noviembre de 2016, es suizo. Antes de asumir este cargo trabajó para Cruz Roja Internacional y el Ministerio helvético de Exteriores. Keystone/Martial Trezzini

El relator especial de la ONU sobre la tortura ha salido en defensa de Nekane Txapartegi, la activista de ETA a la que Suiza quiere extraditar a España. Según Nils Melzer, en todo el mundo se observa una creciente tolerancia hacia la tortura.

La Oficina Federal de Justicia ha decidido extraditar a España a Nekane Txapartegi, detenida en Zúrich en abril de 2016, para que cumpla condena por “colaboración” con la banda ETA. Su abogado quiere impedirlo, porque fue torturada en España. Usted se opone a la extradición y ha intervenido en favor de Nekane ante las autoridades suizas. ¿Por qué?

Fundamentalmente quiero intervenir en cualquier caso que lo requiera. El caso de Nekane Txapartegi está muy bien documentado y exige mi intervención. Sus abogados se han dirigido en dos ocasiones al relator especial de la ONUEnlace externo sobre la tortura, pero mi predecesor no disponía al parecer de suficientes recursos para actuar.

El Estado suizo dice que ha examinado todos los documentos sobre el caso. Además, Madrid le asegura que Nekane no fue sometida a actos de tortura. ¿Con esto es suficiente?

En los últimos años, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha tratado varias acusaciones de tortura en España. Hay tribunales que han confirmado casos de tortura y han reprochado a España no haber investigado suficientemente los casos. Si Suiza tiene motivo para suponer que a España no le interesa imponer la prohibición absoluta de la tortura, no sé qué credibilidad podemos dar entonces al desmentido de Madrid. Con estos temas procede la cautela. En este caso concreto existen varios informes forenses y psiquiátricos que dan credibilidad a la denuncia de torturas.

Suiza podría encargar una evaluación psiquiátrica adicional, pero no lo hace.

Si Suiza niega los informes que existen, en primer lugar, tiene que defender su decisión con argumentos objetivos, y en segundo lugar, debería encargar un peritaje alternativo. El problema fundamental es el siguiente: Casi nunca se puede probar de forma indudable una tortura. Es comparable con los casos de los abusos a menores. En la mayoría de los casos el niño no tiene forma de probarlo. Solo se le puede dar credibilidad indirectamente. Pero jurídicamente, esto no es suficiente. En el caso de Nekane hay muchos indicios de que fue torturada. Todos los expertos en el caso llegan a la misma conclusión.

Pero no la Oficina Federal de Justicia.

Entiendo que Suiza está entre la espada y la pared, porque pone a un país amigo en una situación difícil. Ahora bien, no está obligada a decir: “En España se practica la tortura”, sino simplemente: “Le concedemos asilo y no la extraditamos hasta que se hayan esclarecido las acusaciones de tortura”. Generalmente, los estándares que exige Suiza para acreditar las acusaciones de tortura son excesivos e irrealistas. No hace mucho devolvió a varias personas a Sri Lanka y a una tibetana a Nepal, que tras su regreso fueron detenidas, como lo habían predicho durante el procedimiento. En el caso Txapartegi no creo que tras su extradición a España se la sometiera a tortura. El problema reside en que su enjuiciamiento se basa en confesiones muy probablemente extraídas bajo la tortura.

Choca que un país miembro de la UE practique la tortura.

En Occidente debemos cuidarnos de no pecar de vanidad. El solo el hecho de que en el último siglo hayamos encabezado el movimiento de defensa de los derechos humanos, no significa que estemos siempre del lado de los buenos. Lo vemos con Estados Unidos o Gran Bretaña, por ejemplo. La tortura también es un problema grave en las crisis migratorias.

¿Qué quiere decir?

La UE entrena a la guardia costera libia, por ejemplo, para que rescate a los refugiados que huyen en las pateras y los lleve de vuelta a Libia. Yo no estoy tan seguro si se trata de salvarlos o de devolverlos, lo cual es inadmisible. Además, Libia es todo menos un país tercero seguro.

Según la UE, la alternativa es ahogarse.

La alternativa sería recoger a estos refugiados y traerlos a Europa. Entiendo que es difícil encontrar una solución al problema. Tampoco sería acertado abrir las fronteras de par en par. Pero la solución no puede ser hacer concesiones en los derechos humanos.

En noviembre usted visitó Turquía para una misión de investigación. ¿Cómo fue recibido?

Como dije antes de viajar: No voy para saber si se han cometido abusos. Todos sabemos que los hubo. De ello dieron fe los periodistas, se publicaron fotos. Lo que de verdad quería saber es cómo Turquía gestiona la situación. ¿Qué medidas adopta? Al final de la rueda de prensa dije abiertamente que la tortura era una práctica extendida después del golpe de Estado fallido y que dispongo de indicios verosímiles de que se practica regularmente en el conflicto kurdo. La reacción de Turquía no fue agresiva, sino que acogió con beneplácito nuestra colaboración.

¿Fue usted lo suficientemente contundente en su crítica?

Creo que hemos conseguido más que todos los demás socios occidentales de Turquía que han criticado al país en los últimos años. En marzo, los representantes de Ankara comunicaron que ya habían aprobado un decreto, según el cual cualquier abuso a los presos sería motivo para un despido inmediato de un funcionario. No fui remilgado, me dirigí con respeto a las autoridades turcas, escuché lo que sus representantes me contaban desde una perspectiva personal y les pregunté: ¿Cómo van las cosas, cuál es la situación actual? Y ahí se les removieron las tripas y salió todo: el golpe, los seguidores de Gülen, el terror, la falta de comprensión en Occidente. Suiza también estaría desbordada con tantos problemas. Con 200 000 presos y 55 000 guardias carcelarios y policías está claro que se producen irregularidades. No es una excusa, pero sí era de esperar.

Pero a veces lo que procede es reprochar y no alabar la cooperación.

Yo no alabo a Turquía. Pero al menos hemos conseguido que reconozca la prohibición de la tortura. Y esto es valioso. A Turquía le conviene mostrar que quiere atenerse a todos los estándares. Pero debemos ser justos: Hubo muchos abusos después de la intentona golpista, pero tres semanas más tarde cesaron en gran parte. Es verdad que se produjeron detenciones en masa según criterios cuestionables, pero desde entonces no ha habido indicios de torturas físicas por parte de presuntos golpistas en Turquía. Otro cantar es el conflicto kurdo, donde la tortura parece ser la norma. En este caso no se trata de una crisis en la que el Estado ha perdido el control, aquí la tortura parece estar extendida.

¿El gobierno turco está realmente dispuesto a distanciarse de la tortura? El ministro de Economía quiere oír cómo los golpistas “imploran la muerte”.

No es el único político que dice barbaridades. Duterte en Filipinas o Donald Trump, que en enero declaró: el submarino [forma de tortura] funciona. Pretende mostrarse implacable para ganar puntos. Pero incitar a la tortura es un delito y así lo manifesté tras las declaraciones de Trump.

¿Y hubo una respuesta por parte de Estados Unidos?

Oficialmente no. Pero desde entonces Trump no ha vuelto a mencionar la tortura. Mi declaración no era un ataque contra Trump, sino contra su argumento. Afirmar que la tortura funciona es falso. Las armas químicas también funcionan, como demuestra Asad en Siria. La esclavitud funciona y con ella los negreros ganaron durante mucho tiempo su buen dinero. Pero hemos abolido ambas cosas. Por razones de humanidad.

Entonces poco importa si la tortura funciona o no

No hay necesidad de prohibir algo que no funciona, nadie va a practicarlo. En el caso de la tortura podemos decir que información que aporta es poco útil: Se tortura a gente sospechosa que no lo es, y así se obtiene información falsa. Muchas veces el objetivo de la tortura no es conseguir información, sino ejercer poder, intimidar, humillar, destruir a las víctimas. Y esto sí funciona.

¿La prohibición de la tortura se tambalea?

Sí, quizá porque en Occidente ya no sabemos qué es la tortura. La generación de la Segunda Guerra Mundial prácticamente ha desaparecido. Queda una minúscula parte de la población que ha vivido esos abusos. Lo que hoy sabemos sobre la tortura es a través de las películas y las series de televisión. Y en ellas la tortura se representa de forma irrealista, demasiado limpia, demasiado eficiente, demasiado legítima: Cuando todo lo demás no da resultados, se recurre al último remedio, se exprime al sospechoso para sacarle la codiciada información y se detona así una bomba de relojería. Pero en la vida real nunca se da un escenario de una bomba de relojería en el que estemos seguros de que tenemos a la persona correcta, que dispone de las informaciones que buscamos, y nos las va a revelar. En la vida real las cosas no son así.

¿Cómo es realmente la tortura?

Apesta. Apesta a sangre, vómitos, excrementos. Y destruye, no solo a las víctimas, sino también a los verdugos. Yo nunca he sufrido tortura en mis propias carnes, pero he hablado con víctimas, las he visitado en la cárcel. La tortura destruye a las personas, también por dentro. No es un simple instrumento de presión. La tortura es demoledora.

Según algunos políticos, Occidente es blanco de ataques brutales por parte de extremistas y nosotros somos necios: nos limitamos a recordarles sus derechos.

La pregunta es: ¿Quiénes somos nosotros? ¿Dejamos que nos definan los terroristas? ¿Y si encierran a personas en jaulas y las queman vivas, nosotros hacemos lo mismo? Si lo que pretendemos es remontarnos a la Edad Media, más vale que nos unamos enseguida al Estado Islámico. El terror es un reto horrible. Pero no podemos sacrificar lo que nos diferencia de los terroristas. La tortura es una señal de debilidad.

Usted se ha referido a la presencia de la tortura en la televisión. ¿Se multiplican esas imágenes?

Sí, y con ellas la tolerancia de la población hacia la tortura. El CICR [Comité Internacional de la Cruz Roja] realizó una encuesta internacional en 1999 y 2016 sobre una pregunta: ¿Sería admisible torturar a los prisioneros de guerra en determinadas circunstancias? Casi dos tercios respondieron que no en 1999. En 2016, solamente el 48%.

¿Cómo se explica?

La guerra de Estados Unidos contra el terrorismo después del 11S fue sin duda determinante: Guantánamo, Abu Ghraib, las llamadas técnicas de interrogatorios mejoradas de la CIA. Pero también la decisión de Barack Obama de no ordenar una investigación sobre abusos demostrados. Fue un error.

Pero las torturas en Abu Ghraib [prisión en Irak] han conmocionado al mundo. Pero al final es un lugar demasiado lejano para la mayoría de los occidentales. Habría que llevar a los políticos, expertos y ciudadanos y confrontarlos con la realidad de la tortura. Tal vez deberían hablar más con los refugiados que nos llegan hoy. Ellos sí que conocen la realidad de la tortura.

Esta entrevista se publicó originalmente en el diario suizo ‘Tages-AnzeigerEnlace externo’ en versión alemana.

Traducción del alemán: Belén Couceiro

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