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Para la juventud climática, la democracia va muy lenta

Congregación de jóvenes frente al Parlamento suizo
El pasado mes de septiembre un grupo de jóvenes activistas por el cambio climático se concentró durante tres días en torno al Palacio Federal en Berna, mientras los diputados estaban reunidos en sesión parlamentaria. La finalidad de este acto de desobediencia civil era presionar a los diputados para que elaboraran una protección climática eficaz. ¬© Keystone / Anthony Anex

Las manifestaciones de jóvenes contra el cambio climático han regresado de nuevo: a finales de septiembre hubo protestas desde Argentina, la Bundesplatz de Berna o Kenia hasta Nueva Zelanda. Pero la mayoría de los menores de 25 años están poco o nada interesados ​​en utilizar las herramientas de la democracia, especialmente en participar en las elecciones. Suiza toma nota de esta actitud encogiéndose de hombros. Austria y Australia, sin embargo, han optado por enfoques diferentes.

El mensaje a los políticos de todo el mundo es alto e inconfundible: «Sois demasiado lentos; vale, al final estáis haciendo algún progreso en la protección del clima, ¡pero daos prisa!»

Berna, 21 de septiembre: un grupo de jóvenes activistas contra el cambio climático levantaba un campamento de protesta en la Bundesplatz, justo al otro lado de la calle del Parlamento y de la sede del Gobierno. Dado que dentro del Palacio Federal estaba reunido el Parlamento, la acción política anterior era ilegal. Con su acto de desobediencia civil, el grupo de manifestantes provocó una intensa polémica. Al cabo de tres días, la policía despejó el campamento y detuvo a 85 participantes.

El movimiento Klimajugend (Juventud climática), inspirado en la activista sueca Greta Thunberg, es la punta de lanza política de la generación U25 (menores de 25 años). Es un movimiento muy activo, pero solo de forma muy selectiva. Es decir, únicamente para temas que les afectan de manera directa: como jóvenes con una alta esperanza de vida, al menos en Europa, quieren salvar el clima y, con ello, el planeta.

Ejercer presión desde fuera, no desde dentro

La imagen de Berna lo resume bien: los “jóvenes climáticos” libran su batalla afuera, en la calle, y no dentro, en el Palacio Federal, es decir, siguiendo los canales de la democracia «clásica». Porque solo una minoría participa en votaciones y elecciones, así como en iniciativas ciudadanas o se une a un partido. El principal argumento es que, ante el rápido tic-tac del reloj, ese camino lleva demasiado tiempo.

De modo que existe una brecha entre la generación U25, en algunos casos muy activa, y la democracia institucional.

Esta brecha también se expresa en una circunstancia que sorprende a primera vista: el voto a los 16 años no figura entre los principales temas del ideario de los jóvenes en Suiza.

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La brecha también se puede cuantificar: en las elecciones parlamentarias de 2019 solo participó el 33% de los que tenían entre 18 y 24 años. En cambio, el grupo de 65 a 74 años, con un 62%, acudió a las urnas casi el doble. La media general de participación fue del 45,1%.

Fue precisamente la “juventud por el clima” la que contribuyó significativamente a la histórica victoria de los Verdes y a la etiqueta de «elección climática» con la que se calificó a las elecciones legislativas suizas de hace un año.

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Manifestación de jóvenes contra el cambio climático

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Desde hace un cuarto de siglo, la participación media de los menores de 25 años en las elecciones suizas suele ser de alrededor de un tercio. Las elecciones de 1995 fueron atípicas: a pesar del estreno de la votación a los 18 años en Suiza, solo participó el 22% de los menores de 25. La cifra más alta sigue siendo el 35% conseguido en las elecciones de 2003.

La vieja cantinela

El lamento de la mayoría del Parlamento por el escaso interés mostrado por los jóvenes demócratas suizos es la misma cantinela de siempre. Porque son precisamente los mismos representantes del pueblo los que desde hace años han hundido todos los intentos encaminados a reforzar la educación política en las escuelas, que ahora sería una competencia nueva de la Confederación, es decir, del Estado, en lugar de los cantones. Así, el federalismo es responsable de que la educación política siga siendo un mosaico de la política educativa: en la mayoría de los 26 cantones está adscrita a la asignatura escolar de educación cívica, con una lección por semana.

Esto contrasta fuertemente con el glamur con el que a los políticos les gusta bañar la democracia suiza. Hay una expresión popular que dice claramente: «¡Nada viene de nada!» Y también en el deporte, un entrenador suele decirle al principiante: «¡Los ganadores no surgen de la nada!»…

Pero la presencia de la juventud por el clima ha provocado una nueva dinámica. «Tenemos que alejarnos de considerar de manera absoluta el voto como el punto más alto de la democracia», reclamaba hace poco un profesor de secundaria que tomaba parte en un evento en Berna sobre la participación de los jóvenes. El tema de su intervención era «¿De la calle a las urnas?».

Ese cambio de perspectiva podría, de hecho, presagiar un cambio de paradigma. Ciertamente, es indiscutible que en la democracia directa el voto es un acto central del proceso de toma de decisiones sobre la solución de un tema.

Mejorar el acceso a la política

Pero más allá del voto, existe un campo de oportunidades de participación mucho más amplio de lo que hoy tenemos en Suiza. Se conoce con el término genérico de ”Liquid Democracy”. La «democracia líquida» tiene como objetivo implicar precisamente a aquellas personas y grupos que tienen una reivindicación política, pero que no quieren o no pueden utilizar los canales clásicos de la democracia.

Uno de los grupos objetivo de la «democracia líquida» serían precisamente los movimientos a favor del clima, que deliberadamente quieren presionar al sistema desde fuera.

Taiwán a la cabeza

Sin embargo, el debate sobre ese tipo de complemento democrático, es decir, la apertura de la democracia en Suiza, solo ha tenido lugar hasta ahora en el pequeño círculo de los fanáticos de la democracia. Por otra parte, la clase política teme la nueva competencia, por lo que se muestra muy escéptica sobre el concepto o simplemente lo ignora.

En otros lugares, sin embargo, la «democracia líquida» es una realidad desde hace tiempo. En Taiwán, por ejemplo, todo el mundo, incluyendo a los adolescentes, puede proponer temas a la agenda política a través de plataformas digitales. Si obtiene el apoyo de 5 000 personas, su propuesta se incluirá en la agenda política, donde se tratará con todos los agentes interesados, incluyendo a los impulsores de la propuesta, aun cuando estos sean todavía menores de edad.

Más allá de las discusiones sobre educación política, edad para votar, etc., la participación de los jóvenes en una democracia es fundamentalmente vital. Esto vale tanto para Suiza como para todas las demás democracias.

En concreto, una fuerte presencia activa de los jóvenes significa un fortalecimiento de:

● Representación

● Diversidad de opiniones

● Pluralidad

● Sostenibilidad

● Justicia

● Integración y

● Estima

Todos estos son criterios decisivos para la calidad de una democracia y para los cimientos de una sociedad en su conjunto. 

El coraje del vecino

Ya sea en Escandinavia, África del Norte, América Latina o Asia, numerosos países se enfrentan al mismo fenómeno que Suiza. Una ojeada a nuestro vecino del este muestra que hay otro camino. En 2007, Austria implantó la edad de 16 años para votar, siendo el primer país de Europa en hacerlo. Y eso en los tres niveles. La medida fue acogida con una ardorosa participación: en 2008 el 88% de los jóvenes de 16 y 17 años acudieron a las urnas. En las elecciones de 2013 todavía era un impresionante 63%. Y lo que resulta más interesante es que la participación de los jóvenes de 18 a 25 años fuera inferior, con un 59%.

Además de las simples cifras de participación a corto plazo, los estudios también muestran efectos sostenibles a largo plazo. Para muchos, la participación en la adolescencia es una socialización política, una especie de rito de iniciación democrática: por un lado, sienten que se les está tomando en serio y, por otro, la experiencia tiene un efecto formativo que hace que la participación posterior sea también personal y socialmente valiosa.

Por lo demás, nuestro vecino tampoco es especial. En Austria, la educación política es una asignatura obligatoria únicamente en las escuelas de formación profesional, mientras que en el bachillerato es solo un principio de enseñanza, afirma Sylvia Kritzinger, profesora del Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Viena. Por tanto, la evolución en este ámbito no va más allá de la reducción de la edad para votar, por lo que en Austria la «democracia líquida» sigue siendo todavía un término desconocido. Por cierto, en Argentina, Brasil y Escocia también pueden votar a los 16 años. En Suiza, solo el cantón de Glaris (ver recuadro).

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La obligación de votar, un tributo de sangre

Australia ha adoptado un enfoque completamente diferente. En Australia, el voto es obligatorio. Todos  los mayores de 18 años deben votar en las elecciones nacionales. Esto lleva a una participación media superior al 90%. La participación de los menores de 25 no está muy por debajo del 86%, dice Zareh Ghazarian, profesor de política y relaciones internacionales en la Universidad de Monash, Melbourne. La Comisión Electoral Australiana ha establecido para los jóvenes el objetivo de un 80%. El que no participe se enfrenta a una multa de hasta 80 dólares australianos, ¡eso es más de 50 francos suizos!

Sin embargo, en términos de educación política, la situación en el otro extremo del mundo es similar a la de Suiza. Además de los esfuerzos de la autoridad nacional, existe un colorido mosaico federal. Mientras algunos Estados tienen la educación política como una materia escolar obligatoria, en otros está unida a otras materias, como el inglés, afirma Jacqueline Laughland-Booÿ de la Universidad Católica de Australia en Brisbane.

Por cierto, el voto obligatorio se remonta a la época de la Primera Guerra Mundial. Como este conflicto se cobró un alto tributo de sangre entre los soldados australianos, se introdujo la obligatoriedad de votar con el fin de incrementar la representatividad y la legitimidad de las elecciones.

Traducción del alemán: José M. Wolff

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