“Una votación no es una encuesta en línea”
En la era de la digitalización, la iniciativa popular se utiliza como “un catalizador del populismo”, sostiene François Cherix, ensayista y politólogo que solicita reformas para que la democracia directa suiza “no se convierta en una farsa o en un desastre”.
Nacidas en el siglo XIX, las instituciones han prestado buenos servicios a Suiza. Aun así, nunca han sido objeto de reformas importantes. La democracia directa, en particular, ha conservado el carácter rústico de sus orígenes, mientras la sociedad moderna ha cambiado drásticamente.
Hoy, las nuevas tecnologías revolucionan los hábitos. Por una parte, gracias a la Red, resulta muy fácil enviar propuestas de iniciativas constitucionales a un público meta y recibir de vuelta las firmas necesarias para someterlas a una votación. Por otra, el flujo de imágenes descontextualizadas y de ideas simplistas que circulan por las redes sociales inunda cada vez más a la opinión pública con exageraciones e hipótesis de complot.
Este nuevo contexto tiene tres consecuencias importantes. En primer lugar, el número de iniciativas sometidas al pueblo ha aumentado de forma exponencial. Segundo, la probabilidad de que una propuesta sea aceptada en las urnas ha crecido. Y tercero, el derecho de iniciativa permite que las pulsiones primarias ocupen la escena pública con una facilidad pasmosa: ya no funciona como una válvula de seguridad, sino como un catalizador del populismo.
En este sentido, el dominio de la UDC [Unión Democrática de Centro, derecha conservadora] y sus ideas deben mucho a la democracia directa. Los textos simplistas y xenófobos aprobados recientemente han ocasionado graves problemas a la hora de ponerlos en práctica. Es más, la iniciativa ‘contra la inmigración en masa’ votada en 2014 ha sumido a Suiza en una crisis institucional y europea sin precedentes.
Para los observadores, el riesgo que genera el ejercicio del derecho de iniciativa sin ‘pestillos de seguridad’ es el precio que hay que pagar por tener una democracia lo más amplia posible. ¿Pero qué gana el pueblo cuando se le someten medidas brutales cuyas consecuencias nadie conoce? Desde su perspectiva, los ciudadanos terminarán por percatarse de que los populistas los instrumentalizan a través de iniciativas engañosas que hay que rechazar. ¿Pero cómo creer en la autorregulación de los pueblos cuando la historia la ha desmentido tantas veces? En realidad, consentir que
Suiza se vea amenazada por cualquier pulsión a través de escrutinios aleatorios es una apuesta insensata.
Punto de vista
swissinfo.ch reúne en esta columna una selección de textos escritos por personas ajenas a la redacción. En ella publicamos los puntos de vista de expertos, líderes de opinión y observadores sobre temas de interés en Suiza con el fin de alimentar el debate.
Ahora bien, nada impide un ‘aggiornamento’ [puesta al día] que revalorice la democracia directa. En primer lugar, antes de la recolección de firmas, un Tribunal Constitucional podría examinar el texto de la iniciativa; aseguraría así que respete la unidad de la forma y de la materia; verificaría que no viole principios fundamentales, como los que establece la Convención Europea de Derechos Humanos; señalaría los efectos sobre los tratados internacionales; y garantizaría que el pueblo no se vea ante una disposición engañosa, poco clara, contradictoria o inaplicable.
Además, es hora de elevar el número de firmas requeridas para validar una iniciativa; actualmente, son 100 000, que corresponden solamente al 1,9% de ciudadanos. Un umbral más exigente aumentaría la legitimidad y la credibilidad del procedimiento; además, tendería a reforzar sus cualidades: disminuiría el riesgo de que se convoque al pueblo para resolver una cuestión anecdótica o que afecta únicamente a una ínfima parte de habitantes. Concretamente, lo más simple es elevar a 200 000 el número de firmas requeridas. Pero también se podría fijar un porcentaje mínimo de votantes, del 4 o el 5%, que se ajuste más a la demografía.
La democracia directa es una joya del sistema suizo. Pero hay que cuidarla para que no se convierta en una farsa o en un desastre. Una votación no es una encuesta en línea, sino un cuestionamiento de la Constitución, valor supremo de la Confederación. Y con este espíritu deben emprenderse reformas.
Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente el punto de vista de swissinfo.ch.
Traducción del francés: Belén Couceiro
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