Robo en un banco: en Suiza se pide la “pena de muerte”
Suiza permaneció asombrosamente impasible durante mucho tiempo: a principios del siglo XX los refugiados anarquistas cometieron numerosos excesos en el país que los acogía. Pero un atentado fue la gota de sangre que derramó el vaso: el atraco a la oficina de correos de Montreux en 1907, en el que un empleado fue asesinado a sangre fría de un tiro en la cabeza. Se pidió unánimemente la “pena de muerte”.
La mañana del 17 de septiembre de 1907 se produce en Montreux, ciudad situada a orillas del Lago Lemán, una persecución al estilo de las películas de gánsteres que desde hace poco pueden verse en las salas de cine.
Dos hombres corren por la Avenida del Kursaal. “Deténganlos, deténganlos”, se pide a gritos a los transeúntes. El empleado de correos Auguste Vuilliamoz logra derribar a uno de ellos. El otro -según cuenta un testigo- se escapa corriendo “como una liebre”.
Disparos en la ciudad
Jules Favre, notario, se interpone valientemente en su camino. El fugitivo le dispara un tiro en la pierna y sigue corriendo. El peluquero George Bär tiene peor suerte. Recibe otro disparo y cae abatido delante de su peluquería.
En la calle Schopfergasse, el cochero Octave Pittet bloquea la ruta de escape del fugitivo. Se oye un nuevo disparo y un grito. Pittet cae al suelo con una bala en el vientre. El cerrajero Alfred Niklès se suma sin temor a la persecución y tiene mejor suerte, una bala le roza el cuerpo sin mayor daño.
Al final, llega la policía y atrapa al fugitivo, que se había quedado sin balas, en el gallinero de la Sra. Terribilini.
En la comisaría ambos detenidos se envuelven en un obstinado silencio. A pesar de ello, los policías están convencidos de que se trata de dos anarquistas rusos. Mientras tanto, en el Banco de Montreux el cajero Oscar Gudel yace muerto en un charco de sangre.
Un testigo presencial asegura que los asaltantes habían pretendido cambiar un billete de 5 marcos. Cuando Gudel contaba el dinero, uno de los atracadores le disparó a quemarropa en la cabeza, mientras el otro se dirigió a la caja fuerte abierta y metió los billetes en una bolsa que llevaba alrededor del cuello. Después, los bandidos se dieron velozmente a la fuga.
El director del banco, al que habían avisado por teléfono, se encuentra completamente conmocionado. “Pobre hombre”, dice entre lágrimas. “Pobre Gudel, un joven tan respetable”.
Casi se produce un linchamiento
Esa misma tarde los criminales son trasladados a Lausana para ser identificados. La policía tiene que hacer “todos los esfuerzos posibles” para protegerlos de los centenares de personas que amenazan con tomarse la justicia por su mano. En la ciudad se respira una tensión muy alta. Incluso, los policías que protegen a los presos llegan a ser agredidos.
“Como en Rusia” reza el título con que el diario La Liberté abre su edición del día siguiente, y además de los detalles del drama, publica una entrevista al empleado postal que consiguió atrapar a uno de los autores del asalto. “Vi venir hacia mí, cruzando la calle a toda prisa, a una persona de aspecto sospechoso, con cara de auténtico criminal. Sin dudarlo me arrojé sobre él y pude detenerlo. Poco después llegaron algunos testigos del atraco que me contaron lo que había ocurrido. Un obrero, que llevaba una barra de hierro en la mano, estaba tan indignado con el horrendo crimen que quería matar al individuo. Tuve que apartarlo a un lado y tranquilizarle”.
Los diarios vespertinos confirman la sospecha de que los autores son rusos. Uno afirma ser Maxime Daniekoff. El autor de los disparos asegura llamarse Paul Nilista. Ninguno de los policías se dio cuenta de que les estaba tomando el pelo. “Nilista” no es otra cosa que una deformación de la palabra “nihilista”, con la que se designa a los seguidores de un movimiento político-filosófico bastante extendido en Rusia, que rechaza la autoridad del Estado, la iglesia y la familia y proclama una sociedad liberal y atea.
La prensa informa que “se trata de sombrías figuras criminales” que habían preparado el golpe meticulosamente y asegura que eran auténticos delincuentes profesionales. En la detención se les encontró dinero, oro, una daga, pistolas modernas, cargadores, munición y un saco de tela para el botín.
Segunda víctima mortal
La indignación es enorme. Según La Liberté, los criminales son “anarquistas cuyos principios se basan en la abolición del orden y la ley”. Mientras tanto, el cochero muere a causa de sus heridas y la noticia alimenta la ira de la población tanto como la descripción detallada que la prensa hace de la víctima. “La boca desfigurada bajo el esfuerzo de un último suspiro, los ojos entreabiertos en los que aún podía leerse el horror, las heridas visibles…, todo ello permite hacer una reconstrucción del drama”.
Muerte a gritos
Al ser amenazado con el revólver Gudel dio un grito. Fue entonces cuando el atracador le disparó. “Gravemente herido, Gudel lanzó un segundo grito, un aullido de dolor y terror, mientras intentaba agarrarse al mostrador. En ese momento fue alcanzado por un tercer disparo que le entró por encima de la mandíbula y junto a la oreja. La bala atravesó mortalmente su cerebro”.
Según el periódico La feuille d’avis du Valais, en Rusia tales crímenes estaban a la orden del día. “Uno casi se acostumbra a esas noticias breves, apenas se repara en ellas, y mucho menos cuando tienen lugar en una tierra lejana. Pero esta vez el drama no se representa en Rusia, sino en Suiza, y muy cerca de nosotros, en Montreux”.
Hay que preguntarse -continua el diario valesano- durante cuánto tiempo va a tolerar Suiza ser un “campo de experimentación” para la anarquía y el crimen. “La pena de muerte es el castigo merecido para este tipo de criminales. No se puede permitir que los terroristas rusos piensen que pueden cometer impunemente sus sangrientos atentados en el país que les concede asilo”.
Hubo también voces prudentes
Estas palabras enérgicas y contundentes no caen en saco roto. Cuando los criminales son trasladados a la cárcel de Vevey, una turba furiosa exige a gritos la pena de muerte. Las piedras lanzadas hacen pedazos los cristales del coche en que son trasladados y algunas personas encolerizadas golpean a los presos con sus bastones.
No obstante, en medio de este ambiente, el periódico socialcristiano L’Essor advierte del “viento xenófobo” que podría conducir a la restricción de la libertad de opinión y del derecho de asilo. “Los pueblos fuertes” –puede leerse en el artículo- “no necesitan expulsar a los elementos extranjeros, sino integrarlos o, como mínimo, educarlos”.
Se debería ofrecer a los extranjeros cursos gratuitos “sobre el origen y principios de nuestra democracia, sobre los fundamentos de la moralidad social e individual y de nuestra civilización”.
Pero la mayoría lo ve de otra manera. En poco tiempo se forma en Vevey una guardia urbana para garantizar el orden y la paz y ofrecer sus servicios a la policía. “El ejemplo de Vevey podría crear escuela”, reflexiona La Liberté, “es necesario que los delincuentes de todo tipo sepan que estamos hartos de sus desvaríos y su terror”.
Por fin, identificados
El interrogatorio a los prisioneros revela declaraciones contradictorias y mentiras obvias. De todos modos, la policía consigue desvelar la identidad de “Nilista”. Se llama Nicolai Divnogorsky, tiene 26 años y está casado. Como es un ferviente seguidor de Tolstoi, sus amigos lo llaman Nicolai Tolstoi.
La madre de Divnogorsky declara en Rusia que, siendo aún muy joven, su hijo se fue a vivir al campo y a predicar la revolución entre los campesinos. Regresó a casa vestido con harapos y manifestó su intención de estudiar agricultura. Sin embargo, desapareció y no volvió a saber nada más de él durante mucho tiempo. Sin embargo, no queda claro si la madre carece de más información o si su objetivo es proteger a su hijo.
Nicolai había participado en la fundación de una célula revolucionaria en San Petersburgo, dedicada a la “Propaganda por el hecho”. Sus miembros cometieron diversos atentados y obtuvieron fondos para la lucha revolucionaria a través de robos y chantajes.
Actor
Divnogorsky fue denunciado por un espía y encerrado en la tristemente célebre fortaleza de Peter y Paul. En la prisión se hizo el loco hasta conseguir que lo trasladaran al hospital donde sus camaradas lo liberaron y ayudaron a huir al extranjero.
Según su madre, Nicolai padecía mareos de pequeño y pocos años más tarde se le diagnosticó neurastenia, una enfermedad de moda a finales del siglo XIX que se manifestaba por un agotamiento depresivo, similar al actual burn-out o estrés laboral. Durante su encarcelamiento en Suiza se quejó en numerosas ocasiones de sufrir alucinaciones. Sin embargo, el psiquiatra que lo examinó concluyó que gozaba de buena salud y de total cordura.
Arrepentimiento en el juicio
El proceso se inicia en mayo de 1908. El cómplice de Divnogorsky declara ahora llamarse Maxime Doubowsky y ser relojero. Los dos acusados coinciden en declarar que solo asaltaron el banco para enviar el botín al movimiento revolucionario en Rusia y que nunca tuvieron la intención de matar a nadie.
“El arma se disparó accidentalmente y perdí la cabeza”, afirma Divnogorsky. “Lamento sinceramente la muerte del joven cajero”. El arrepentimiento le valió de poco y fue sentenciado a cadena perpetua por asesinato premeditado. Doubowsky fue condenado a 20 años, aunque quedó demostrado en el juicio que no había participado en los asesinatos.
Nicolai intentó suicidarse en la cárcel. Según una información de L’Impartial, “primero se dejó caer por las escaleras del sótano, por cierto, sin lastimarse; luego intentó matarse colgándose por los pies de los barrotes de su celda; pero pudieron bajarlo a tiempo”.
En el séptimo mes Divnogorsky logra prender fuego a su colchón. “Una vez más los guardias evitan la desgracia. Sin embargo, se produjeron gases tóxicos que le provocan una neumonía que acaba ocasionándole la muerte”. La breve nota del 13 de diciembre de 1908 lleva el apropiado título de “Epílogo de un drama”.
Atentados en Suiza
Una mirada retrospectiva a la historia de Suiza muestra que los actos de violencia con trasfondo político fueron mucho más frecuentes de lo que hoy podemos imaginar. El primer atentado terrorista en suelo suizo tuvo lugar en 1898 contra la emperatriz Elisabeth de Austria (Isabel de Baviera), que fue apuñalada por el anarquista Luigi Lucheni. Sissi fue la primera víctima del terror anarquista en Suiza, pero no la última.
A principios del siglo XX Suiza fue escenario de una auténtica ola de violencia terrorista. Los anarquistas atacaron bancos y el cuartel de la policía en Zúrich, intentaron volar varios trenes, chantajearon a los empresarios, cometieron atentados con bombas y asesinaron a personalidades políticas.
La mayor parte de los terroristas procedían del extranjero: rusos, italianos, alemanes y austriacos que habían encontrado asilo político en Suiza. Solo unos pocos eran suizos y la mayor parte de estos mantenía un estrecho contacto con anarquistas extranjeros. Sin embargo, el terror que estos criminales produjeron fue generalmente mayor que el daño. A veces eran tan inexpertos que las bombas les explotaban accidentalmente mientras las fabricaban.
Traducción del alemán: José M. Wolff
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