La app de rastreo genera enormes recelos
El seguimiento del coronavirus en el período posconfinamiento se realizará de manera digital. Y, tal y como ha decidido el Parlamento, la aplicación suiza para rastrear a las personas contagiadas tendrá que asentarse en una base legal. Mientras algunos lo ven como una promesa de vuelta a la normalidad, otros alertan contra un dispositivo liberticida, cuya eficacia deja mucho que desear.
Europa está empezando a salir de manera gradual del coma artificial en el que se ha sumergido para contener la pandemia de COVID-19. En todos los países, para acompañar el desconfinamiento y evitar una segunda ola de contagios, se están desarrollando aplicaciones para rastrear el virus a través de los teléfonos móviles de los ciudadanos. Sin embargo, esto plantea muchos interrogantes tanto entre la población como entre la comunidad científica.
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Temor a perder libertades en la lucha VS coronavirus
La app suiza DP-3T, desarrollada por las Escuelas Politécnicas Federales de Lausana y Zúrich, se pondrá en marcha en una fase piloto este 13 de mayo. Si decide descargársela (su uso será opcional), medirá la distancia entre usted y otros usuarios a través de la tecnología Bluetooth. Todo el proceso será anónimo y usted no será geolocalizado. Únicamente si ha estado en contacto (a menos de dos metros de distancia durante 15 minutos como mínimo) con alguien que haya dado positivo en COVID-19, durante el período infeccioso, recibirá una notificación. El sistema funciona de manera descentralizada, es decir, los datos no se almacenan en un servidor único.
Ninguna aplicación sin base jurídica
En el Parlamento, hay quienes han expresado sus dudas sobre la protección de la privacidad de las personas que utilizan la aplicación. Durante la sesión extraordinaria dedicada a la pandemia, los diputados aceptaron una mociónEnlace externo que exige que se cree una base legal que acompañe el lanzamiento de la aplicación y limitar así los riesgos. “Hay que evitar, por ejemplo, que los comercios o instituciones exijan el uso de la aplicación a sus clientes o visitantes”, argumentó Damien Cottier, diputado del Partido Liberal Radical (PLR, derecha liberal).
Para que la aplicación sea eficaz, debe utilizarla a diario un número considerable de personas. A menudo se dice que se necesita una tasa de penetración del 60%, similar a la de WhatsApp, la aplicación más popular en Suiza. “Esto hace que sea todavía más importante establecer una base sólida sobre la que construir la confianza del público”, añadió Damien Cottier. Sin embargo, algunos epidemiólogos estiman que si el 20 o el 30% utilizan la aplicación ya ayudaría a frenar la pandemia.
“Hay que evitar que los comercios o instituciones exijan el uso de la aplicación a sus clientes o visitantes”
Damien Cottier
Dando por hecho que había que ir “lo más rápido posible”, el Gobierno valoró que el proyecto podía prescindir de una base jurídica específica. “Solo el médico de familia y el centro cantonal de localización de contactos conocen la identidad de la persona infectada. Además, solo ellos pueden facultar a una persona infectada a informar de la infección al sistema de forma anónima, transmitiendo un código de autorización”, declara el Consejo Federal (gobierno) en su documento expositivo.
“Sería mejor renunciar a utilizarla”
No obstante, los argumentos del Gobierno no son suficientes para convencer a algunos expertos en la materia. Entre los escépticos se encuentra Solange Ghernaouti, profesora de la Universidad de Lausana y experta internacional en ciberseguridad, quien acepta la decisión del Parlamento de crear una base jurídica para “poner una garantía contra el uso indebido de la aplicación”. Y espera que “la elaboración de una ley permita abrir un debate ciudadano sobre el papel de la tecnología digital en la búsqueda de soluciones a problemas concretos”.
“Ningún país ha encontrado la app milagrosa ni ha demostrado su eficacia. En estas condiciones, sería mejor renunciar a utilizarla”
Solange Ghernaouti
Sin embargo, Solange Ghernaouti advierte de que una base jurídica no es necesariamente la panacea. “Nada nos garantiza que el sistema no vaya a ser hackeado. Es más, tendrá cierto atractivo tratar de hacerlo, porque sabemos que los datos relacionados con la salud valen su peso en oro”, comenta. Romper el anonimato requiere ciertas habilidades, pero está convencida de que quienes intenten hacerlo lo lograrán cruzando información. Según la experta, que tenga el sello “hecho en Suiza” tampoco es una garantía de seguridad. Y recuerda que el sistema suizo ha sido desarrollado por un consorcio internacional. “Ningún país ha encontrado la app milagrosa ni ha demostrado su eficacia. En estas condiciones, sería mejor renunciar a utilizarla”, dice.
Más allá de las cuestiones de seguridad, lo que preocupa a la experta es la urgencia con la que se está poniendo en marcha este dispositivo. “No habrá tiempo para probarlo y validarlo adecuadamente, pero se le dará una confianza enorme. Parece que falta tiempo para reflexionar y poner en marcha algo conveniente”, se lamenta. El riesgo está en aceptar (en tiempos de crisis) sistemas de vigilancia, que tal vez no se desinstalen nunca, y crear así un mundo cada vez más orwelliano. “¿Ayudar a los epidemiólogos a controlar las pandemias? Por supuesto que sí, pero no a cualquier precio”, concluye Solange Ghernaouti.
Otros científicos comparten las críticas de esta experta en ciberseguridad. Algunas voces para denunciar los peligros de las aplicaciones de rastreo se han alzado incluso en el seno de la Escuela Politécnica Federal de Lausana (EPFL), como muestra este análisis de riesgosEnlace externo.
El anonimato está garantizado
Durante semanas, los investigadores de la EPFL que participan en el proyecto han estado trabajando 15 horas diarias para finalizar el desarrollo de la app. “Técnicamente, estamos a punto. Estamos listos para lanzar la aplicación cuando las autoridades lo decidan”, explica Emmanuel Barraud, portavoz de la institución.
Aunque entiende las preocupaciones en torno a la seguridad del sistema, quiere tranquilizar. “La aplicación está diseñada para garantizar el anonimato”. La clave está en su funcionamiento descentralizado. “Todo ocurre en los teléfonos de los usuarios y no en un servidor central, que podría ser el objetivo de un intento de piratería”.
Incluso si una persona malintencionada lograra entrar en el sistema, solo obtendría información encriptada, subraya el portavoz. “Obtendrían una lista de códigos no relacionados con nadie. Es la única información que circula entre dos teléfonos”, aclara Barraud.
Tal vez lo que debamos adaptar sean las expectativas que ponemos en la tecnología. Entrevistada por la revista l’IllustréEnlace externo, la responsable de la parte informática del proyecto, Carmela Troncoso, admite que las expectativas son demasiado grandes. “La tecnología Bluetooth utilizada no es perfecta, va a pasar por alto a algunas personas. Y solo por permanecer alerta de haber estado en contacto con una persona infectada no significa que esa persona sea quien le haya infectado”, declara la investigadora al semanario. Troncoso no considera que la aplicación sea la solución, sino “un complemento al rastreo manual”.
Obligatorio en Asia, opcional en Europa
La mayoría de los países de Asia han utilizado tecnologías de seguimiento de pacientes de COVID-19 que se basan en la geolocalización de sus teléfonos móviles. Se han desarrollado diversas técnicas, generalmente basadas en datos que los operadores de telefonía transmiten directamente. Los usuarios no tienen forma de escapar de ellos.
Los países occidentales han preferido inspirarse en la app que en febrero desarrolló Singapur, inicialmente menos intrusiva y que se descarga de forma voluntaria. Esta aplicación no permite saber dónde se encuentran los usuarios, porque utiliza la red de corto alcance Bluetooth en vez de la geolocalización.
En Singapur, sin embargo, la información de los contactos está centralizada en una base de datos administrada por el Gobierno. Este sistema ha degenerado después en un dispositivo de vigilancia masiva, con la obligación de escanear un código QR para entrar en los lugares públicos.
Traducción del francés: Lupe Calvo
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