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Una idea radical de la libertad

Ejemplares de literatura anarquista en la conferencia de Saint-Imier. Roger Wehrli

Hay pocos anarquistas y a veces su visión despierta desconfianza. Muchos la consideran utópica. Pese a las múltiples derrotas que han marcado su historia, hoy sus ideas y prácticas libertarias dan origen a muchos movimientos sociales.

“El anarquismo (…) ocupa el lugar que tenía el marxismo en los movimientos sociales de los años 1960: incluso quien no se considera anárquico recurre a ideas anarquistas y se define en relación a ellas”.

Es lo que escribía recientemente el antropólogo estadounidense David Graeber, uno de los intelectuales de referencia del movimiento Ocuppy Wall Street.

La frase parece salida de la boca de un militante anarquista, y es verdad que de las recientes crónicas de los movimientos sociales emergen cada vez más elementos del pensamiento libertario: el principio de la autogestión, las decisiones basadas en el consenso, el rechazo de las jerarquías.

Con algunos años de retraso, el anarquismo parece resentir los efectos de 1989. “Desde hace tres lustros, el anarquismo vive una resurrección”, afirma Gabriel Kuhn, filósofo anarquista de origen austriaco. La caída de los regímenes comunistas, de algún modo, ha dado razón a los anarquistas. El pensamiento marxista tradicional ha perdido brío para la izquierda anticapitalista.

“En los años noventa, mucha gente compartía las críticas al socialismo autoritario, pero tenía reservas hacia el anarquismo, que consideraba utópico, romántico y caótico. Sin embargo, se han retomado muchos elementos del anarquismo: la democracia de base, la organización horizontal, el escepticismo hacia las jerarquías y los políticos, y también el principio de la acción directa”, explica Kuhn.

Entrevisto a Gabriel Kuhn en Saint-Imier, en el Jura bernés, durante la reciente conferencia internacional sobre el anarquismo organizada con motivo del 140º aniversario del congreso que dio vida a la Internacional Antiautoritaria.

Aquí comenzó la primera fase de la historia del movimiento anarquista, marcada por una presencia significativa de anarquistas del movimiento obrero de algunos países y por las experiencias revolucionarias de la Comuna de París (1871), de los soviets ucranianos (1905) y la revolución española (1936). Una fase que podemos considerar concluida a finales de la Segunda Guerra Mundial.

De la lucha de clases a la rebelión social

El pensamiento anarquista reemergerá en los movimientos de los años 1960, en los que predominaba una inspiración libertaria. “En el contexto de la nueva izquierda de 1968, el anarquismo cambia de carácter. Los aspectos culturales adquieren un papel más importante. La rebelión contra el orden burgués gana barlovento sobre la tradicional lucha de clases”, anota Gabriel Kuhn.

El anarquismo influencia la nueva izquierda y se ve influido por ella. El movimiento se abre a nuevas perspectivas. “La tradicional condición central de las cuestiones económicas se ve con ojos más críticos, la atención se desplaza también hacia otros ámbitos: el patriarcado, el racismo, la discriminación por motivos sexuales, la destrucción del ambiente natural”.

Después de 1968, el anarquismo adquiere distintos matices. “Hay ciclos generacionales, y el año 1968 es un punto importante; luego están quizás los años 1980, con el movimiento punk, y los años 1990, con la insurrección de los zapatistas en México, el inicio de los movimientos antiglobalización y la aparición de Internet”, observa Marianne Enckell, archivista del Centro Internacional de Investigación sobre el Anarquismo (CIRA), de Lausana.

La visión que se tenía en siglo XIX de una gran regeneración revolucionaria, aunque no desaparece, tiende a pasar a un segundo plano respecto a las tentativas de construir en el día a día espacios lo más autónomos posible.

“Se tiene cada vez menos la visión del momento del cambio y se intenta siempre más imaginar la aplicación de las ideas anarquistas a la vida diaria”, resume Edy Zarro, uno de los moderadores de la editorial anarquista La Baronata, del Tesino, que asiste a la conferencia de Saint-Imier con otros compañeros de su cantón. La palabra clave, en este contexto, parece ser autogestión.

La anarquía cotidiana

En las últimas décadas, el movimiento libertario ha encontrado un terreno fértil de reflexión y experimentación en las distintas manifestaciones de autogestión que han surgido en Italia, España u otros lados. Gracias a su estructura horizontal y flexible, ha sabido congregar y absorber rápidamente los impulsos provenientes de otros movimientos sociales.

 “El Molino, por ejemplo (un centro social de autogestión que nació en el Tesino en 1996), está muy influenciado por el movimiento zapatista mexicano. Varios compañeros y compañeras viajaron a Chiapas y volvieron con ideas de las que han extrapolado teorías y prácticas que sirven todavía”, relata Paolo Casellini, uno de los activistas del centro social.

“Lo que es interesante para nosotros, los anarquistas y libertarios, es la adopción de métodos de consenso horizontal, de autogestión y sin poderes. No hay que ir tan lejos, hasta México, basta fijarse en lo que ocurre en el Val di Susa con el movimiento NoTav (que se opone a la conexión ferroviaria de alta velocidad entre Francia e Italia)”, observa, por su parte, Michele Bricòla, redactor del periódico anarquista Voce Libertaria, del Tesino.

Sin duda en el seno del movimiento anarquista no hay unanimidad sobre la apertura a movimientos afines ni sobre la tendencia a sustraerse del poder más que combatirlo frontalmente. Pero ambos sectores del anarquismo parecen haber dejado atrás –si alguna vez los adoptaron como propios- los conceptos de hegemonía de las teorías políticas del siglo XX, dando predilección a las relaciones reticulares con otros movimientos sociales.

“Durante un tiempo proclamábamos nuestras teorías, hoy estamos aquí para aprender”, afirma Peter Schrembs, un activista cuadragenario involucrado desde hace años en el anarquismo tesinés.

Pragmatismo radical

“En cualquier caso, los anarquistas son tan minoritarios que si se niegan a colaborar con otros no pueden hacer gran cosa. Y además, no son los anarquistas quienes hacen la revolución, sino la gente. No queremos hacer las cosas en el lugar de la gente, no somos una vanguardia revolucionaria”, afirma Michel Némitz, del centro cultural autogestionado Espace Noir de St-Imier, uno de los organizadores de la conferencia internacional.

Hoy, el anarquismo parece privilegiar la práctica, la acción concreta inspirada en metodologías libertarias. Un acercamiento con raíces históricas en el movimiento. Como escribe David Graeber, “el anarquismo ha intentado ser un discurso ético sobre la práctica revolucionaria”.

Un discurso ético basado en la presunción de que la libertad no puede conquistarse con medios autoritarios y que el cambio social comienza por el cambio de las relaciones diarias”.

Durante el Congreso de Saint-Imier de 1872, varias federaciones obreras de España, Italia, Bélgica y la Suiza francófona -que simpatizaban con los anarquistas expulsados de la Primera Internacional- crean una organización cuyo objetivo reside en distribuir todo poder político. Los principios fundadores son la autonomía de cada grupo que se adhiere y el federalismo.

El anarquismo tiene cierto seguimiento entre el movimiento obrero de los países latinos, pero la Internacional Antiautoritaria no sobrevive mucho tiempo. En los años sucesivos, los anarquistas están en boca de todos sobre todo por varios atentados contra representantes del poder estatal.

Como la mayor parte de los movimientos políticos salidos de la Revolución Francesa, muchos anarquistas comparten la idea de que la violencia puede ser un instrumento legítimo de lucha política, incluso si en el seno del anarquismo existen corrientes pacifistas (entre sus exponentes más destacados figura León Tolstoi).

La leyenda negra tejida en torno a los autores de atentados anarquistas –y quizás alimentada por los propios anarquistas– la represión policial y la clara hostilidad de los marxistas pesan durante largo tiempo sobre el movimiento libertario.

Solo en raras ocasiones –en la Comuna de París de 1871, los soviets ucranianos de 1917, la revolución española de 1936– el anarquismo encuentra un terreno fértil para intentar traducir en realidad su utopía: una sociedad solidaria de personas libres e iguales, privada de toda forma de dominio. Cada vez paga un precio muy alto.

(Traducción: Belén Couceiro)

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