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Suizos narran vida en trincheras de 1914 a 1918

Una columna francesa en marcha hacia el infierno de Verdún. AFP

Miles de suizos lucharon en las filas francesas durante la Primera Guerra Mundial, cuyo centenario celebramos este año. De Blaise Cendrars a Valdo Barbey, pasando por Edouard Junod, algunos dejaron conmovedores testimonios de su vida de ‘poilus’.*

28 de septiembre 1915. En el norte del Río Marne, el segundo regimiento de a pie de la Legión Extranjera se lanza al asalto de la granja de Navarino, en manos de los boches (soldados alemanes). Alrededor de las 15:30, bajo una lluvia persistente, el caporal Sauser es alcanzado por la metralla de la infantería alemana. Pierde su brazo derecho.

“Un brazo humano chorreando sangre, un brazo derecho cortado por encima del codo, cuya mano seguía viva y los dedos escarbaban el suelo como buscando enraizarse”, narra Sauser, alias Blaise Cendrars, en su libro La mano cortada.

Ese mismo 28 de septiembre, algunas trincheras más lejos, el capitán Edouard Junod envía una nota a su hermana. “Escribo en la oscuridad. El día fue terrible. Avanzamos lentamente. El adversario es duro, su artillería, admirablemente utilizada, nos entorpece continuamente. No hay tregua, ni de día ni de noche. Llueve. Se filtran algunos rayos de luz. Un sol pálido; tiritamos. Moral excelente. No entiendo cómo estoy todavía de pie”.

Por la tarde, el ginebrino Junod “cae fulminado por las balas de las ametralladoras alemanas escondidas en el bosque”, narra el periodista Paul Seippel. Muere a los 40 años tras una guerra breve, pero de una violencia inaudita.

En la nueva Enciclopedia de la Gran Guerra (Ediciones Tempus), el historiador Stéphane Audoin-Rouzeau describe el nacimiento de la guerra de trincheras.

En septiembre de 1914, después de la batalla del Marne, “exhaustos por los inmensos esfuerzos de las semanas anteriores, los soldados cavan espontáneamente “madrigueras de zorrillos” para protegerse de los proyectiles: interconectados gradualmente, estos agujeros individuales forman las primeras líneas de trincheras. La infantería alemana, mejor entrenada en fortificaciones en campaña, parece haber dado el ejemplo de ese entierro sistemático, lo que le valió el reproche de los aliados de haber degradado las modalidades tradicionales de la confrontación guerrera”.

En la guerra de trincheras, los beligerantes son separados por una zona de peligro extremo: la tierra de nadie. La guerra se hace esencialmente defensiva. Para romper el frente inmóvil de las trincheras, los estados mayores franceses y alemanes intentan ataques, la mayoría sin éxito, al menos hasta 1918.

Un comprometido, un mercenario

Un mundo separa a Cendrars de Junod. El escritor, nacido en La Chaux-de-Fonds, se alistó de manera voluntaria. En agosto de 1914, escribió un llamado  trágicamente premonitorio en la prensa parisina. “Los amigos extranjeros de Francia sienten la necesidad imperiosa de nuestros brazos”. Cendrars se enrola  y parte al combate a Artois y luego a Champagne.

Junod es un mercenario de la vieja tradición militar suiza. Oficial del ejército, presta sus servicios en la Legión y participa en las campañas de Marruecos, Tonkín y Madagascar. Un duro. Su contemporáneo, Albert Erlande, lo describe en mayo de 1915, durante la sangrienta Batalla de Artois: “El capitán Junod, un pie sobre el peldaño de la escalera de una trinchera excavada a zapapico, su cigarrillo ruso en la boca, el látigo en la mano, los ojos fríos que electrifican a su compañía, ordena con una voz suave: ‘¡Adelante, hijos míos! ¡Ánimo!’”

Junod murió por nada, o casi. La ofensiva de Champagne, lanzada por el general Joffre, comandante en jefe de las huestes francesas, concluye con un avance de … 4 km. El costo humano es aterrador. El ejército francés deplora 28.000 muertos, 98.000 heridos, 53.000 prisioneros y desaparecidos.

Valdo Barbey, Sesenta días de guerra en 1914, ediciones Bernard Giovanangeli, 2004.

Binet-Valmer, Memorias de un voluntario comprometido, Ediciones Flammarion, 1918.

 

Edward Junod, capitán de la Legión Extranjera (1875-1915), cartas y recuerdos reunidos por Paul Seippel, París, 1918.

Suizos de habla alemana y francesa

¿Cuántos son esos suizos alistados en la Legión? “Formaron siempre un poco más de un tercio de los regimientos extranjeros”, escribe en 1916 Gauthey des Gouttes, quien preside el comité de los suizos al servicio de Francia. Estima el  número en “alrededor de 2.500 a 3.000 hombres”.

Después de la declaración de guerra, cientos de suizos se trasladan a París, al Café du Globe, Boulevard de Strasbourg, que se convierte en lugar de reclutamiento. “Del pastor protestante al camarero, del estudiante en Letras al encargado de la ordeña”, los exiliados suizos se enlistan en masa, exulta Gauthey des Gouttes. “Cuento, por mi parte, más de 800 voluntarios con los que mantenía correspondencia, 300 suizos de habla alemana y 500 de lengua italiana y francesa”.  

¿Por qué tanto entusiasmo? Gauthey des Gouttes lo explica por “la violación de Bélgica” por el ejército alemán, “porque era la violación de Suiza en perspectiva”. A los que acusan a esos voluntarios de haber traicionado la neutralidad helvética, el francófilo responde: “Algunos vinieron desanimados por los tejemanejes germanófilos en nuestro país”.

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Una ‘alhaja’, el diario de Barbey

Entre los suizos que luchan del lado francés están también los naturalizados. Perdieron el pasaporte con la cruz blanca, pero mantienen fuertes lazos con su país de origen. Valdo Barbey tiene 34 años cuando estalla la guerra. Nacido cerca de Yverdon, se había instalado en París para estudiar Bellas Artes. En septiembre de 1914 recibe el encargo de dibujar el uniforme del enemigo. La rutina de la retaguardia lo oprime. Él quiere pelear. A finales de octubre se cumple su deseo. Barbey es enviado al frente, en el Pas-de-Calais.

Su diario, que publica en 1917 bajo el seudónimo de Fabrice Dongot, narra  cotidianamente los terribles enfrentamientos cara a cara de las trincheras. 26 de octubre de 1914: “A un metro de nuestros refugios están cavadas cuatro tumbas, cada una con una cruz sobre la que se balancea un quepí. Son de cuatro desafortunados, muertos cerca de aquí, en el sótano de una casa, por un obús que penetró a través del respiradero…”

2 de noviembre: “La metralla de los boches llueve sobre nosotros; las balas nos pasan por encima. A mi izquierda oigo gritar, “¡Ah, mamá!” Luego el silencio. 1º. de diciembre. “Han dado la orden de cargar la bayoneta y de pasar al ataque (.. ) Henos en la zona arrasada por las balas … dzing , dzing , dzing… Algunos  caen. Corremos, saltamos, algunos gritan, otros ríen…”

En esta lucha a muerte por unos pocos metros de terreno, los valores humanos no han desaparecido por completo. Entrando en una trinchera llena de cadáveres enemigos, la sección de Barbey entierra a los muertos, a pesar de la lluvia de obuses. “Excavar no es nada, lo más duro es transportar esos pobres cuerpos  mutilados”.

Alcanzado por una bala en la cabeza y otra en la espalda, Barbey es evacuado de la zona de combate. Cuando a finales de los años 20, el ex poilu e historiador Jean Norton Cru reúne los testimonios de la Gran Guerra, se entusiasma con la narración de Barbey (Vaud). “Una alhaja pura ( … ) Al leer ese diario me pregunto si fue igualado en la pintura del día tras día en la vida de soldado”. 

El aventurero Binet-Valmer

Barbey es sobrio y preciso en la descripción de los combates, mientras que el ginebrino Binet-Valmer hace uso de un estilo más rebuscado. En el momento de la declaración de guerra, el escritor, de 39 años, ha publicado ya una docena de libros. Pide la nacionalidad francesa y hace cuánto es posible para ser reclutado por el General Trentinian, al que cruza en los restaurantes más chics del Bois de Boulogne.

Trentinian no quiere, pero Binet-Valmer se aferra y acaba por inventarse el título de escudero del general. Promovido a mariscal de logística, luego a subteniente en los tanques, el ginebrino vive su guerra como escritor-periodista. Narra sus hazañas en veinte episodios trepidantes, para los lectores del Journal.  

El historiador Norton Cru tiene poco respeto por este “todólogo”. “Binet-Valmer era un verdadero mosquetero, quería correr todas las aventuras de la guerra y lo logró, sin querer limitarse a la aventura más común, la más esencial. la de soldado de infantería”.

Un juicio un poco severo: Binet-Valmer vive de cerca los combates de Ethe (Bélgica), en agosto de 1914, y termina por recibir una herida durante la batalla de Malmaison, en octubre de 1917.

Traducción del francés, Marcela Águila Rubín

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