Cafés suizos, lugares de encuentro de la élite cultural y social en Europa
En el siglo XIX, los cafés regentados por emigrantes de los Grisones (sureste de Suiza) se extendieron por las principales ciudades europeas, convirtiéndose en lugares de encuentro de las élites culturales y sociales. De Palermo a Copenhague, estos establecimientos no sólo ofrecían innovaciones culinarias y un entorno lujoso, sino que también se convirtieron en auténticos centros de debate literario y político y en protagonistas de la difusión de nuevas ideas y tendencias culturales.
«La propia firmante se toma la libertad de informar al distinguido público que los cantantes italianos Annato y Perecini actuarán a diario en el café de Jagersborg Dyrehave». Para contar esta historia hay que remontarse a los años veinte. Tras la muerte de su marido, Barbara Lardelli, natural de Poschiavo (pequeña localidad ubicada en el cantón de los Grisones) regentaba por su cuenta un café en Copenhague, exactamente en la ciudad de Jagersborg, y después también en Charlottenlund. Estos cafés se encontraban al lado del parque de atracciones al norte de la capital danesa, y eran conocidos no sólo por sus pasteles y dulces variados en verano, sino también por organizar actuaciones musicales para entretener a la clientela.
Una emigración procedente de los Grisones
Estamos en los albores de la edad de oro de las pastelerías y cafés suizos en el extranjero. Fueron fundados principalmente por emigrantes de los Grisones, entre ellos muchos de Poschiavo, que desde mediados del siglo XVIII hasta las primeras décadas del siglo XX abrieron sus propios cafés en las principales ciudades europeas, de España a Inglaterra, de Italia a Polonia.
A principios del siglo XIX, sólo en Copenhague había 18, la mitad de ellos regentados por oriundos del cantón suizo de los Grisones. «En Dinamarca, estos establecimientos supusieron un fenómeno nuevo. Y estas personas procedentes de los Grisones fueron pioneras en ofrecer nuevos productos», explica Silva Semadeni, historiadora natural de Poschiavo.
A partir de una vieja fotografía familiar, Silva Semadeni ha reconstruido la historia de cinco mujeres. Esta investigación en profundidad le llevó a rebuscar en archivos de Dinamarca, España, Coira (ciudad suiza) y Poschiavo, rastreando las aventuras migratorias de sus antepasadas. Este meticuloso estudio dio como resultado el libro ‘Le cinque aveEnlace externo’ (Las cinco mujeres), una publicación que «ofrece una nueva mirada sobre el tiempo y la historia de las mujeres del valle de los Grisones», afirma el prefacio del libro.
La pequeña localidad de Poschiavo se encuentra en un angosto valle de los Grisones, limítrofe con Italia.
La emigración fue el destino común de muchos de sus habitantes. Algunos hicieron fortuna en la confitería y la gestión de cafeterías por toda Europa. No obstante, también invirtieron su capital en Poschiavo, convirtiéndolo en uno de los pueblos con más encanto de Suiza.
Con la intención de dar a conocer la historia de estas personas emigrantes y del paso del tiempo en Poschiavo, se han llevado a cabo varios actos conmemorativosEnlace externo recientemente, como una exposición en el Museo de Poschiavo, un recorrido audiovisual por el centro histórico, una conferencia sobre los cafés de Val Poschiavo en Europa y su papel, un encuentro con cursos de pastelería, música y teatro, una lectura musical sobre algunas de las historias y una publicación turístico-cultural sobre la historia del pueblo de Poschiavo.
«Los cafés pronto se convirtieron en lugar de encuentro de la emergente burguesía europea: hombres de negocios, comerciantes, periodistas, escritores…», prosigue Semadeni. «Para atraer a esta clientela, los propietarios o propietarias proporcionaban periódicos y revistas, y en sus locales se discutía de política y literatura».
Las investigaciones sobre el papel de estos cafés en la difusión de la cultura, las nuevas tendencias, el progreso y el conocimiento son todavía incipientes, señala la historiadora. «Lo que sí podemos afirmar es que los emigrantes de Poschiavo eran ante todo empresarios astutos, cuyo principal objetivo era hacer negocios y sólo en segundo lugar promover la cultura o las ideas liberales de la época».
Lugares de encuentro de la burguesía
En la segunda mitad del siglo XIX, más de cien cafés de Europa estaban regentados por suizos y suizas del valle de Poschiavo. La densa red de renombrados «Cafés Suizos» se extendía desde el Imperio Ruso hasta Portugal, pasando por el Reino Unido, Dinamarca, Francia, España e Italia. Eran lugares de encuentro para la burguesía liberal y ofrecían una alternativa a los exclusivos salones frecuentados por la aristocracia.
La bebida por excelencia era, por supuesto, el café, importado de las colonias. También se ofrecía chocolate, té, vinos selectos, licores, digestivos, a menudo preparados por los propios emigrantes en sus locales, y por supuesto innovaciones gastronómicas como el helado. «A principios del siglo XIX, en Bilbao (España), dos pasteleros de Poschiavo propusieron el ‘bollo suizo’, un panecillo de mantequilla y leche que recordaba al tradicional ‘pan grass’ que se hacía en el Valle de Poschiavo», explica la historiadora. «Con el tiempo, se convirtió en uno de los dulces españoles más conocidos. De hecho, sigue siendo muy popular en la Península Ibérica. A menudo, los emigrantes intercambiaban recetas durante sus idas y venidas a casa, contribuyendo así a la creación de una cultura europea del postre».
La experiencia de vivir en ciudades de Europa, y en particular de estar en contacto con una clientela burguesa, también influyó en la forma de pensar de los emigrantes. Cuando regresaron a Poschiavo, trajeron consigo esas nuevas ideas.
Tal vez la más importante fue el liberalismo. Estas personas emigrantes volvieron a su pueblo con ganas de contribuir con nuevos aires al futuro de su valle, e incluso, de Suiza.
El nuevo espíritu y los recursos financieros que aportaron permitieron el florecimiento de iniciativas económicas y constructivas y se crearon las primeras escuelas públicas confesionales. En ese momento, surge también el asociacionismo, elemento fundador de la nueva Suiza liberal.
Fuente: Exposición sobre los confiteros en el Museo de Valposchiavo, verano de 2024
El éxito de los cafés, sin embargo, no sólo se explica por la tentadora oferta de dulces y bebidas. Su fortuna dependía también de otras características, como su céntrica ubicación en la ciudad, la decoración y el servicio. Un buen ejemplo de ello es la empresa Matossi, que abrió el Café Suizo en 1844 en Pamplona, en la Plaza del Castillo, centro neurálgico de la ciudad española. Fue el primer café de la capital navarra.
Cincuenta años más tarde, en 1891, había más de 50 Cafés Suizos en 34 ciudades españolas. El de Madrid, inaugurado en 1845 por Francisco Matossi, Bernardo Fanconi y Compañía en la arteria más importante de la capital, se distinguía por el lujo y la elegancia de sus locales. Fue uno de los cafés más frecuentados de la capital española y lugar de encuentro de destacadas personalidades. Constaba con varias salas, entre ellas una dedicada al billar, otra para la lectura de periódicos y revistas y un salón exclusivo para señoras, llamado ‘Salón blanco’.
Después de la música, los debates
«Al igual que en Copenhague y otros países europeos, la oferta del Café Lardely de Pamplona, regentado por la familia Lardelli, estaba en consonancia con los cambios y nuevo hábitos de la sociedad», cuenta Semadeni en ‘Le cinque ave’. La historiadora hace alusión a los años veinte, cuando este café era frecuentado por el escritor estadounidense Ernest Hemingway, aficionado a los encierros de la ciudad, como queda reflejado en su novela ‘Fiesta’. La clientela del Café Lardely se deleitaba con las «dulces armonías de un piano sonoro», así lo describía un semanario local en 1860.
Lo mismo ocurría en el Café Suizo de Vigo, abierto por iniciativa de dos oriundos de Poschiavo, donde, en 1897, un pianista interpretaba todas las noches obras de Chopin, Mendelssohn y otros compositores. También aquí, un ilustre escritor y aventurero, Jules Vernes, pasaba el tiempo leyendo la prensa internacional mientras su barco estaba atracado en el puerto en 1878.
Una familia originaria de la Engadina y propietaria de numerosas cafeterías, tostaderos de café y tiendas coloniales en Nápoles, Bríndisi y Catania, también vería pasar al escritor Tomasi di Lampedusa por su café Caflisch de la Via Roma en Palermo, lugar en el que daría forma a su libro ‘El Gatopardo’. En Florencia, el café Giubbe Rosse, llamado así por el color del uniforme de los camareros, fue centro de encuentro de intelectuales y artistas vinculados al grupo de la revista ‘Lacerba’ y al futurismo, como Palazzeschi, Papini, Soffici y Rosai.
Por otro lado, en Berlín, Heinrich Heine frecuentaba el conocido café de los hermanos Josty, originarios de Sils Maria, en la Engadina (valle alpino de los Grisones). En sus escritos, el poeta alemán recuerda con entusiasmo la actividad de estos pasteleros. En San Petersburgo, en las mesas del legendario Café Chinois, inaugurado por Salomon Wolf y Tobias Branger, de Davos (cantón de los Grisones), se sentaban artistas y escritores como Puskin, Dostoievski y Gogol.
El fin de una era
Con el paso del tiempo, el entretenimiento musical comenzó a extenderse a otros locales también, como cervecerías y salas de música. Los emigrantes de los Grisones perdieron entonces la exclusividad de esa oferta y tuvieron que desarrollar nuevas ideas para distinguirse y atraer a la burguesía y a la clase intelectual y literaria.
«En el Café Suizo de Madrid se organizaban tertulias, debates literarios y políticos», recuerda Semadeni, citando una investigación de la profesora española Mónica Vázquez Astorga. «Participaban las personalidades más ilustres de la época y se discutían temas de actualidad. Eran actos que podían reunir hasta 500 participantes».
Tras su renovación en 1884, el local conocido como «el café la bohemia» consistía en un enorme y elegante salón, amueblado según las últimas tendencias con sofás de terciopelo rojo, grandes espejos y 100 mesas de mármol.
A principios del siglo XX, el Café Suizo de Madrid, como tantos otros, cerró sus puertas. Un momento que el periódico El Liberal describió así en 1919: «El viejo establecimiento -antiguamente el más distinguido y aristocrático de Europa- tenía un aire de profunda melancolía que se reflejaba especialmente en los espejos que colgaban de las paredes como enormes lágrimas silenciosas. ‘El Suizo’ era conocido como el más ilustre café de la alta burguesía madrileña».
La escena política internacional con la Primera Guerra Mundial primero, la Revolución Rusa después y la Guerra Civil en España después, supuso el final de la emigración de los pasteleros y pasteleras de los Grisones y, por tanto, de los Cafés Suizos en el extranjero. Terminaba así una época que dejó importantes huellas no sólo en las grandes ciudades europeas, sino también en los valles de origen de los emigrantes, como el de Poschiavo.
Texto adaptado del italiano por Carla Wolff
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