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Diseño suizo en la ‘nueva cocina española’

Luki Huber con la cuchara coladora, una de sus llamativas creaciones para 'elBulli Collection'. cortesia

Luki Huber es un diseñador de producto suizo, formado y afincado en Barcelona. Entre otros proyectos, formó parte del equipo creativo del afamado restaurante El Bulli de Ferrán Adriá, en lo que fue el primer contacto experimental entre la alta cocina y el diseño gráfico.

Sus conceptos prácticos y divertidos, que conectaron plenamente con el peculiar concepto gastronómico ideado por Adriá, mejoran y reinventan objetos ya conocidos tanto en la cocina profesional como en la de uso doméstico.

Huber llegó a Barcelona con apenas 20 años en 1994 para ampliar sus estudios y conocer otra cultura. Su relación con la capital catalana fue intensa desde el principio. Primero se enamoró del edificio de la Escuela de Arte y Diseño Massana y en el primer día de clase le pasó lo mismo, pero esta vez de una alumna, una chica española con la que ahora convive.

“La verdad es que fui a Barcelona para tres años y ahora tengo fuertes argumentos para quedarme, pero sigo conservando mis raíces de Lucerna”, cuenta entre risas Huber a swissinfo.ch.

Lo cierto es que el oficio de diseñador lo aprendió en Barcelona, confiesa. Al comienzo fue un choque ya que “no entendía la cultura ajena ni casi la propia”. Sus primeras creaciones fueron juegos infantiles para plazas públicas. Después se hizo autónomo y comenzó con proyectos como velas originales (a modo de paquete de pasta) o envases, que tuvieron una extraordinaria aceptación en el mercado.

Un suizo en El Bulli

Una de las aventuras que más le marcaron fue su colaboración con el equipo creativo de El Bulli, el célebre restaurante de Ferrán Adrià, elegido varias veces el mejor del mundo y conocido por la técnica de la deconstrucción o la cocina molecular. El genio Adrià, máximo exponente de la cocina ibérica y uno de los mejores cocineros del momento salió elegido por la revista ‘Time’ en la lista de los 100 personajes más innovadores del planeta.

Lo cierto que es Huber entró en contacto con este universo creativo por pura casualidad. Al colaborar en un reportaje sobre la cocina española de una cadena de supermercados suiza, se encontró con los miembros del taller de El Bulli. En ese momento no sabía nada de gastronomía, ni había oído hablar de ese restaurante. Allí conoció a Albert Adrià que le explicó el concepto del restaurante, algo que ya notó que “era muy fuerte y grande”.

Así nació la relación y la amistad con ellos. Poco después, en 1999, le encargaron algún proyecto. Más tarde, Ferrán Adrià le ofreció incorporarse al equipo creativo de El Bulli por un año. “Era un experimento que un diseñador de producto trabajara en un restaurante. No había antecedentes de este tipo de colaboración”. Pero la cosa se alargó y lo que era para un año se convirtió en cinco de dedicación casi exclusiva en este restaurante con tres estrellas Michelin. Ahora todavía les ayuda si tienen alguna necesidad.

Maratón de propuestas

La labor de Huber era la de idear aparatos y utensilios para cocinar (menaje) y también para el servicio, como cubertería variada, sugerentes platos y envases para dar respuesta a las innovaciones de Adrià y a la maratón de diferentes propuestas a los que se enfrentan los clientes. “Un restaurante es un buen lugar para hacer creatividad, además con la presión del tiempo que existe, y más en El Bulli, donde se sirven entre 30 y 40 distintos platos a cada comensal”, explica.

“El hecho de tener que servir 1.200 veces cada noche te hace espabilar. Por eso había que ser un creativo estructurado, organizado. La cocina es un universo de muchas técnicas, materiales, ingredientes, tecnologías, texturas. Ofrece una mezcla tan fantástica que no se puede reunir ni en un polígono industrial”.

Tallarines de gelatina

El día a día en el taller y el propio restaurante como miembro del equipo creativo era como una partida de ping-pong, explica, para ilustrar el intercambio de conceptos. A veces las peticiones partían de los demás o de su propia iniciativa. “El primer encargo trataba de cómo mantener la temperatura de unos snacks helados que debían llegar fríos al comensal. A veces veía lo que hacían e intervenía como fue el caso de meter spaghetti de gelatina en tubos de PVC. Eran tallarines de gelatina que parecían pasta pero en realidad estaban hechos de consomé. En ocasiones podían ser tanto unos spaghetti a la parmesana como con sabor a fresa”, destaca Huber.

Las jornadas en el taller y las noches en el restaurante brindaron al suizo un roce con el equipo creativo muy enriquecedor. “Hay muchas cosas que aprendí allí que quiero seguir manteniendo”. Otra conclusión que sacó el suizo del Bulli pasa por el producto final. La idea tarda lo que cuesta cocinarla y probarla, con lo que el tiempo del proceso se reduce. “Mi aspiración es hacer visible una idea lo más rápidamente posible”.  

Especialista en no especializarse

A partir de su labor en El Bulli, Huber empezó su pasión por la cocina aunque no se considera un especialista, porque, como dice, es un ámbito  enorme. En su visión, el diseñador de producto ha de ser “un especialista en no especializarse” para estar más receptivo con más sectores o disciplinas.

Más recientemente concibió utensilios de menaje para la versión comercial de ‘elBulli Collection’ y otros objetos en silicona (exprimidor) de la marca Lékué o proyectos de ‘packaging’ para empresas de alimentación.

La filosofía del creador de Lucerna es hacer un tipo de producto que produzca un beneficio en el usuario final. “No hablaría ni de objetos de diseño sino de algo popular, a un precio asequible, nada ornamental”. Huber busca un diseño de acuerdo a las posibilidades del cliente, “no queremos tener un estilo propio, simplemente tiene que ser claramente beneficioso para el fabricante y el usuario. El buen producto es el que no existía pero que es funcional”, asegura Luki.

Este objetivo no resulta sencillo y por ejemplo de 100 diseños que hace se queda con solo tres. La selección es muy estricta, concluye Huber.

Lucerna, Suiza, 1973. Formado en la Schule für Gestaltung Luzern y en la Escola Massana de Barcelona.

Afincado en Barcelona desde 1994, ha colaborado regularmente con empresas como Cerabella, Xocoa, Cim, Globus, El Bulli y Lékué con el estudio de diseño que creó en Barcelona en 1999.

Entre septiembre de 2002 y septiembre de 2005 colaboró en exclusiva con el departamento creativo de El Bulli en un experimento interdisciplinar entre la alta cocina y el diseño industrial.

Los resultados de esta colaboración se han expuesto en la exposición «D.Day, le design aujourd’hui» en el Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou de París.

Desde 2004 Luki Huber es profesor de diseño de producto en la Escuela Eina de Barcelona y colabora regularmente con el departamento de I+D de Lékué.

Sus diseños para Lékué han sido premiados en Madrid Fusión 2007, ‘Good Design Award’ 2007, o con el galardón ‘Trends’ 2009 de la Feria Ambiente de Frankfurt y ‘The 2009 Best Hit Items’ 30 en Japón.

Huber, que desde hace menos de dos años tiene su curioso taller con su socio holandés en el barrio barcelonés del Born.

La céntrica área de moda se ha transformado en un hervidero multicultural y mestizo de tiendas exclusivas, cafés, restaurantes variados, más de un decena de museos o el Zoo.

Su forma de trabajar es convocar puntualmente a invitados estratégicos de distintos perfiles para después intercambiar conceptos y lograr un resultado final.

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