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Sicilia agoniza ante la peor sequía de su historia

Joan Mas Autonell

Petrosino (Sicilia, Italia), 12 jul (EFE).- “Si el clima sigue así no sé cuánto resistiremos”, se lamenta Giovanni Impiccichè junto a sus ovejas entre los pastos secos de Sicilia. Esta isla del sur de Italia, la más poblada y grande del Mediterráneo, no logra salir de una sequía extrema que hace agonizar la agricultura y la ganadería, claves en su economía.

Estos años, la crisis climática y el calentamiento global han dado un golpe especialmente duro a Sicilia, en estado de emergencia ante la sequedad y las lluvias casi inexistentes del último año, lo que pone a empresarios al límite de sus capacidades.

“Por la noche, uno se despierta y se pregunta: ‘¿Cómo haré mañana?”, dice el ganadero, a cargo de 700 ovejas de las que obtiene leche para producir quesos tradicionales en el pueblo de Petrosino, situado en la punta occidental de Sicilia.

Un récord de 48,8 grados

En 2021, la isla batió temperaturas récord en Europa con hasta 48,8 grados y esta semana podría alcanzar los 43 en otra ola de calor tórrida. La falta de agua no tiene precedentes tras un año sin precipitaciones, y hay una desertificación acelerada que podría hacer que un tercio de Sicilia pase a ser territorio yermo en 2030.

Se estima que pueden haber pérdidas de la mitad de producción de cítricos y hortalizas, y la caída del trigo puede llegar al 75%, algo inédito, remarca Antonio Parrinello, agrónomo y exdiputado del Parlamento siciliano, que no recuerda una sequía “tan grave y compleja” en la isla.

De hecho, el lago Pergusa, única laguna natural de Sicilia, se ha secado casi totalmente, otra muestra de la desastrosa situación de las cuencas hídricas del territorio.

“Estamos en niveles preocupantes, sin agua no tenemos adónde ir”, alerta Impiccichè, inmerso en una lucha diaria para obtener forraje o recursos hídricos para la supervivencia de su ganado, un problema generalizado entre pastores y ganaderos sicilianos.

Sin un panorama climático que augure mejoras, tiene miedo a cerrar la compañía que sus antepasados fundaron generaciones atrás, mientras traslada barriles de agua que fue a buscar en camioneta a 20 kilómetros de distancia, lo que “aumenta mucho más los costes”.

A ello se añade la extrema sequedad: “Hay menos pastos, por lo que tuvimos que comprar heno y cereales para alimentar el ganado”, agrega Impiccichè frente al campo donde plantó habas para dar de comer a los animales.

“La planta se secó antes de completar el ciclo porque falta agua”, dice el ganadero. Hay “poca atención” por parte del Estado central y el Gobierno regional de Sicilia ante el problema, y falta planificación hídrica para optimizar la irrigación a través de los embalses de la isla, casi vacíos y en un estado que no permite conservar grandes cantidades de agua en su interior.

De ser los más potentes de Europa al dique seco

Esta situación lleva “al colapso del sistema económico propio de un territorio ya empobrecido”, donde “más de la mitad de haciendas tienen más pérdidas que beneficios”, dice Impiccichè, entristecido porque cada vez más gente que dedicó toda su vida al sector se vea obligada a tirar la toalla, cambiar de oficio e incluso emigrar.

En la provincia de Trapani, en Sicilia Occidental y donde se ubica Petrosino, la agricultura vitícola dominó la economía por décadas, cuando llegó a ser la provincia con más viñas y producción de vino por cápita de Italia, y una de las más potentes de Europa.

Pero las dificultades propias de la agricultura de los últimos años se agravan con la actual sequía, que ha dejado a muchos al dique seco, como a Gian Paolo de Vita, de 50 años y uno de los muchos viticultores del área que desde joven vivió de la producción de vino con una docena hectáreas, pero ahora no logra llegar a fin de mes.

En 2023, como muchos otros agricultores de Sicilia, perdió un 40% de su cosecha por una inestabilidad climática nunca vista: “Hubo un exceso de lluvias que causó enfermedades en la uva, y poco después un calor tórrido con temperaturas que superaron los 45 grados”, explica.

“Las uvas se secaron en la propia planta, y en zonas del interior incluso acabaron hervidas”, dice el viticultor.

Mientras pasea por el campo, De Vita lamenta que “los viñedos no son sanos, aún sufren los estragos del año pasado y la sequía de este año” y augura dificultades para cosechar ante la vendimia de septiembre.

Ha decidido resistir un tiempo más, aunque ya ha comenzado a pensar en un plan B: “Irme a trabajar al norte de Italia. Si no hay alternativa y tengo que ser un migrante con 50 años, lo seré”, concluye con resignación. EFE

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