“El Estado no puede obligar a nadie a vivir en contra de su voluntad”
Jacqueline Jencquel ha fijado la fecha de su muerte: morirá en enero de 2020, a los 77 años. Y lo hará con buena salud y asistida por la asociación suiza Lifecircle. Su historia reaviva el debate sobre los criterios para acceder al suicidio asistido. El especialista en ética Alberto Bondolfi piensa que la financiación de las asociaciones debería estar mejor controlada.
“La vejez es una enfermedad incurable cuyo pronóstico es siempre fatal”. Así ve Jacqueline Jencquel el envejecimiento. Y se niega a sufrir sus consecuencias. A sus 75 años, sigue volando en parapente, tiene una pareja 30 años más joven, lleva una vida apasionante en París y no padece ninguna enfermedad incurable o degenerativa. Pero, también para ella, un día se apagará todo. Y, en lugar de ver cómo lentamente se debilita su destino, prefiere salir de escena de manera programada: morirá en enero de 2020 cerca de Gstaad (la célebre estación alpina en el cantón de Berna), asistida por la asociación Lifecircle, con sede en Basilea. Todo será filmado por uno de sus hijos, que realiza documentales.
Jacqueline Jencquel vendrá a Suiza a morir porque en Francia, donde vive, el suicidio asistido está prohibido. Provocadora, en ocasiones vulgar, da mucha publicidad a su propuesta, que quiere ser un acto de militancia. “No quiero hacer el amor con un tipo con una barriga enorme y pechos más grandes que los míos”, dice, entrevistada por el sitio web francés Konbini. Lucha por la “interrupción voluntaria de la vejez”, el derecho a morir cuando se decide: se esté enfermo o no.
Entrevista a Jacqueline Jencquel en Konbini (en francés):
El caso de esta mujer es alarmante. ¿Hasta dónde puede llegar la libertad de elegir su final? El especialista en ética Alberto Bondolfi cree que Suiza, que tiene en esta materia una de las leyes más liberales del mundo, debería regular mejor las prácticas.
swissinfo.ch: Desde que ha dado publicidad a su deseo de utilizar el suicidio asistido, Jacqueline Jencquel ha tenido que hacer frente a un chaparrón de reacciones, muchas que censuran su elección. ¿Por qué su iniciativa hiere a la opinión pública?
Alberto Bondolfi: En Suiza, hay una tendencia a creer que el suicidio asistido solo está justificado cuando la persona que lo pide está al final de su vida. Esto se debe a que este requisito fue establecido, en mi opinión con razón, por la principal asociación suiza activa en este campo, Exit. La opinión pública, por lo tanto, tiene la impresión de que este criterio es una obligación legal, pero no es así. En realidad, la ley (artículo 115 del Código Penal) solo establece dos condiciones: que la persona, para poder dar su consentimiento, debe ser capaz de discernir, y que las entidades que ofrecen el suicidio asistido no deben obtener un beneficio económico.
swissinfo.ch: ¿Por qué las organizaciones que ayudan al suicidio han ido más allá de la legislación, imponiendo criterios más estrictos?
Alberto Bondolfi: Esto está relacionado con la historia de la disposición legal que rige el suicidio asistido. El artículo 115 del Código Penal se formuló en la década de 1930. Tenía como objetivo regular formas de suicidio que no son las mismas que ahora: suicidios de honor cometidos tras decepciones amorosas o quiebras económicas, por ejemplo. Durante 20 años se ha debatido la necesidad de encontrar una mejor formulación para esta ley. Después de proponer diferentes alternativas, más o menos severas, el Gobierno llegó a la conclusión de que no se debía hacer nada y que había que dejar los dos renglones del Código Penal como estaban. Hoy, no obstante, la opinión pública parece querer que el Estado establezca normas más precisas.
“Hay que tener empatía por las personas que cometen ese acto destructivo y abstenerse de juzgar”.
swissinfo.ch: El suicidio asistido de una persona relativamente sana, como Jacqueline Jencquel, es perfectamente legal; pero ¿cómo debe considerarse desde el punto de vista ético?
Alberto Bondolfi: Hay un debate entre los especialistas en ética que defienden la libertad y aquellos otros que defienden una línea más prohibicionista. Personalmente, creo que cualquier acto suicida es una decisión que va más allá del bien y del mal, que no podemos valorar. El juicio le corresponde a la persona que se quita la vida. Creo que cuando alguien pasa a los hechos el silencio es una reacción moralmente aceptable. Lamentamos su muerte, como lamentamos la muerte de cualquier persona, absteniéndonos de consideraciones morales. Hay que tener empatía por las personas que cometen ese acto destructivo y abstenerse de juzgar.
Al renunciar a castigar a quienes ayudan a un tercero a suicidarse, el Estado renuncia a emitir un fallo definitivo sobre los suicidios. Tiene el deber de proteger, pero no hasta obligar a alguien a vivir en contra de su voluntad.
swissinfo.ch: ¿No existe el riesgo de crear una sociedad que ya no tolera el envejecimiento?
Alberto Bondolfi: Este riesgo existe. Podemos verlo a través de los comentarios que suscita la historia de Jacqueline Jencquel. Sin embargo, esta tendencia no puede combatirse con medidas policiales. Debe haber un debate público sobre el suicidio asistido. Habría que delimitar las asociaciones activas en este campo, principalmente por razones jurídicas. El Estado debería decretar medidas de control, sobre todo respecto a los fondos económicos de esas organizaciones. ¿Cómo utilizan su dinero? ¿Es realmente un acto altruista u obtienen beneficios de forma directa o indirecta?
Exit, organizada como asociación de una manera muy suiza, ha limitado de forma clara los riesgos de desvío. En cambio, las asociaciones que han surgido en los últimos años son relativamente pequeñas y tienen una estrategia de comunicación menos transparente.
“La sociedad trata de tomar medidas para que no lleguemos al punto de avergonzarnos de nosotros mismos”.
swissinfo.ch: “No quiero oler a viejo, apestar, ser aburrida, tener unos labios de rana, inspirar compasión en lugar de deseo”. Las declaraciones de Jacqueline Jencquel en el periódico ‘Le Temps’ reflejan su placer por provocar. ¿Son también reveladoras de la imagen que nuestra sociedad tiene de la vejez?
Alberto Bondolfi: Tengo la impresión de que es una caricatura. Todos estamos influenciados por nuestras vivencias. Yo también tengo 72 años y siento claramente que estoy envejeciendo. Me doy cuenta de que ya no soy tan capaz como antes, pero no me avergüenzo de mi cuerpo ni del hecho de que mi rendimiento no sea el mismo que hace 10 años. Cada uno trata de vivir lo mejor posible. Y la sociedad trata de tomar medidas para que no lleguemos al punto de avergonzarnos de nosotros mismos. Pero si esta señora tiene esa sensación, no hay receta para impedírselo.
swissinfo.ch: ¿Hay que temer el reclamo que puede suponer la mediatización de planteamientos como este?
Alberto Bondolfi: Puede haber un efecto llamada, especialmente para aquellas personas que presentan una fragilidad psíquica. Se sabe que los adolescentes son particularmente vulnerables. El Estado debe tenerlo en cuenta y proteger a este segmento de la población. Sin embargo, la historia de Jacqueline Jencquel es difícil de imitar. Ella misma ha mencionado que su suicidio le costará 10 000 francos. Tengo la impresión de que se trata de una persona con dinero, que tiene un estilo de vida particular. Al suizo medio le resulta difícil identificarse con este caso. Por el momento, el fenómeno sigue siendo para una élite y no afecta a la mayoría de la población.
Pida ayuda
¿Siente que no puede superar solo una crisis personal? Pida ayuda.
En caso de tener ideas suicidas, en Suiza puede marcar varios números de teléfono de ayuda gratuita.
La mano tendida: tfno: 143, www.143.ch
Pro Juventute (consejos y ayuda para jóvenes): tfno: 147, www.147.ch
Traducción del francés: Lupe Calvo
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