«Dios no tiene nada que ver con lo que me pongo en el pelo»
La politóloga Elham Manea es una de las más fervientes defensoras musulmanas de la prohibición de llevar velo. Tras esta postura está también su propia historia: la historia de una liberación.
Hace cinco años, Elham Manea fue la primera mujer que dirigió una oración de viernes en la que participaban conjuntamente mujeres y hombres musulmanes. El acto se llevó a cabo en el marco de la iniciativa Mezquita para Todos, de la Casa de las Religiones de Berna, y suscitó reacciones encontradas.
La profesora y activista de los derechos humanos se opone a que se prohíba a las mujeres dirigir la oración. Durante años ha sido una de las más destacadas defensoras de la prohibición de cubrirse la cara en los espacios públicos. Manea cree que tanto el niqab como el burka excluyen socialmente a las mujeres, en buena medida porque en Occidente ambas prendas se interpretan como un símbolo del islamismo.
«Es imposible separar esta indumentaria de la ideología totalitaria que pretende borrar la identidad de la mujer. Es la misma ideología que permite casarse a menores y legitima el apresamiento de mujeres como botín de guerra».
Manea tiene claro que el niqab no es ninguna obligación religiosa. «No se trata de la libertad personal de las mujeres y de lo que quieren llevar. La ideología fundamentalista se opone descaradamente a las libertades. Hemos visto cómo se ha extendido este fenómeno en Bélgica, Francia, Gran Bretaña y Sudáfrica. Los fundamentalistas hablan de libertad. Pero para ellos, la libertad va en una sola dirección y significa solo ponerse el niqab o pañuelo en la cabeza y no quitárselo».
Lo que a Manea le parece más interesante de la prohibición de cubrirse la cara es que pone en el punto de mira al islamismo, que aumenta en Europa. «Suiza no es una isla, y como analista política he seguido el auge de los movimientos fundamentalistas en varios países. Espero que después de la votación del 7 de marzo se abra un debate que busque soluciones al islamismo y cómo enfrentarse a él.»
El infierno está lleno de mujeres
En Yemen la propia Manea llevó el hiyab durante su juventud. «Estaba influenciada por un discurso que ve una afrenta en el cuerpo de la mujer». En aquel momento ella buscaba su identidad. Se le había dicho que su cuerpo tenía que estar cubierto para proteger a los pobres hombres, que no podían controlar sus instintos. Que el infierno estaba lleno de mujeres colgadas por el pelo, con el que habían seducido a los hombres. «Solo con el tiempo me di cuenta de que los hombres que representaban esta corriente querían oprimir a las mujeres. Dios no tiene nada que ver con lo que me pongo en el pelo».
Después de siete meses despertó del coma salafista y volvió a la vida y a la alegría, dice Manea. Cuando regresó a Yemen años después, volvió a ponerse el velo. Fue difícil para ella, pero quería protegerse del acoso sexual. «De hecho, no ayudó mucho. Con o sin velo, las mujeres en las sociedades árabes están expuestas al acoso sexual».
Para respetar las tradiciones del país llevó el chador negro durante tres años. «Me sentía asfixiada», confiesa. Entonces solicitó una beca Fulbright para cursar un máster en Estados Unidos. Así, en 1993 terminaron de una vez por todas sus días de chador y pañuelo.
Una ira ardiente
Cuando se bajó del avión en tránsito en el aeropuerto de Fráncfort, todavía llevaba velo y chador, recuerda Manea. «Entré resueltamente en el edificio del aeropuerto, fui al baño más cercano, me quité el velo y dejé caer mi pelo ondulado». Luego se despojó del chador y se quedó con una camisa y unos vaqueros. «Con una ira ardiente que nunca había conocido en mi interior hasta ese momento, tiré ambos a la papelera».
Traducción del alemán: Carla Wolff
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