Solo los dioses saben qué pasará con las iglesias vacías
La presencia en Suiza de cientos de iglesias vacías suscita una pregunta inaplazable: ¿Hay que demoler, vender, alquilar o acondicionar las iglesias para responder a fines radicalmente distintos? La rápida mutación del panorama religioso en Suiza también tiene consecuencias tangibles: nos obliga a preguntarnos si la iglesia del centro del pueblo es solo un templo o es algo más.
Antes, las cosas eran mucho más sencillas en Suiza: todos eran católicos o protestantes; todos pagaban impuestos eclesiásticos y casi todos asistían al servicio religioso –hasta bien entrados los años setenta–.
¿Y actualmente? Solo seis de cada diez suizos son católicos o protestantes. Ha aumentado el número de iglesias libres. Uno de cada veinte habitantes profesa el islam. Y las personas sin confesión, que han dado la espalda a las iglesias nacionales antaño poderosas –sobre todo a las protestantes–, ya suman una cuarta parte de la población.
La situación de las parroquias es especialmente crítica en las grandes ciudades de tradición protestante. Por ejemplo, en la ciudad de Berna, tan solo en los últimos treinta años el número de protestantes se ha reducido en más de un tercio: de 84 000 a apenas 52 000. Sin embargo, no ha disminuido el número de iglesias ni de inmuebles eclesiásticos, ni tampoco sus gastos de mantenimiento.
En Berna, la Iglesia Protestante dio la voz de alarma hace tiempo: si no se hace nada, vaticinó hace cinco años, el capital propio se agotará rápidamente y la Iglesia irá camino de la quiebra.
Desde entonces circula la voz de que a la Iglesia el traje le queda demasiado grande. ¿Cuál sería la solución? Invertir en personas y no en muros, es decir, destinar el dinero a la creación de una comunidad eclesiástica que impresione por sus obras, en lugar de invertir en la conservación de inmuebles impresionantes, pero que apenas se usan. La primera medida a tomar es evidente: las doce parroquias de Berna han recibido la orden de reducir a la mitad los gastos inmobiliarios.
¿Abandonar las iglesias?
La iglesia, la casa parroquial y la casa del párroco no pueden cambiarse tan fácilmente como la ropa. Y aún menos en la iglesia. Beatrice Tobler y Franziska Huber lo saben perfectamente. Son la presidenta y vicepresidenta, respectivamente, de la parroquia de San Pablo, en Berna; una es jurista y la otra, teóloga.
La iglesia de San Pablo, inaugurada en 1905, no es un templo cualquiera: es una de las iglesias más representativas del modernismo suizo. “Estamos ante un monumento nacional que amerita protección”, asevera Beatrice Tobler, “por ser una obra de arte integral”.
Aun así se ha planteado la posibilidad de abandonarla y pedir a los feligreses que acudan a otra iglesia de la ciudad. ¿Abandonar esta iglesia? “No”, dicen las dos mujeres al unísono. La vida religiosa necesita “también grandes espacios llenos de dignidad”. Ellas dos tienen otras ideas; están buscando una estrategia para afrontar el futuro.
El centro de trabajo de Johannes Stückelberger se encuentra a poca distancia de la iglesia de San Pablo. Este especialista en historia del arte es profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Berna y experto en reconversión de iglesias. Él fundó la Jornada Suiza para la Construcción de Iglesias [Schweizer Kirchenbautag], que está despertando gran interés.
Inicialmente se trataba de un día consagrado al desmantelamiento de iglesias, pues las dos primeras ediciones, en 2015 y 2017, se centraron en la cuestión de cómo reconvertir las iglesias. Y la tercera edición, que se celebrará en 2019, tampoco podrá soslayar el asunto: “El problema ha llegado a Suiza”, afirma Stückelberger.
“Se intensifica la tendencia”
Cabe señalar que en Suiza es un fenómeno reciente, a diferencia de otros países como Alemania, los Países Bajos o Inglaterra, donde el problema se plantea desde hace décadas. En Suiza, se controló en un principio gracias a la financiación de las iglesias nacionales, con ayuda estatal.
Aun así, en los últimos 25 años alrededor de doscientas iglesias, capillas y monasterios se han destinado a otro uso, tal y como consta en la base de datos de Stückelberger. Sin embargo, no todos los proyectos de reconversión son públicos. Por ello, el experto opina que ahora “son muchos más los inmuebles afectados: se intensifica la tendencia”.
Entonces, para solucionar este problema, ¿qué ideas pueden considerarse buenas y cuáles malas? Demolición, venta, alquiler y reconversión: de momento, estas son las posibilidades, según Stückelberger. No obstante, la demolición de templos católicos o protestantes es hasta ahora la excepción: esto sucede básicamente con edificios de la posguerra que necesitan renovarse y aún no se han declarado patrimonio nacional. Una de esas excepciones es la iglesia de San Marcos, en Basilea, que será demolida en un futuro próximo.
Una parte considerable de las doscientas iglesias registradas en la base de datos han sido vendidas: setenta en total. Entre ellas figuran numerosas capillas metodistas y neoapostólicas. La transformación de una capilla así en un edificio de viviendas o una sala de conciertos no suele suscitar mucha controversia, porque en realidad no provoca grandes cambios en el barrio.
Pero si se trata de una iglesia de grandes dimensiones, es distinto… e incluso puede salir realmente mal. Esto fue lo que ocurrió en San Galo con la iglesia de San Leonardo, todo un emblema de la ciudad: su cierre, hace 13 años, causó un verdadero escándalo.
Hay que dirigirse a las personas sin confesión
Por consiguiente, las demás iglesias han sido alquiladas o reconvertidas. Las recomendaciones de Stückelberger también apuntan en esa dirección. Según él, es una ventaja que una parroquia conserve la propiedad de su iglesia y permanezca así en el juego. Si se lograra poner las iglesias a disposición de personas ajenas, sería una “excelente señal” para la evolución de la institución eclesiástica: “Mirad, nosotros tenemos propuestas para beneficiar a las personas más allá de nuestra comunidad religiosa”. Como afirma Stückelberger, “la Iglesia debe abrirse a la sociedad aconfesional y demostrarle que no se rinde”.
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Una misa eritrea en Suiza
Para él, la iglesia Maihof de Lucerna constituye el clásico ejemplo de esta tendencia. Aunque esta iglesia también necesitaba renovarse, la parroquia decidió unir en un solo edificio la asistencia espiritual y la atención a los vecinos. La iglesia se ha convertido en una sala multifuncional. Tales proyectos no apuntan a recuperar feligreses y, por tanto, contribuyentes, dice Stückelberger: “Se trata de cumplir la misión de la Iglesia a favor de la sociedad en su conjunto”.
“Multifuncionalidad” es por tanto la palabra clave. Y cuando Beatrice Tobler y Franziska Huber hablan sobre el futuro de la iglesia de San Pablo de Berna, hablan también de espacios multifuncionales. Por un lado, les gustaría abandonar su casa parroquial –lamentablemente algo alejada, aunque muy concurrida– y construir junto a la iglesia una “casa para el barrio” multifuncional, con el fin de concentrar allí la vida parroquial.
Para el edificio de la iglesia también tienen en mente una estrategia: en caso de que la iglesia fuera utilizada entre varios socios –“compartiendo los gastos entre todos”, como se especifica–, sería posible dar continuidad a su utilización. No obstante, Beatrice Tobler se pregunta si sería posible rentabilizar también el espacio de la iglesia, en particular gracias al alquiler de apartamentos, como se haría con la “casa para el barrio”.
¿Usar la nave como auditorio?
A pesar de las dudas y dificultades, no faltan las ideas. Una de ellas concierne a la universidad, que se está expandiendo y necesita amplios espacios. “Eso podría ser una oportunidad”, dice Beatrice Tobler, “tendríamos un inquilino fiable; sería de gran ayuda”. En concreto, se trata de saber si la Facultad de Medicina podría utilizar la iglesia como sala de conferencias. Franziska Huber no ve ningún problema en ello. Al contrario, afirma, así se cerraría un círculo: la educación se reformaría remontándose a sus mismos orígenes, señala Franziska, como parte del legado reformista. Además, las primeras universidades surgieron a partir de instituciones eclesiásticas: las escuelas monásticas y episcopales.
Sin embargo, ya han surgido las primeras objeciones: ¿sería justo para los estudiantes de otras religiones estudiar en una iglesia cristiana? La teóloga Huber mueve la cabeza ante esta pregunta. Al contrario de lo que sucede con las iglesias católicas, los templos protestantes, al menos en teoría, sólo se consideran recintos sagrados mientras la comunidad celebra allí el servicio religioso; el resto del tiempo, no. La jurista Tobler afirma: “Los estudiantes son adultos y lo comprenden”. Los cosas serían muy distintas si tuvieran que asistir a clases dentro de una iglesia niños no cristianos.
Según Tobler, los principales obstáculos son de otra índole: la iglesia no está diseñada para poder calentarse de forma permanente; además, el órgano es muy sensible a la temperatura ambiente. Otro problema serían las filas de bancos, que no son aptos como asientos de auditorio. Sin embargo, estos inconvenientes no bastan para enfriar el optimismo de estas dos mujeres, para quienes todo tiene solución. Asimismo, los responsables de la conservación de monumentos se muestran favorables a proyectos sensatos: “A ellos tampoco les conviene que abandonemos la iglesia y dejemos que se deteriore”.
Estas palabras podría haberlas pronunciado Johannes Stückelberger. Para reconvertir las iglesias, hay muchas más posibilidades de lo que suele creerse, afirma el experto. Por ejemplo, hay iglesias en las que se han acondicionado oficinas y una cocina, como en Olten o en Schaffhausen; para ello se tuvo que renunciar a la casa parroquial. Por supuesto, siempre hay que sopesar los pros y los contras; “pero siempre debe tenerse en cuenta el valor simbólico de una iglesia”. Una iglesia tiene potencial, es “un capital en sentido espiritual”. Si se pretende dar visibilidad a la marca “Iglesia” dentro del espacio público, es mil veces preferible utilizar un templo que una casa parroquial. Por lo tanto, Stückelberger recomienda a los representantes eclesiásticos que se esfuercen por intensificar el diálogo con el público: “Deben conseguir que este tema esté en boca de todos y mostrar todo lo que podría hacerse en sus locales”.
Esto a su vez podría haberlo dicho Franziska Huber, para quien conservar las iglesias como un fin en sí mismo va en contra de su imagen de la iglesia. Ella habla de una ruptura con la tradición, que puede observarse en muchos lugares: “Actualmente hay muchos niños que no están socializados dentro de la religión”. Lo que debe evitarse es la ruptura de la relación. Por lo tanto, sería un paso lógico que las iglesias abrieran su espacio a todos: “Si alguien acude a nosotros, come con nosotros o celebra algo con nosotros, no importa cuáles sean sus motivos para hacerlo”.
La iglesia como manifestación arquitectónica
La iglesia como espacio para todos, aunque la palabra “todos” ya no significa lo mismo que en el pasado: ya no significa “sólo para protestantes” o “sólo para católicos”; más bien se refiere a las “iglesias abiertas” interreligiosas o a las llamadas City Kirchen que ya existen en varias ciudades suizas.
Y esto trae a la memoria lo que afirmó el bernés Jean-Daniel Gross, conservador de monumentos, en la primera Jornada para la Construcción de Iglesias: las iglesias no deben concebirse exclusivamente como símbolos de la religión cristiana, sino que son sitios de identificación, en sentido muy amplio y con independencia de los sentimientos religiosos. Deben considerarse como una “manifestación arquitectónica inscrita en el corazón de nuestra sociedad, sea cual sea ese corazón de la sociedad”, afirma Gross. “En el fondo de nuestro subconsciente, las consideramos garantes de la estabilidad social, cultural y espiritual”.
Este artículo se publicó el 21 de septiembre de 2018 en ‘Panorama SuizoEnlace externo’ – Revista para los suizos en el extranjero’. Cuenta con seis ediciones anuales -en papel, internet y app- en cuatro idiomas.
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