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Decisión de vida o muerte

Aina de espaldas, en su silla de ruedas, mirando por la ventana.
Aina mira por la ventana de la instalación de lifecircle en los suburbios de Basilea, Suiza. 2 de septiembre de 2021. Kaoru Uda/swissinfo.ch

La japonesa Aina padece un raro trastorno neurológico desde la infancia. Por eso decide viajar a Suiza para poner fin a sus días con el apoyo de una organización de asistencia al suicidio. Pero el viaje se convierte en una prueba en su vida.

Aina trata de sorber el líquido con una pajita. Su padre le toma la mano. El llanto ha enrojecido sus ojos. Para él es una situación muy difícil, apenas puede soportarla, pero hace un esfuerzo. Necesita estar ahí.

Solo unas gotas. El amargor recorre el paladar de Aina. No está segura de lo que va a hacer.

Entonces aparecen los rostros de sus padres, y también los de sus dos hermanas. Su perro. Escenas llenas de vida. Los seres que siempre la han amado incondicionalmente y la han protegido. Al final, no puede tragar el líquido.

Las lágrimas corren por sus mejillas. Su respiración comienza a acelerarse. Tose.

El medicamento puede ser fatal si no se ingiere de una sola vez. “¿Qué ocurre, Aina?”, pregunta preocupada la doctora Erika Preisig. Aina solloza. “No puedo dejar de pensar en mi familia”.

Ninguna terapia funcionó

Aina vive con sus padres en la región de Kyushu, en el sur de Japón, y es completamente dependiente. Las piernas ya no le obedecen del muslo hacia abajo y no puede mover los brazos desde el codo, a excepción de la muñeca derecha. No puede estar de pie ni caminar.

Imagen parcial de Aina sentada en su silla de ruedas con un celular sobre su pierna.
Además de la familia, el teléfono inteligente es casi la única forma de estar en contacto con la sociedad. Kaoru Uda/swissinfo.ch

Aina tiene 30 años. A los 14 , había probado todo tipo de tratamientos y pasó la mayor parte de los últimos veinte años en el hospital. Ninguna terapia funcionó, y un día los médicos le dijeron que no había esperanza de curación.

La enfermedad de Aina no es fatal, pero necesita tomar medicamentos. Es lo que hace la situación aún más difícil. A diferencia del cáncer terminal, su enfermedad no tiene fin, no va a ninguna parte, simplemente permanece ahí.

Eso fue lo que la hizo pensar en poner término a su vida. El suicidio se convirtió en un pensamiento constante a pesar de su incapacidad física para llevarlo a cabo. Además, en Japón la eutanasia está prohibida y cualquiera que ayude a una persona a suicidarse incurre en delito.

En septiembre de 2019, Aina presentó una solicitud a la organización suiza de asistencia al suicidio lifecircle. Un mes después, recibió luz verde.

La enfermedad ha “arruinado la vida de mis padres”, dice, casi avergonzada. Su madre tuvo que cuidar de sus propios padres… y de ella.

Su padre, que laboraba como piloto de helicóptero, se jubiló a los 53 años, lo que no es inusual en esa actividad. Pero para poder afrontar el elevado costo de la atención médica, buscó otro empleo en el sector privado y trabajó hasta los 67.

“Sin mí, mi padre y mi madre habrían tenido una vida diferente. Habrían viajado y disfrutado de sus aficiones sin tener que gastar tanto en mí”.

Cuando en febrero de 2019 comunicó a su familia que quería recurrir al suicidio asistido, todos se opusieron. Sus padres no podían soportar la idea. Le rogaron a Aina que la reconsiderara.

Pero Aina concertó una cita en Basilea, Suiza. El suicidio asistido debía tener lugar en marzo de 2020. Sin embargo, debido a la pandemia de coronavirus, tuvo que posponer la fecha varias veces. Mientras tanto, sus padres no dejaron de intentar disuadirla. Estaban y han estado siempre en contra de su decisión.

En los seis meses previos a su viaje a Basilea, Aina fue visitada todos los fines de semana por sus hermanas, residentes en la prefectura vecina. Querían pasar el mayor tiempo posible con ella.

“Empecé a pensar en mi situación y a escuchar más a mi familia, que se preocupa tanto por mí”, narra. Aunque persistía en su deseo de morir, Aina comenzó a situarse en la perspectiva de la familia.

En el verano se levantaron las restricciones de viaje a Suiza. Finalmente, sus padres le dijeron: “No podemos pedirte que vivas por nosotros. No estamos de acuerdo con tu decisión, pero tampoco estamos en contra”.

La fecha del suicidio asistido se fijó para el 2 de septiembre de 2021.

Cuando salió de Japón en compañía de su padre, su madre y sus hermanas acudieron a despedirla. La madre lloraba. Había decidido quedarse en Japón porque no podía ver morir a su propia hija.

¿Egoísmo?

31 de agosto. Después de un largo viaje, Aina y su padre llegan a Suiza. La doctora Erika Preisig acude al hotel para recibirla y conversar con ella. Aina le dice abiertamente que está preocupada por sus padres.

Aina con la doctora Presig.
Aina se reúne con la doctora Erika Preisig (izq.). La japonesa también plantea preguntas sobre el suicidio asistido para los enfermos mentales y el asesoramiento sobre el duelo para las familias. Kaoru Uda/swissinfo.ch

El encuentro dura cuarenta minutos. Preisig determina: “Teniendo en cuenta su historial médico y su estado mental, no hay razón para rechazar su solicitud”.

Aina se siente aliviada. Dos días más tarde estará tomando la dosis letal de la droga en las instalaciones de lifecircle. Eso es todo, piensa.

Advierte que su padre, que dormía en la habitación con ella, llora en silencio. En medio de la noche empieza a temblar. Ella le coge la mano y le pregunta “¿Crees que soy egoísta por quiero morir? ¿O son ustedes los egoístas por no dejarme morir?”

La noche previa a la cita, a Aina le resulta difícil dormir junto a su padre. El miedo a la muerte la llena de inquietud. Piensa: “Quizá todavía no estoy preparada”.

A la mañana siguiente, Aina y su padre esperan un taxi en la mesa de un café del vestíbulo del hotel. El estrés se refleja en la cara del hombre.

Al llegar a las instalaciones de lifecircle en las afueras de Basilea, Aina se reúne nuevamente con Preisig. La doctora le pregunta: “¿Estás preparada?”

“Todavía no estoy segura”, responde.

La doctora parece preocupada. “¿Es por tus padres?, inquiere. “Si tampoco estás segura de la decisión por ti misma, es mejor que cambies de opinión”.

Aina comienza a llorar. “Si fuera solamente por mí, preferiría irme. Pero solamente pienso en mis padres”.

Preisig se dirige al padre de Aina y le hace la misma pregunta. El hombre responde: “Si ella quiere morir, tengo que respetar su voluntad”.

El debate dura unos veinte minutos hasta que Aina toma una decisión. “Voy a morir, voy a hacerlo”. Se instala en la cama con la ayuda de su padre. Este la toma de la mano y le sonríe débilmente. “Respeto tu decisión”, le dice y le agradece que haya vivido con él.

Comienza una grabación de video. El asistente pide nombre, fecha de nacimiento y motivo del deseo de morir. Aina contiene las lágrimas y responde a todas las preguntas, una por una, mirando a la cámara.

Preisig entrega a Aina un vaso con una dosis letal de pentobarbital sódico. La japonesa había esperado cinco años y el momento ha llegado.

Solo unas gotas. Da un nuevo sorbo a la pajita, pero el líquido no sube a su boca.

La doctora Erika Preisig le dice: “Debes ir a casa con tu familia. Todavía no estás preparado para esto”.

Aina de espaldas en su silla de ruedas.
Aina espera un taxi en los locales de lifecircle tras su decisión de regresar a Japón. Kaoru Uda/swissinfo.ch

“¿De verdad?”, pregunta Aina con voz llorosa. Preisig responde con calma. “No quieres hacer esto a tus padres. El destino te está diciendo que vivas un poco más”. “De acuerdo”, responde Aina. Su padre la abraza.

Luego de unos momentos, la japonesa reflexiona “Seguramente llegará el día en que me arrepienta de no haber muerto hoy”.

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Traducido del portugués por Marcela Águila Rubín

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