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Doctor de Berna honra a Hipócrates en Haití

Philip Hebel y otro médico atienden a un bebé herido en Haití. Humedica

Philip Hebel, médico que trabaja en la capital suiza, acudió a Haití sólo cinco días después del terremoto que azotó el país caribeño para atender a los heridos ocasionados por el seísmo.

Este doctor de urgencias no se lo pensó dos veces y gastó su dinero y dos semanas de vacaciones para aportar su granito de arena y trabajar de sol a sol, a 35 grados a la sombra.

A pesar de su ejemplo de solidaridad, el internista alemán que ha desarrollado toda su carrera en Suiza, no se considera ningún héroe y dice con modestia que le encanta ayudar a los demás, algo que incluso le divierte. De hecho ya piensa en viajar nuevamente cuando sea necesario.

Hebel es miembro de la ONG de asistencia médica ‘Humedica’ que actúa en catástrofes, especialmente en terremotos. Esta entidad llevó a Haití un avión con varios equipos médicos, enfermeras, farmacéuticos y logistas, además de 70 toneladas de materiales de ayuda y medicamentos.

“Esperábamos encontrarnos con un caos gigante y la realidad así lo confirmó. Al menos una de cada cuatro casas estaba destrozada, cuanto más te acercabas al epicentro, la cosa empeoraba”, relata a swissinfo.ch el médico de urgencias.

El avión de ayuda de la ONG alemana ‘Humedica’ aterrizó en la República Dominicana y al día siguiente Hebel y sus compañeros ya estaban en Haití. “Como habían pasado cinco días desde el seísmo, la mayoría de los fallecidos habían sido enterrados o incinerados. La gente tenía agua y alimentos que habían traído ONG y las tropas americanas. Aunque la gente vivía en condiciones muy rudimentarias -con casas de plástico improvisadas- pero en general había un cierto orden”, indica Hebel.

En los dos primeros días en la zona, el equipo de Hebel se dedicó a labores logísticas y de apoyo a otros hospitales. Así, rehabilitaron un hospital, que estaba derruido al 50%. El tercer día se desplazaron a las inmediaciones de Puerto Príncipe, cerca del epicentro del terremoto, para montar la tienda donde el equipo médico atendió a los heridos durante dos semanas.

160 paciente diarios

Casi todo el mundo tenia fracturas abiertas y heridas infectadas, los casos más frecuentes. Hebel hacía de todo salvo operar: desinfectar, limpiar y curar heridas y fracturas. Era una situación de medicina de guerra.

“Atendíamos a una media de 160 personas diariamente. En la tienda de al lado se hacían amputaciones todo el día. No quedaba otro remedio y era necesario amputar brazos, piernas, manos y dedos. Como no había instrumentos adecuados, esto se hacía hasta con navajas. Eso sí, nunca escuché ningún grito ni un lamento”, dice Hebel.

“Como teníamos otras tiendas de atención cerca, podíamos atender a todo el mundo que llegaba, mientras que en otros puntos había centenares de personas esperando y alguno de ellos acabó muriendo en ese tiempo”.

‘Humedica’ transportó medicinas que fueron insuficientes ante la magnitud del suceso, sobre todo los analgésicos para tratar el dolor. “Sólo disponíamos de lo básico y había gente que tenia que esperar. No teníamos líquidos intravenosos y los únicos antibióticos eran en pastilla, con un efecto menor”.

No había opiáceos como la morfina, ya que los primeros equipos sanitarios que suelen llegar a una zona devastada no los suelen llevar, debido a que resulta muy difícil su transporte y conservación a una temperatura correcta. Además de los problemas para pasarlos en las fronteras.

“Algunos colegas compraron ketamina que habían adquirido en sus hospitales para uso propio y pudimos contar con una pequeña cantidad de este analgésico para poder sedar a los enfermos”, narra el galeno.

Priorizar la atención médica

Ante la gran cantidad de heridos y la escasez de recursos, los médicos tenían que priorizar sus decisiones en pocos instantes, en gran parte con el triaje, método de la medicina de emergencias y desastres para la selección y clasificación de los pacientes en función de las prioridades de atención. Según la posibilidad de supervivencia, las necesidades terapéuticas.

“Esto se aprende en la Universidad y en cursos posteriores, mis experiencias previas en Kosovo o Darfur (Sudán) también me ayudaron a determinar qué enfermos tenían prioridad”, comenta el médico de 36 años.

Por ejemplo, se decidió usar antes los medicamentos que había para prevenir infecciones en 30 personas que utilizarlos para tratar a dos hombres gravemente heridos, que padecían embolia de pulmón.

El olor de la muerte

Uno de las sensaciones más presentes para todos los desplazados a Haití fue el omnipresente olor de la muerte. Una fragancia penetrante, mezclada con el sudor y el polvo que no dejó a nadie indiferente. “El problema es que antes del terremoto los coches allí no tienen catalizador, lo que producía un humo casi imposible de respirar».

“Cuando llegamos a la zona el olor de los muertos me seguía a todas partes, en el hospital, en nuestro campamento, es difícil de describirlo, es un olor dulce que emana de los cuerpos descompuestos. Si lo has olido una vez, nunca lo puedes olvidar”, cuenta Hebel. De hecho, el olor servia de señal para encontrar victimas bajo los escombros.

Altruismo y solidaridad

Philip Hebel se desplazó a Haití gracias a que el jefe del nosocomio en el que trabaja en Berna accedió a darle dos semanas de vacaciones, no pagadas. Además de su tiempo, el médico tuvo que hacerse cargo de numerosos gastos como las llamadas desde su teléfono móvil suizo a helicópteros para trasladar pacientes.

“Son los gastos necesarios para ayudar, otra gente dedica su dinero a salvar a las ballenas. No sólo es importante donar dinero sino poder ver directamente lo que se puede hacer y lo que es más urgente, y todo directamente sobre el terreno».

«Es una buena sensación, me encanta ayudar, es algo que me divierte”, confiesa Hebel. “Cuando llegue la próxima llamada, saldré inmediatamente, aunque antes necesitaré el permiso de mi jefe”, concluye el médico.

Iván Turmo, swissinfo.ch

Hebel destaca la labor del Ejército de los Estados Unidos, que tomó el control de Haití tras el terremoto.

“Los americanos fueron muy criticados pero hicieron un buen trabajo, una labor fundamental para dar esperanza y una perspectiva al pueblo de Haití. Una esperanza que antes del seísmo no había. Estados Unidos es el único país que puede hacer frente a este enorme gasto de dinero y recursos”.

“Atendíamos a un bebé y decidimos que había que desplazarlo a otro hospital, en un momento un marine pidió un helicóptero y en pocos minutos pudimos trasladar al pequeño”.

Además, el aeropuerto de Haití acogía antes del desastre sólo a unos 50 o 60 vuelos al día, con lo que la situación no era buena.

“Gracias a los militares estadounidenses el aeropuerto pudo acoger a más de 100 vuelos diarios con ayuda, aunque seguía siendo insuficiente ante la magnitud del desastre. Con más de 200.000 muertos y entre 300.000 y 400.00 heridos”.

“Normalmente la ONU suele hacerse cargo cuando suceden estas situaciones trágicas pero el terremoto destrozo las infraestructuras de Naciones Unidas en Haití”, indica Hebel.

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