El Bellevue Palace, entre mito e historia
Inaugurado en 1913, el Hotel Bellevue sopla cien velas este año. Entre las columnas neoclásicas de sus espaciosos salones han caminado jefes de Estado, monarcas y artistas del mundo entero. Pero este establecimiento también ha sido un nido de espías y a veces el lugar donde se decide la suerte de los ministros suizos.
Suiza construye la vía férrea, perfora los Alpes, erige puentes y traza la red de carreteras. Estamos en la Belle Époque, periodo de despreocupación que precede a la Primera Guerra Mundial. Durante esa época a caballo entre los siglos XIX y XX ven la luz algunos de los hoteles más prestigiosos del país con unas vistas espectaculares a los Alpes: el Grand-Hôtel Victoria Jungfrau, en Interlaken (Berna); el Hotel Gletsch, cerca el glaciar del Ródano (Valais), y el Hotel Palace, en St. Moritz (Grisones).
En 1913, se inaugura en Berna el Bellevue Palace, un hotel de lujo con vistas a los tres macizos alpinos Eiger, Mönch y Jungfrau y hasta hoy un importante escenario de la vida política nacional.
En 1865, Carl Friedrich Leopold Osswald, propietario de una renombrada posada bernesa, decide construir y abrir el Hotel Bellevue.
El 1 de noviembre de 1911 comienza la demolición del viejo hotel para erigir en su lugar un edificio más moderno y acogedor.
El 27 de noviembre de 1913 se inaugura el nuevo Bellevue con un banquete para 2.000 personas.
En 1914 estalla la Primera Guerra Mundial, el Hotel Bellevue se convierte en el cuartel general del ejército suizo.
En 1939, al estallar la Segunda Guerra Mundial, el Bellevue permanece abierto durante todo el conflicto y se convierte en un lugar de encuentro entre gente local, diplomáticos, parlamentarios, funcionarios y espías.
En 1976, el Banco Nacional adquiere, a petición del Estado, el hotel para evitar que pase a manos extranjeras.
En 1987 comienza la amplia remodelación que se prolonga hasta 1991 y que cuesta 20 millones de francos.
El 24 de junio de 1994, el Banco Nacional regala el Hotel Bellevue a la Confederación.
En 2013, el Bellevue Palace cumple 100 años.
Cámaras para la nueva Suiza
Corre el 27 de noviembre de 1913. El Bellevue, como se conoce familiarmente al hotel de cinco estrellas, luce nuevas galas. “Este hotel, de estilo neoclásico, sobresale por la extrema sobriedad de su decoración, sus columnas y los estupendos estucos. Se pretendía que fuera un lugar elegante y mundano, pero no ostentoso, donde pudieran hospedarse la alta sociedad y los jefes de Estado”, recuerda Benno Schubiger, presidente de la Sociedad de Historia del Arte en Suiza.
Pero la historia del Grand Hôtel comienza mucho antes y está intrínsecamente ligada al nacimiento del Estado federal. Tras la derrota de los conservadores en la guerra civil del Sonderbund, los suizos aprueban la Constitución Federal de 1848 y Berna se convierte en la capital del país. La ciudad necesita una sede de Gobierno, edificios para la administración, viviendas y hoteles donde alojar a los entonces 111 diputados y 44 senadores.
Desde finales de los años 1850, los parlamentarios se hospedan en el Hotel Bernerhof, situado al oeste del Palacio Federal. En 1865 se inaugura el viejo Bellevue, a pocos metros al este de la sede del Gobierno. Entre 1911 y 1913 se reconstruye sobre sus propias ruinas y se rebautiza Bellevue Palace, que ofrece una espléndida vista sobre los Alpes berneses.
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Una morada para huéspedes ilustres
Cuartel general
Pocos meses después de su inauguración, estalla la Primera Guerra Mundial y el proyecto se trunca. Los turistas extranjeros abandonan el hotel, las fronteras se cierran y el ejército helvético, bajo las órdenes del general Ulrich Wille, establece su cuartel general en el Bellevue. Además de los militares, cada vez más diplomáticos y políticos de los países en conflicto se alojan en el hotel.
“Cuentan que había fronteras invisibles que dividían el comedor. Los huéspedes de los imperios centrales, alemanes y austrohúngaros, se sentaban de un lado, mientras que los aliados, franceses, ingleses e italianos, tomaban asiento del otro. Y en el centro, en una especie de tierra de nadie, neutra, estaban los americanos, o al menos hasta que entraron en la guerra y el maître los invitó a sentarse con los aliados”, recuerda el director del Bellevue, Urs Bührer.
En los años 1920, ya no resuenan las pisadas de las botas militares. En los amplios salones vuelve a escucharse el crujir de vestidos elegantes y el tintineo de los rublos, los dólares y las liras. El hotel sale ileso del primer conflicto bélico y el periodo que le sigue. El Bernerhof, en cambio, considerado entonces como uno de los hoteles más prestigiosos en Europa, debe renunciar a su pasado fastuoso. En 1924, después de cerrar sus puertas, el Estado adquiere el establecimiento y lo transforma en un edificio de la Administración y en sede del Ministerio de Finanzas.
Winston Churchill, primer ministro británico, 1946. Thomas Mann, escritor alemán, 1947. Arthur Rubinstein, pianista polaco, 1948. Walt Disney, productor cinematográfico estadounidense, 1949. Charlie Chaplin, actor y director de cine, 1955. Marc Chagall, pintor francés de origen ruso, 1958. Sofia Loren, actriz italiana, 1978. Reina Isabel II de Inglaterra, 1980. Mijaíl Gorbachov, ex presidente de la URSS, 1993. Nelson Mandela, presidente de Sudáfrica, 1997. Fidel Castro, presidente de Cuba, 1998. Carl Lewis, exatleta estadounidense, 2012.
Nido de espías
Durante la Segunda Guerra Mundial, al igual que Madrid y Londres, Berna se transforma en una suerte de encrucijada mundial, donde las tramas del espionaje están a la orden del día. En el Bellevue se hospedan entonces espías, diplomáticos, políticos, y el bar del hotel adquiere fama mundial como valiosa fuente de información. Los agentes secretos más célebres, como la británica Elizabeth Wiskemann y el alemán Hand Bernd Gisevius, son clientes habituales del Grand Hôtel.
A partir de 1939, el agregado militar estadounidense, Barnwell Rhett, dirige desde Berna los servicios secretos americanos contra la Alemania nazi y cae a su vez en las redes del contraespionaje germano. En tres meses, de enero a marzo de 1942, los espías alemanes logran descifrar los mensajes encriptados de los norteamericanos, gracias a la colaboración del Jakob Fürst, un joven suizo que simpatiza con los nazis.
No es casual que algunas novelas policíacas de espionaje estén ambientadas en los salones del Bellevue, por ejemplo la reciente publicación Geheime Agentin (Agente secreta), del historiador Peter Kamber, o películas como Los hombres de Smiley (1982), basada en la novela homónima de John le Carré.
El bar del Bellevue se vuelve una especie de mito que mezcla algunas verdades con mucha imaginación. Sus paredes custodian celosamente el aura de misterio que lo rodea y sobre el que los empleados guardan discreción absoluta. “Somos hoteleros. Vemos muchas cosas, pero aquí se quedan”, recuerda el director Urs Bührer.
El Hotel Bellevue Palace
– dispone de 129 habitaciones, de las cuales 24 suites y una suite presidencial,
– organiza 2.200 eventos al año,
– prepara hasta 1.000 comidas diarias,
– emplea a 200 personas,
– aloja a casi 20.000 huéspedes al año y cuenta con cerca de 300.000 clientes.
Antesala del poder
Por su proximidad al Palacio Federal, el Bellevue estaba predestinado a convertirse en antesala del poder. “Durante las sesiones, en él solían hospedarse hasta 65 parlamentarios. Tal concentración de políticos atraía a personalidades del mundo empresarial y de grupos de interés. Era un vaivén constante que hacía tintinear las cajas”, relata Fritz Mäder, director del hotel de 1977 a 1982.
Hasta hoy, la víspera de la elección del Gobierno, los exponentes más influyentes de los principales partidos se dan cita en el bar. Durante la llamada noche de los largos cuchillos se decide quien será elegido ministro al día siguiente. Algunos de ellos se han alojado una temporada en el lugar donde se fraguó su futuro político. “A altas horas de la noche, al volver del trabajo, los miembros del gobierno se alegraban de encontrar el bar medio vacío y poder degustar en paz una cerveza o un güisqui”, rememora Fritz Mäder.
Pero el hotel vacío de verdad, nunca lo ha estado. Por él han desfilado, a lo largo de sus cien años de historia, un sinfín de personalidades de la política y la cultura, el hotel ha organizado una miríada de recepciones, cócteles, banquetes para reyes, reinas y jefes de Estado. Algunos han plasmado su firma en el libro de huéspedes, única reminiscencia de una estancia que los muros del Hotel Bellevue en Berna han sabido mantener en la máxima discreción.
(Traducción: Belén Couceiro)
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