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El hombre que avanza trae la bomba

Tim Hetherington / Magnum

Terreno hostil, difíciles condiciones climáticas y en especial bombas invisibles, prontas a estallar al más mínimo movimiento falso. Trabajar en un campo minado requiere una buena dosis de valentía y concentración. Las minas no son el mayor peligro.

Sobre la mesa hay dos cajas de plástico. Dos contenedores de la muerte. En su interior, diferentes tipos de minas: minas antipersonal y antitanque, hechas de plástico, de metal, redondas o alargadas. Algunas están diseñadas para explotar bajo el efecto de una ligera presión, otras, por una reacción química.

Roman Wilhelm, militar de carrera, nos recibe en el cuartel en Thun (cantón de Berna) y nos muestra todo lo que tiene enfrente. A la pregunta de si podemos fotografiarlo con un dispositivo (desactivado) en la mano, responde con un lacónico “no”.

“Lo hizo Lady Diana. Muchos han pensado que si la princesa podía tener una mina en la mano, todos podían hacerlo. No queremos transmitir ese mensaje erróneo”, explica el sargento.

Las cosas se ponen serias

Roman Wilhelm, de 32 años, labora en el área de desminado desde 2004. El otrora técnico en electricidad de Zúrich trabaja en el Centro de Competencia para el Desminado y la Destrucción de Municiones sin Explotar (DEMUNEX) del Ejército Suizo. Se especializó en el extranjero.

“En Alemania tuve la oportunidad de adquirir un conocimiento detallado sobre los distintos tipos de munición. Las minas antipersonal son solamente uno de los diversos elementos de la problemática mundial de las municiones sin estallar”, afirma.

Después de una misión inicial de ocho meses en Eritrea, el soldado fue enviado a Albania, Somalilandia (Estado del África Oriental no reconocido por la comunidad internacional, NDLR)  y Laos, entre los países más contaminados por las minas y bombas sin explotar.

“En el avión que me llevaba a Eritrea – recuerda – me di cuenta de que ya no se trataba de un ejercicio. Las minas que iba a buscar no serían de madera o de plástico”.

Bombas en movimiento

Antes de entrar en una zona minada, dice Wilhelm, es necesario reflexionar sobre la posible disposición de los artefactos.

“En Occidente, las minas fueron colocadas por lo general bajo un patrón muy preciso. También hay mapas de los campos de minas, lo que facilita nuestro trabajo. En los Estados más pobres, sin embargo, las minas son sembradas sin ninguna lógica aparente. Por desgracia -continúa el experto-“los hombres pueden ser muy innovadores cuando se trata de matarse unos a otros”.

Al estudiar la historia del país y al hablar con los lugareños, se comprende empero que nada fue dejado al azar. “En Eritrea, encontramos minas a unos quince metros de las trincheras. Eso nos sorprendió: ¿Qué sentido tenía? Al conversar con la población advertimos que era parte de una estrategia de retirada”.

Con o sin mapa, subraya, la detección de las minas es una tarea difícil.

“Los temblores y las inundaciones pueden cambiar la ubicación original. En Albania descubrimos que una mina se había desplazado 200 metros”.

Centímetro a centímetro

Sobre el terreno, los desminadores avanzan con instrumentos que hacen pensar en las herramientas de jardín. “Usamos principalmente una barra de metal: sirve para buscar eventuales cables conectados a las minas”, explica Wilhelm.

Con tijeras, azadones y hoces se limpia la vegetación del suelo. Un trabajo que puede llevar un tiempo considerable. “Lo que antes era un arbusto, ahora es un árbol”, anota.

Para localizar la mina se emplean los tradicionales detectores de metales. Pero al hombre le toca determinar la ubicación exacta, lo que es la fase más delicada de la remoción. “Sondeamos el terreno con un prodder, un asta rígida con una pica. Se hace un agujero a cada centímetro hasta que se encuentra resistencia. Con experiencia, es posible determinar si se trata de un fragmento metálico, de un trozo de madera o de una piedra”.

Cuando se está tumbado en el suelo, a dos pasos de una bomba, la cautela es obligada. “Las minas pequeñas pueden haber sufrido una rotación. Por lo tanto, hay que tener cuidado y evitar que la punta de la pica ejerza presión sobre la parte superior. Algunas minas también pueden esconder una granada; apenas removidas, estalla la granada”.  

Además, añade Wilhelm, las minas son cada vez más sofisticadas.  “Contienen  una cantidad mínima de metal. Por tanto, es más complicado localizarlas con detectores de metales. “El uso de perros permite avanzar más rápido, pero es más caro. Los perros deben ser entrenados, puestos en cuarentena y aclimatados a los nuevos entornos, a los nuevos olores”.

El calor y el sudor

Los desminadores trabajan por lo general en pareja: uno está en el terreno, mientras el otro vigila la situación desde lejos, dice Wilhelm. “Puede haber animales que entren en el perímetro. En este caso hay que dejar la operación por razones de seguridad.  He visto a personas cruzar un campo minado …”

Operar con un compañero y cambiar regularmente. Trabajar más de 20 o 30 minutos puede ser peligroso. “En África las temperaturas son muy altas: el calor y el sudor hacen perder la concentración. En el terreno no pueden permitirse distracciones. Debes tener la cabeza clara, incluso si has dormido mal o te peleaste con tu novia”, subraya el soldado.

El mayor peligro es el propio estado de ánimo, insiste Roman Wilhelm. Los accidentes  son relativamente numerosos. En un documento de las Naciones Unidas se estima que por cada 5.000 minas desactivadas, muere un experto en desminado y dos resultan lesionados.

Como protección, Roman Wilhelm lleva una vestimenta antiproyectiles y un casco con visera. “En caso de explosión la onda de choque recorre el traje. Sin embargo, son probables las lesiones en las manos y los problemas de audición”.

La principal amenaza durante una misión en el extranjero, de todos modos, no  tiene que ver con las bombas, señala: “De todos los informes de desminado se desprende que el mayor riesgo no son los campos minados, sino los accidentes de tráfico”.

El ritual de la pelota

Ya sea en África o en Europa, con la población local se establece siempre una relación especial, dice el experto suizo en desminado. “Para mí es una gran satisfacción devolver las tierras a sus propietarios. Yo sé que por donde he pasado ya no habrá más accidentes con minas”.

Junto a las celebraciones organizadas en su honor por los residentes de la zona, los desminadores tienen una manera muy original de celebrar la rehabilitación de los terrenos. Y muestra incluso a los más escépticos que todas las minas fueron removidas. “Es nuestro ritual: organizamos un juego de pelota”.

Se utilizaron por primera vez a gran escala durante la Segunda Guerra Mundial.

Su propósito era proteger las áreas estratégicas (fronteras, puentes, bases militares) y restringir el movimiento de otras fuerzas armadas.

La peculiaridad de estas armas es que están diseñadas para mutilar, no matar. Con el tiempo, su uso se ha extendido a los civiles para aterrorizar a comunidades enteras e impedir el acceso a la tierra cultivable.

Se estima que los años 1960 se colocaron 110 millones de minas antipersonal. Los países contaminados o sospechosos de estarlo son 72. Entre los más afectados están Afganistán, Camboya, Laos, Angola, Irán, Irak y Croacia.

En los arsenales hay ahora 170 millones de minas, indica la ONG Handicap International.

Doce países, que no se han adherido a la Convención de Ottawa, se reservan el derecho de producir minas antipersonal: China, Cuba, India, Irán, Myanmar, Corea del Norte, Corea del Sur, Pakistán, Rusia, Singapur, EE.UU. y Vietnam. Solamente tres (India, Pakistán y Myanmar) las producen realmente.

Según Handicap International, en 2012 cuatro países utilizaron estas armas: Israel, Myanmar, Siria y Libia.

Las víctimas de las minas (2010) fueron 4.191 (5.502 en 2008).

En 2010 fueron limpiados 200 km2 de terreno (160 km 2 en 2008).

(Fuente: Landmine Monitor, de las Naciones Unidas)

 En 1997, Suiza fue uno de los primeros países en firmar la Convención sobre la Prohibición del Empleo, Almacenamiento, Producción y Transferencia de Minas Antipersonas (Convención de Ottawa).

El texto fue ratificado por el Parlamento helvético en 1998.

En 2008, Berna firmó también la Convención que prohíbe la producción, transferencia, el almacenamiento y uso de las municiones en racimo (Convenio de Oslo).

El proceso de ratificación está aún en curso.

Como parte de la estrategia antiminas 2012-2015, Suiza aporta 16 millones de francos al año para el envío de expertos y la ejecución de proyectos en el campo de la lucha contra las minas antipersonales, municiones en racimo y otros restos explosivos de guerra.

Aproximadamente la mitad de los fondos está destinado al Centro Internacional de Desminado Humanitario de Ginebra.

La Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación ha participado en actividades de desminado humanitario, incluida la información sobre los peligros de las minas y ayuda a las víctimas.

El ejército suizo pone a disposición en forma gratuita un sistema que permite neutralizar minas y municiones sin explotar de una manera selectiva y sin manipulación (SM-EOD).

Hasta los años ochenta del siglo pasado solamente los militares llevaban a cabo tareas de desminado.

En 1988 las Naciones Unidas efectuaron por primera vez una recaudación de fondos para ayudar a Afganistán a hacer frente a los problemas humanitarios causados por la presencia de minas antipersonal.

Se crearon varias organizaciones no gubernamentales (ONG) para la acción contra las minas. Entre los HALO Trust, Mines Advisory Group y la Fundación Suiza para el Desminado.

Las técnicas para detectar y eliminar las minas son esencialmente tres:

Desminado manual: detector de metales

Mecánico: máquinas de gran tamaño, tipo bulldozer.

Animales adiestrados: por lo general perros o, en el caso africano, ratas gigantes.

La elección de la técnica depende principalmente del tipo de terreno (difícil, por ejemplo, usar máquinas en zonas montañosas) y de los fondos disponibles.

Los métodos más singulares emplean a las abejas, leones marinos y delfines (para las bombas bajo el agua), bacterias fluorescentes, o bien ondas electromagnéticas y acústicas.

La remoción de una mina cuesta entre 300 y mil dólares, según cifras de la ONU.

Traducción, Marcela Águila Rubín

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