El taxi del fin del mundo
Desde hace más de 40 años, un puñado de taxistas recorren los cerca de 2 000 km que separan Galicia de Suiza para llevar y traer a compatriotas emigrantes. Ahora, sin embargo, sufren de la competencia de los aviones de bajo coste. Reportaje.
El Mercedes de Andrés Romar tiene apenas seis años y roza el millón de kilómetros. Una cifra vertiginosa que alcanzó recorriendo cada semana una o dos veces el camino que lleva a Suiza desde el fin del mundo, la región del cabo Finisterre en Galicia (noroeste de España).
“A veces, hasta hice tres viajes en una sola semana”, comenta Andrés, de 51 años. En su casa de Camariñas, destaca un cencerro traído de sus múltiples expediciones a tierras helvéticas que lleva como inscripción en alemán el recuerdo de las bodas de plata de una pareja suiza desconocida.
“Son 2 000 kilómetros para ir y otros tantos para volver. De modo que, si añado la distancia en Suiza llevando a la gente y repartiendo los paquetes, son unos 8 500 kilómetros que recorría cada semana al ritmo de dos viajes semanales”, comenta el chófer, comunicando ese dato como si de un detalle se tratara tras casi treinta años en “la ruta”, la expresión que repite cada vez que habla de sus viajes.
Emigrar en taxi
El emigrante gallego tiene la particularidad de poder subirse a un taxi y de recorrer media Europa para buscarse la vida o, en sentido contrario, para volver a casa cuando se queda sin trabajo o llega el momento de jubilarse. Un peculiar sistema de transporte iniciado allá por los años 70 que se desarrolló sobre todo en los 80, cuando decenas de miles de gallegos se fueron a trabajar a Suiza, a partir especialmente de la ‘Costa da Morte’. En esta región cercana al Cabo Finisterre, varios taxistas ofrecen sus servicios a los emigrantes.
El diario ‘La Voz de GaliciaEnlace externo’ otorgó recientemente el título de “decano en los viajes con emigrantes” a José Martínez con más de 40 años recorriendo esa ruta. En aquellos tiempos, el avión era un lujo fuera del alcance para la mayoría de los emigrantes. Y el tren era una paliza de tres días, con trasbordos a veces muy complicados, sobre todo para los que llegaban por Basilea y se veían obligados a cruzar París de la estación de Austerlitz a la del Este.
“Vine a Suiza en 1982 con un taxista que se llamaba El Pistolas”, recuerda José García, que tiene ahora 54 años y vive en la región de Laufen, en el cantón de Basilea-Campo. “Íbamos cuatro apretados en el asiento de atrás de un Peugeot. Pagamos cada uno 15 000 pesetas (unos 150 francos) y tardamos dos días en llegar. Y al acercarnos a Suiza, esperamos para cruzar la frontera hasta las 4 de la madrugada”, comenta.
El temor a los aduaneros
Y es que el taxi no solo transportaba emigrantes en aquellas épocas. También llevaba en el maletero o en el remolque productos españoles para calmar la morriña de los que vivían lejos de Galicia, como jamón serrano, chorizos, vino y botellas de brandy. El problema era que la importación de dichos productos estaba severamente reprimida por las autoridades suizas y los taxistas trataban de esquivar los controles entrando en el país de noche. Hasta que las autoridades suizas se dieron cuenta del negocio y empezaron a organizar a mediados de los años 90 grandes operativos para sorprender al taxista clandestino, confiscarle la mercancía e imponerle una multa sustanciosa con el objetivo de sacarle las ganas de repetir.
Pero los aduaneros suizos no eran los únicos que vigilaban la ruta. Los franceses también controlaban los vehículos por sorpresa en un peaje o en una salida de autopista. “A mí, me pillaron un día en Dijon con 350 botellas de brandy”, recuerda uno de ellos que prefiere guardar el anonimato. “Me pusieron una multa de 12 000 francos franceses en aquella época [unos 3 000 francos suizos] y me embargaron el coche hasta que pagué. Tuve que pedirle a un compañero taxista que me trajera el dinero desde España para poder recuperar el vehículo y la mercancía”. En lugar de regresar a su país como le exigieron los aduaneros franceses, el taxista recorrió rápidamente las tres horas de ruta que le quedaban hasta la frontera suiza para entregar la mercancía y recuperar parte del dinero perdido por la multa…
A finales de los años 90, con la entrada en vigor de la libre circulación de personas y mercancías, los taxistas empezaron a operar a la luz del día. “Todo es legal”, responden todos a la pregunta sobre lo que transportan. Además de comestibles y vino, llevan paquetes que se envían los familiares e emigrantes de un lado al otro del camino. A veces también efectúan mudanzas que llevan en el remolque.
La crisis de 2008
La crisis económica les dio un nuevo impulso a partir del año 2008. Cuando el sector de la construcción se quedó paralizado en España, varios miles de gallegos volvieron a emigrar a Suiza.
Ciprián fue uno de ellos. Había trabajado en Suiza cinco años de 1987 a 1992 antes de regresar a su país para aprovechar el auge de la construcción.
Pero cuando estalló la crisis del ladrillo no le quedó más remedio que volver a Biel. Y como el taxista recoge al cliente en la puerta de su casa y lo deja en el destino exacto al que tiene que ir, Ciprián no se lo pensó dos veces.
“El taxi me dejó a las siete de la mañana en Bienne [Biel en francés] delante de la agencia de trabajo temporal donde tenía que firmar el contrato de trabajo”. Nada más sencillo. A otros, los deja en los centros españoles, donde reciben consejos para encontrar empleo.
La competencia de los vuelos ‘low cost’
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«Hasta tres viajes por semana»
Pero los 2 000 kilómetros del viaje, aunque la calidad de la carretera haya mejorado mucho desde los años 80 con numerosos tramos de autopista que permiten recorrer el trayecto en unas 24 horas, siguen siendo “demasiada paliza”, reconoce Jesús María que llegó a Zwingen, al lado de Laufen, hace cuatro años.
Sobre todo, porque el emigrante dispone ahora de una opción mucho más económica: los aviones de bajo coste que vuelan varias veces a la semana y reducen la distancia entre Suiza y Galicia a poco más de dos horas.
La competencia es feroz, reconoce Andrés. “Antes, por ejemplo, cobrábamos 160 o 170 euros por viaje y por persona. Ahora sacas un billete de avión por internet y pagas veinte o treinta euros”. Un precio que no da ni para la gasolina.
La “ruta de la muerte”
Con los años, los taxistas han trazado su ruta a través de Europa recorriendo Castilla, el País Vasco, la región de Burdeos, antes de cruzar Francia de oeste a este por la temible RCEA, conocida como la “carretera de la muerte” y una de las más peligrosas de todo el país.
Es donde el año pasado murieron 12 emigrantes portugueses que viajaban desde Lausana en una furgoneta para pasar el fin de semana de Pascua con los suyos. Otros cuatro portugueses perdieron la vida en RCEA este invierno, cuando volvían a Suiza después de pasar las fiestas navideñas en Portugal.
“La ruta claro que es peligrosa, pero si quieres comer, no hay otro remedio. Peligroso también es andar en el mar. Puedes morir ahogado. Es lo que hay”, confiesa Andrés.
Pero hay otro peligro, sobre todo para la salud de los taxistas. “Tengo a varios colegas que sufrieron infartos”, señala Andrés.
Él mismo padeció una embolia y trombosis hace casi año y medio. Desde entonces, su taxi no ha salido del garaje. Si los médicos no le dan el alta, es posible que no alcance el millón de kilómetros.
La ruta de los taxistas gallegos
El recorrido comienza en la Costa de la Morte, una región de la que miles de habitantes emigraron a Suiza a partir de los años 60. Su ruta sigue el Camino de Santiago, pero al revés. Toman la autovía A6 que pasa por Pedrafita de Cebreiro -a escasos kilómetros del puerto de montaña por el que los peregrinos entran en Galicia-, antes de continuar por el Bierzo y alcanzar la meseta.
A partir de ahí, los taxistas siguen unas carreteras rectilíneas hasta Burgos a través de los campos de Castilla, antes de tomar la dirección del País Vasco para cruzar la frontera francesa en Irún. Inician entonces una larga travesía de Francia que los lleva primero a Burdeos. En Angoulême, toman la dirección del este por la temible carretera RCEA que les lleva de la costa atlántica a Borgoña.
A estas alturas del camino, los taxistas que cruzan la frontera en Ginebra siguen la ruta de Mâcon. Los otros, los que van hacia Basilea, siguen en dirección de Chalon-sur-Saône y luego por la autopista A36 por Besançon y Mulhouse hasta llegar a la frontera.
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