Estado de emergencia en las cárceles suizas
Las cárceles en Suiza están llenas a tope. Por ello, más de 300 delicuentes sentenciados están alojados más tiempo del necesario en centros penitenciarios locales donde la situación es precaria.
Es el caso de la prisión local de Berna, que funciona desde 1974. El local se ubica a solo unos pasos de la estación central de la ciudad y allí reina una actividad febril.
Una mujer de piel oscura y su hija pequeña abandonan el edificio. Tal vez acaban de visitar al padre. Poco tiempo después un joven es ingresado esposado por un vigilante. Para los otros internos es hora de hacer el paseo diario de una hora en el patio.
Unos 20 reclusos, la mayoría jóvenes y extranjeros, se apretujan hacia afuera, bien vigilados por varios asistentes uniformados. Allí, aun cuando el patio está cubierto, pueden tomar algo de aire y jugar tenis de mesa o futbolín.
Una vida cotidiana difícil
El resto de las 23 horas del día los reclusos lo pasan en sus celdas, la mayoría del tiempo solos. Allí también toman sus comidas. “Eso es duro”, dice Marlise Pfander, directora de la prisión. “Aquí no se puede hablar de una justicia con manos de seda. A menudo la gente está bajo una gran tensión”.
En las pequeñas celdas hay una cama, una mesa con una silla, un estante, un televisor, así como un baño con lavabo. La ventana está enrejada. Las paredes están pintadas y garabateadas en diferentes idiomas.
Los reclusos pueden llevar libros, material de escritura y un par de pertenencias personales. No están permitidos los teléfonos celulares ni las computadoras. También están prohibidos los elementos hechos de metal, pues el presidiario podría utilizarlo como herramienta contra sí mismo. El último suicidio ocurrió tan solo pocas semanas atrás.
La larga espera
La mayoría de reclusos está en prisión preventiva. Pero también hay detenidos que van a ser deportados o aquellos que cumplen una pena privativa de libertad de corta duración.
Muchos son los que esperan un lugar en un centro penitenciario de régimen cerrado. Pero ya que estos están totalmente ocupados en todo el país, los delincuentes sentenciados esperan con frecuencia más de medio año bajo condiciones muy difíciles.
“En nuestro centro, los detenidos pasan 23 de las 24 horas del día en sus celdas, no reciben ninguna terapia, tampoco tienen ocupación alguna. No estamos equipados para el cumplimiento de penas de larga duración”, dice Pfander, quien dirige la cárcel local de Berna desde hace seis años.
“Unos cuantos detenidos trabajan en la cocina, en equipos de limpieza o en una pequeña sección de manejo del cartón, eso es todo”.
En el límite
A eso se agrega que la institución, que oficialmente tiene cabida para 126 presidiarios, está sobrepoblada desde hace meses. Por ello, los ambientes de trabajo fueron convertidos en celdas de emergencia, la biblioteca reducida y faltan espacios para las oficinas, según un asistente.
Y allí donde varios detenidos comparten una celda ocurren también agresiones. “El hacinamiento lleva a un estrés adicional. Los presos, de una u otra forma, ya tienen muchos problemas, a veces relaciones o matrimonios destruidos”.
Bajo estas condiciones tan difíciles, Marlise Pfander, llamada por los internos ‘mamá de la prisión’, se esfuerza para que reciban una atención digna de un ser humano.
“Tratamos a todos por igual, independientemente de su procedencia, su religión o del delito cometido. Juzgarlos no es nuestra tarea, eso lo hacen otros”.
Personal bajo estrés
Se trate de internos de hace mucho tiempo o de ‘clientes regulares’, entre ellos muchos traficantes de drogas, Pfander conoce a cada uno de ellos por su nombre. Ella siempre tiene una buena disposición para escuchar sus preocupaciones y hasta los visita de vez en cuando en sus celdas, por lo que ya incluso fue criticada por sus colaboradores. Pero no tiene miedo.
“El hecho de ser una mujer que pronto va a cumplir 60 años es una ventaja. Ellos me ven como una figura materna y por lo general me tratan con respeto”.
Los ánimos caldeados a causa del hacinamiento también es una carga para el personal del centro, señala Pfander. “Tienen poco tiempo para los internos y ello aumenta el nivel de estrés. Deben acompañarlos a la ducha, al paseo diario, vigilan la limpieza, traen la comida, los acompañan al médico, y mucho más”
«Usted puede imaginarse: por la mañana entrega el desayuno a través de las ranuras de la celda y lo primero que escucha es un ataque verbal muy agresivo. Y usted debe mantener la calma. Esta situación exige mucho del personal”.
Experiencia de vida como condición
También se espera mucho de la directora. Pfandet describe su trabajo como duro e intenso, pero lo hace con gran entusiasmo. “Pero ello es posible solamente cuando uno aprecia al ser humano. Además, agrega, se necesita una ‘universidad de la vida’”.
Mientras tanto, ha terminado la salida al patio de la prisión para el último grupo, que regresa a sus celdas.
En la cocina ya está lista la cena: fue preparada por el personal junto con seis internos. Hay papas fritas con cebollas y Cervelat, la famosa salchicha suiza, pero esta vez fabricada con carne de pollo, en consideración a los internos musulmanes. También se puede pedir un menú vegetariano.
En Suiza hay 114 centros penitenciarios e instituciones de privación de libertad que tienen una capacidad para 6.683 reclusos. Siete son de régimen cerrado.
El 2 de septiembre 2009 (según Oficina Federal de la Estadística) estaban recluidas en Suiza 6.084 personas en centros de privación de libertad. De ellas, 374 eran mujeres (6%) y 4.272 extranjeros (70.2%)
El 31% de los reclusos se encontraban en prisión preventiva, el 59% cumplía una sentencia, el 7% estaba recluido en el marco de las medidas coercitivas según la Ley Federal sobre Extranjeros y Extranjeras, y el 3% por otros motivos.
Las cárceles estaban pobladas en un 91%, es decir, 5 puntos porcentuales por encima de valor al año anterior.
Especialmente alta, con 100%, era la tasa de población de las cárceles en la Suiza latina, donde las centros penitenciarios incluso sobrepasaban su capacidad.
También ha aumentado el número de personas encarceladas en relación a la población: de 76 a 80 por cada 100.000 habitantes.
126 plazas, 9 camas de emergencia, 17 están reservadas a mujeres, 24 a internos que serán deportados.
76% de los internos son ciudadanos extranjeros.
Tiene 11.000 ingresos y salidas por año.
Cuenta con 60 empleados.
(Traducido del alemán, Rosa Amelia Fierro)
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