“En Suiza el profesor aún es una figura de autoridad”
Sara Martínez, una coruñesa de 29 años, se enfrenta cada día a un aula con niños de tres a doce años y “va contenta a su trabajo”. Una realidad que parece imposible en España, dice. Esta profesora de inglés y filóloga muy pronto será madre por primera vez.
“Antes de tomar la decisión, vinimos de vacaciones un verano y tuvimos claro que queríamos vivir aquí”
La suya es una de esas historias con final feliz. Embarazada de siete meses, dará a luz a su primer hijo en Suiza. Hace tres años no imaginaba todo lo bueno que alcanzaría en este país. “Nos da una tranquilidad difícil de encontrar en otro sitio”, afirma Sara Martínez, filóloga por vocación y profesora de inglés de profesión.
Llegó hace tres años a Suiza desde Pontevedra, un tiempo después de que lo hiciera su esposo y cuando aún eran unos recién casados. “Mi marido decidió volver a la ciudad donde se había criado hasta la adolescencia: Yverdon-les-Bains, en el cantón de Vaud”. Lo hizo forzado por la escasez de oportunidades en España y tras un periodo en el Reino Unido.
“Antes de tomar la decisión, vinimos de vacaciones un verano y tuvimos claro que queríamos vivir aquí”. Además, contaban con el apoyo de la familia de él, emigrantes hace décadas que aún viven cerca de esa ciudad.
“Antes de la mudanza definitiva intenté encontrar trabajo desde España, pero no funcionó. Creo que generaba desconfianza que aún no estuviera en el país”, recuerda. También lo intentó mediante las becas GaleuropaEnlace externo (que otorga el gobierno regional de Galicia para favorecer la movilidad de jóvenes trabajadores al extranjero), “pero incluso con una institución pública detrás, a las empresas les generaba incertidumbre que no me tuvieran que pagar”, añade.
Finalmente, Sara llegó a Suiza con un proyecto de unos meses para la traducción de una página web. Un trabajo que tenía fecha de caducidad… “Al acabar entré en la peor fase que he vivido aquí. No encontraba trabajo y nadie me daba una razón para poder solventar mis fallos”, explica. “Hasta que un entrevistador me comentó que necesitaba una acreditación específica para dar clases. ¡Por fin pude ponerle remedio!”.
Sara se puso manos a la obra para conseguir esa titulación y encontró su actual empleo: “Soy profesora de inglés en un centro para niños de 3 a 12 años llamado Key English SchoolEnlace externo y la verdad es que me encanta mi trabajo”.
En este tiempo como docente en otro país, y trabajando en dos lenguas que no son la suya materna, Sara Martínez se ha enfrentado a situaciones de todo tipo: “Lo primero que me sorprendió es que para los francófonos hay fonemas en inglés que no son capaces de pronunciar y nunca me había parado a pensar en ese tipo de diferencias”, reconoce.
“La siguiente dificultad, al comienzo de mi vida como docente en Suiza, es la tremenda mezcla de idiomas que se me generaba en la cabeza. Dando clases de inglés, a niños pequeños que te hablan en francés e incluso, atendiendo a padres en castellano”, cuenta Sara.
La pregunta es inevitable: ¿Qué diferencias hay entre el alumnado suizo y el español? Y ella responde con sinceridad: “Yo noto, en general, un respeto inmenso hacia el profesor. Los niños suizos son más cuidadosos en el trato con los docentes y veo cómo los padres se esfuerzan en fortalecer ese respeto a base de inculcarles normas sociales desde muy pequeños. Sé que en España hay una queja generalizada por parte del profesorado, sé que se ha perdido cierta autoridad o respeto en las aulas. Aquí aún perdura la figura de profesor como autoridad”, explica.
“Una de las mayores satisfacciones, además de la enseñanza, es cuando las familias de mis alumnos me piden consejo o ayuda en temas relacionados con la educación o los estudios. Cuando un padre confía en mí para guiar el desarrollo de su hijo. Todo esto me hace ir a mi trabajo contenta”, confiesa Sara Martínez.
Morriña
«Intenté encontrar trabajo desde España, pero no funcionó. Creo que generaba desconfianza que aún no estuviera en el país”
Tener ’morriña’ para un gallego es echar de menos, sin sufrimiento, pero con cierta tristeza. Eso es lo que siente Sara Martínez al acordarse de su familia (originaria de Muros, La Coruña), de sus amigos y de su tierra. “Por suerte tenemos a mis suegros cerca de casa”, dice. “También extraño la autonomía que te da tu propio idioma”. Y es que cuando no se trata de tu idioma materno, el trámite cotidiano más simple puede ser un mundo.
“Yverdon, a orillas del lago de Neuchâtel, es una ciudad maravillosa pero los inviernos son duros. Las pocas horas de luz pueden desesperar y subir a la montaña nos llena de vida”, dice. “Nos gusta disfrutar de nuestra casa, no nos molestan los horarios tempranos, hace que el tiempo pase más rápido”.
Cuenta la gallega que su marido “ya ha empezado con los trámites de naturalización” y añade: “Si algún día queremos, por ejemplo, convertirnos en emprendedores, en este país es mucho más fácil ser empresario si tienes el pasaporte suizo”. La adquisición de la ciudadanía suiza es un proceso largo lleno de fases a completar, “pero él está plenamente convencido y yo, llegado el momento, lo haré por los cauces y la forma que se me permita”.
“Ahora mismo solo tengo palabras de agradecimiento para este país. Estamos pendientes de nuestro bebé, que nacerá en pocos meses y por ello es inevitable sentir algunos miedos: ¿existirá diferencia en la educación que le demos por ser españoles?”, se pregunta. Desde luego tendrá la suerte de beber de dos culturas tan enriquecedoras desde el inicio de su vida.
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