Jubilada suiza condenada en Colombia por narcotráfico dice ser inocente
Es una historia de película: una mujer suiza, de unos sesenta años, vive bajo arresto domiciliario en Bogotá. En otoño de 2021 fue detenida en el aeropuerto de la capital bogotana con más de 3 kg de cocaína en su equipaje y —a pesar de que la justicia colombiana acaba de condenarla— ella afirma ser víctima de una estafa.
Elisabeth y Peter Baumgartner son una pareja de jubilados normal y corriente: aunque no viven en la opulencia, disfrutan de una jubilación decente. Viven en Gams, un pequeño pueblo rodeado de montañas al este del cantón de San Galo.
Peter —antiguo deshollinador— tiene su propio talón de Aquiles: es ingenuo y tiene la mala costumbre de pasarse horas en internet buscando el mejor negocio, como explicó al periódico NZZ. Por eso, cuando en septiembre de 2021 recibió un correo electrónico que le prometía una misteriosa herencia de varios millones de francos y un viaje a Colombia, no vio que era una trampa.
“En el correo ponía ‘Ha ganado un viaje gratis a Bogotá, con todos los gastos pagados’. Y por entonces era nuestro trigésimo aniversario de boda. Así que pensé: ‘Genial, podemos ir a Bogotá’”, cuenta con naturalidad.
Al principio, Elisabeth —su esposa— no estaba convencida, pero su marido insistió y ella acabó cediendo. “Insistió tanto que al final le dije: ‘Vale, voy contigo’. Cuando se llevan 30 años casado, alguien no se rinde, así como así”, ha declarado a RTS en una entrevista realizada a mediados de marzo en Bogotá.
El viaje
En cuanto llegaron los billetes de avión, las dudas desaparecieron. La pareja voló a Bogotá el 17 de septiembre de 2021. El contacto también les envió 1.000 dólares para gastos. “La semana allí fue genial. Todo fue maravilloso, hasta que llegó el agente”, dice Peter.
Al cabo de unos días, se encontraron con su contacto, que invitó a la pareja a un restaurante. Allí les explicó que había un pequeño problema con la herencia. El dinero seguía ahí, pero para recuperarlo tendrían que volver a Europa. Y, por supuesto, también les ofreció el billete de vuelta.
Solo les hizo una exigencia: debían llevar un regalo en su equipaje. Un regalo que aquel hombre dijo que era para un amigo. “Elisabeth le preguntó: si era legal, y el hombre respondió que 100 % legal. Eché un vistazo y había una especie de tubos de plástico de unos 30 centímetros, con seis pequeños rollos dentro. Y dos libritos ilustrados”, cuenta Peter Baumgartner.
A pesar de las dudas de Elisabeth, la pareja metió el paquete en la maleta y se dirigió al aeropuerto.
La detención
Los controles en el aeropuerto transcurrieron sin problemas y la pareja subió al avión ya listo para despegar. Elisabeth recuerda el momento en que todo cambió. “Estaba sentada cómodamente, me había quitado los zapatos, colocado los auriculares y la televisión. Se me acercó la azafata, dijo mi nombre y me preguntó si era yo. Y cuando se lo confirmé, me dijo: ‘Venga conmigo’”.
Fuera del avión, dos agentes la llevaron —esposada— a las dependencias policiales del aeropuerto. “Abrieron la maleta y sacaron los rollos de papel y los dos libros. Lo abrieron un poco, lo miré y salió polvo blanco. Y pensé: ¡Dios mío, es heroína!”.
La policía encontró más de tres kilos de cocaína pura. “Todo me resultaba muy extraño. Nunca se me había ocurrido que pudiera haber cocaína. Ni siquiera sabía qué aspecto tenía”, recuerda la pensionista, que fue detenida inmediatamente.
Los agentes de aduanas, en cambio, no se interesaron por su marido, porque el equipaje estaba facturado a nombre de ella. Elisabeth no da crédito: “Todavía hoy me resulta incomprensible. Todavía no puedo explicarlo…”.
La cárcel
Elisabeth fue ingresada en la prisión de mujeres de Bogotá —el centro penitenciario El Buen Pastor— donde 1.800 reclusas, la mayoría colombianas, viven hacinadas.
“Es tan grande… había tanta presión que no se puede describir. Me encerraron allí. No hay agua caliente, solo agua fría. No hay ducha, solo una manguera que sale de la pared. No hay enchufes, los han arrancado todos”.
Una experiencia que fue todavía más traumática porque no habla ni una palabra de español: “Estuve allí tres semanas. Y perdí unos siete kilos. El aislamiento era total”.
Con la ayuda de la embajada suiza, obtuvo el derecho a vivir bajo arresto domiciliario en un barrio de la capital colombiana. Vive en un estudio que paga con su pensión. Sus vecinos le traen lo indispensable para vivir.
No quiere saber nada de su marido: “Para mí está muerto, porque me ha robado una parte de mi vida. Ya no tengo rabia, todo está muerto. Él es quien me metió en esta situación y lo asume. También dice que es su culpa. Pero él no está en Colombia. Él es un hombre libre”.
El juicio
El 16 de marzo, Elisabeth estaba citada en el Palacio de Justicia de Bogotá a las 8 de la mañana para ir a juicio. Llegó acompañada por el vicecónsul suizo en Colombia y su abogado. Era la primera vez que salía a la ciudad más de año y medio después de ser detenida. “Es extraño, genera una sensación grande de inseguridad”, dice.
Ante lo que se jugaba en el juicio, Elisabeth no tuvo elección. Su abogado le advirtió que, si no se declaraba culpable le caerían —como mínimo— 12 años de cárcel. Así que le aconsejó que llegara a un acuerdo con la Justicia colombiana a cambio de reducir la pena. Ella aceptó a regañadientes; se declaró culpable y finalmente ha sido condenada a cinco años y cuatro meses de prisión y a pagar una multa de 140.000 dólares.
La otra cuestión es si podrá seguir cumpliendo la condena en arresto domiciliario o si tendrá que volver a la cárcel. Una opción que para ella es impensable: “No me lo puedo imaginar. Tengo mucho miedo. No sobreviviré a esto por segunda vez”.
Mientras tanto en Gams…
La vida de Peter ahora se escribe sin Elisabeth. Pero él es libre. Cuando volvió a Suiza, tuvo que soportar algunas críticas. “Al principio la gente me decía: estás como una cabra. Yo les dije que ya lo sabía”, reconoce riendo.
Y cuando le preguntan si se siente culpable: “Sí…, no puedo decir que no. Soy yo quien nos ha metido en este lío, soy yo quien lo ha organizado todo”.
En cuanto a Elisabeth, tiene que armarse de paciencia, sola en una gran ciudad a más de 9.000 kilómetros de Suiza. Si cumple su condena, tendrá que esperar otros cuatro años antes de poder salir de Colombia.
En Colombia —el mayor productor de cocaína del mundo—, ya no sorprenden historias como esta. En 2021 el país exportó unas 1.400 toneladas de cocaína. La mayoría se transporta en buques de carga; y una pequeña parte, en correos humanos: son lo que se denominan mulas.
Están las mulas voluntarias, que saben que transportan droga a cambio de un pago. Y luego están quienes transportan la droga “sin su conocimiento”, como explica Diego Quintero Martínez, responsable del departamento de drogas de la ONU en Bogotá.
Rentable a pesar de las detenciones
“Estas historias se ven todos los días, cada una más dramática que la anterior. En la mayoría de los casos, la persona sabía lo que llevaba. En otros, no. Se aprovechan de la vulnerabilidad de ciertas personas, de sus características físicas, ya sea la edad, ya sea algún tipo de discapacidad”.
Para los traficantes, pagar a las mulas para que viajen es una buena inversión. Cualquier pérdida se recupera rápidamente: “En la puerta del laboratorio, un kilo cuesta 1.500 dólares. Ese mismo kilo cuesta 100.000 dólares cuando llega a Europa, y luego el producto se vuelve a cortar, a menudo varias veces. Hagan cuentas. Es un muy buen negocio. Podrían llevarlos incluso en clase business”, relata Diego Quintero Martínez.
Un austriaco de unos sesenta años, víctima de la misma estafa que Elisabeth, languidece hoy en una cárcel colombiana. Según la embajada suiza, Elisabeth es la única persona de nacionalidad helvética que ha sido detenida por este tipo de estafa.
Poco se sabe de los traficantes. El programa “Mise au point” pudo ponerse en contacto por correo electrónico con quienes organizaron el viaje de Peter y Elisabeth. Nos respondió una persona que dice llamarse Arnold y ser hijo del organizador del viaje, un tal Emmanuel, ya fallecido. Afirma que su familia procede de Bangui (República Centroafricana), que su padre era abogado y que él no tiene nada que ver con esta historia. Otras pistas del caso apuntan a Benín y Togo.
Después de que Elisabeth fuera detenida, Peter Baumgartner decidió escribir a “Emmanuel” para pedirle explicaciones. El hombre dijo que lo sentía y le ofreció a Peter liberar a su esposa a cambio de 10.000 euros. Peter cuenta que esta vez no se ha dejado engañar.
Texto adaptado del inglés por Lupe Calvo
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