Anna Reinhart, la esposa de Zwingli
El 1 de enero de 1519 el nuevo párroco de la iglesia Grossmünster de Zúrich se presenta ante sus feligreses. Los fieles abarrotan los bancos ya que Ulrich Zwingli viene precedido de una fama de excelente predicador, si bien con algunas ideas muy particulares. Aunque ninguna fuente lo confirma, podemos suponer que Anna Reinhart escucha su sermón, pues vive al lado de la catedral.
Anna, hija del mesonero Rössli, era considerada una joven extremadamente bella. Probablemente eso explica por qué Hans Meyer von Knonau, mozo de buena familia, se enamoró perdidamente de ella y quiso hacerla su esposa. Su padre enfureció al conocer la noticia, le amenazó con desheredarle y finalmente lo envió a Constanza. Todo en vano. Poco después de su regreso, Hans se casó con la bella Anna a espaldas de su padre.
“Ella amaba a su marido y este le correspondía”, escribe asombrado un cronista de la época, pues los matrimonios de amor eran, en aquellos días, la excepción. Después de tres hijos y trece años de matrimonio, Hans murió, probablemente a consecuencia de una sífilis contraída en Italia cuando estuvo de mercenario. Era 1517 y Anna tenía solo 33 años.
La siguiente noticia que tenemos de la viuda es que envió a su hijo a la clase de latín que impartía Zwingli y que cuidó al clérigo cuando este contrajo la peste en otoño de 1519. Fue una acción arriesgada porque ella misma pudo contagiarse. Tal vez lo hizo por caridad cristiana, pero hay sobradas sospechas de que se había enamorado de su nuevo vecino.
En efecto, dos años más tarde, el 21 de julio de 1522, ella le daba su consentimiento. Sin embargo, la pareja mantuvo su matrimonio secreto porque los sacerdotes no tenían todavía derecho a casarse. Ciertamente, Zwingli acababa de reclamar el matrimonio para los clérigos, porque así se vencía al pecado de lujuria de aquellos sacerdotes que sufrían la enfermedad de “estar en celo”. Pero eso solo era en teoría, porque en la práctica Zwingli no quería poner en riesgo ni su posición ni la Reforma por un matrimonio que la mayor parte de sus contemporáneos consideraba todavía como una monstruosidad.
Pero Zúrich es una ciudad demasiado pequeña para guardar un secreto. Pronto aparecen los primeros rumores que tachan a Zwingli de “joven indecente”. Incluso en Basilea se llega a decir que “ha raptado a la mujer de un hombre honrado”. Cuando Anna empieza a engordar bajo su delantal, la pareja se ve obligada a coger el toro por los cuernos y se casa oficialmente el 2 de abril de 1524 en la Grossmünster de Zúrich, en presencia de “varios hombres absolutamente respetables”.
Los amigos de Zwingli están encantados porque en su lucha contra la Iglesia este matrimonio constituye una importante baza. El reformador de Estrasburgo, Martin Bucer, se declara “casi transportado de gozo”. Por el contrario, los ciudadanos de Zúrich quieren evitar que la novia, cuyo embarazo es ya muy avanzado, acuda a la casa parroquial. Con ayuda de las autoridades Zwingli consigue la autorización para que Anna y sus hijos puedan vivir con él. Cinco días más tarde nace Regula, primera de los cuatro hijos que tendrá la pareja. Pero eso no pone fin a las calumnias. Se acusa a Zwingli de casarse con la viuda con el único objeto de enriquecerse. Él se justifica diciendo que ella “no tiene más que 400 florines, además de sus joyas y ajuar”. Además, añade que desde su matrimonio Anna no ha llevado “ni sedas ni anillos” y se viste “como las mujeres de los simples artesanos”.
Un Zwingli enamorado
Zwingli no hizo nunca ninguna afirmación por escrito sobre su matrimonio, aunque se puede suponer, sin demasiado riesgo de equivocarse, que su afirmación de que “nada es más delicioso que el amor” se refería también a su amor por Anna. Fue un padre amante, tanto para sus hijastros como para sus propios hijos. Un dignatario católico le reprochó un día su amor por la música y él le respondió: “Lo que he aprendido del laúd, del violín y de otros instrumentos me ayuda ahora a tranquilizar a mis hijos. Pero tú eres demasiado santo para esas naderías”.
Para Anna este segundo matrimonio no fue un camino de rosas. Mientras su marido luchaba por la Reforma, ella dirigía un hogar al que acudían numerosos huéspedes, visitaba a los pobres y enfermos y por la noche escuchaba pacientemente las últimas traducciones de la Biblia que le leía Zwingli. Mientras daba a luz su cuarto hijo, él prestaba su apoyo al inicio de la Reforma en Berna. Entonces le envió una carta a su esposa: “Mi muy querida esposa. Doy gracias a Dios por haber hecho posible este nacimiento feliz”. En la carta le pide también que le envíe lo antes posible “su vieja vestimenta de trabajo”.
Pero, por encima de todo, Anna tuvo que luchar con el hecho de que su marido fuera objeto de ataques y amenazas. Una noche, sus enemigos rompieron los cristales de la casa parroquial. También intentaron secuestrarlo e, incluso, tramaron su muerte. Zwingli procuraba mantenerla lo más apartada posible, silenciando muchas cosas. Pero es dudoso que este comportamiento fuera efectivo para Anna. Cuando Zwingli partió a Marburgo, a 400 km de distancia, para reunirse con Martin Lutero, le mintió diciéndole “voy a Basilea porque tengo algunos asuntos que resolver”. Desde allí escribió a su cuñado en Zúrich pidiéndole que le contara toda la verdad, al menos “tanto como se puede contar a una mujer”.
El 11 de octubre de 1531 Zwingli volvió a despedirse de su familia una vez más. Los cantones fundacionales de la Confederación habían declarado la guerra al Zúrich reformista. Escribió a uno de sus mejores amigos que “cumpliría con la obligación de un fiel servidor”. Sin embargo, el mismo día sería hecho prisionero en la batalla de Kappel y ajusticiado. Su cadáver fue descuartizado, incinerado y las cenizas esparcidas al viento. Para Anna Reinhart fue el día más triste de su vida. Además de su marido, perdió a su hijo mayor, su hermano, un cuñado y un sobrino. “Mi muy querida señora, me encuentro muy afectado por vuestra pena y dolor (…) ¿quién no tendría compasión de vos?”, le decía en una carta un amigo de Zwingli para reconfortarla. “Pero alabado sea Dios que os ha dado tal esposo, que por su integridad es y será honrado tras su muerte, y su nombre protegerá a vuestros hijos”.
Heinrich Bullinger, sucesor de Zwingli en la Grossmünster, acogió a la viuda y a sus hijos en la casa parroquial. Anna Reinhart murió siete años más tarde, en la Navidad de 1538, víctima de la peste.
Traducción del alemán: José M. Wolff
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