Perquin trae a Suiza testimonio de dolor y dignidad
Las maestras de Perquin trajeron a Suiza su modelo de arte. Una estrategia para la recuperación de la memoria histórica de comunidades vulneradas en el Salvador, Guatemala y Colombia con base en la solidaridad, la democracia y el más fino ejercicio diplomático.
En 1992, y a raíz del testimonio de la única sobreviviente de la masacre, Rufina Amaya, el Equipo Argentino de Antropología Forense acudió a El Mozote.
En un predio junto a la iglesia, exhumó los restos de 143 personas, incluidos 136 niños, la mayoría infantes. Consternada y con la ropita enlodada de un bebé entre las manos, Claudia Bernardi sintió la necesidad de hacer algo…e hizo mucho.
En el predio hay ahora un jardín y en la pared de la iglesia, un mural. En él, bajo un arcoíris, están pintadas las siluetas de unos niños que juegan. Más abajo hay una serie de baldosas, en cada una de las cuales está escrito un nombre. Son 136. “La idea es que todos estos niños están presentes en cada uno de los niños que visitan el jardín. Que viven y que están contentos”, explica Rosita Argueta.
El mural conmemorativo forma parte de la obra colectiva que dirige la Escuela de Arte y Taller Abierto de Perquin (EARTAP), fundada por Claudia Bernardi en 2005 en el municipio de Morazán, donde también se ubica la población de El Mozote.
A invitación de Amnistía Internacional Suiza, Claudia Bernardi y las maestras Rosita Argueta, América Vaquerano (Dina) y Claudia Verenice Flores Escolero realizaron una gira por diversas ciudades helvéticas.
En Monthey y Sierre (Valais), Lausana, Berna, Lucerna y Lugano, las artistas explicaron el vasto proyecto de Perquin, destinado a evitar que el recuerdo del dolor naufrague en el olvido, pero también a plasmar la mirada hacia el futuro en ‘Paredes de la Esperanza’. En el Valais dirigieron la creación de dos de ellas.
Con “chauchas y palitos”
“Yo nunca hice murales, nunca pensé que iba a hacer murales. Este proyecto se podría definir como una suerte de causa y efecto, donde la artista que viene de fuera: yo, me sentí muy conmovida por la historia salvadoreña y por la gente salvadoreña y eso fue creando ciertas coordenadas…”, narra Claudia Bernardi.
En 2001 y sin infraestructura, esta pintora argentina que ha enlazado su vida al arte y a los derechos humanos, que dicta cátedra en universidades del sur y el norte de América, y que ha expuesto su obra en medio mundo, reunió “chauchas y palitos” para introducir a los niños salvadoreños en el mundo de la creación.
El positivo impacto de su empeño entre una población convaleciente de la guerra llevó a la alcaldía de Perquin a pedirle que fundara una escuela. Residente en Estados Unidos, Claudia regresó al coloso del norte para solicitar apoyo financiero. Como no llegaba, vendió toda su obra, hizo sus maletas y volvió a la pequeña comunidad de Centroamérica para continuar el milagro: Centenares de hombres y mujeres, de chicos y grandes toman parte…
Cuando la EARTAP abrió en 2005 sus puertas (simbólicas porque carece de local propio), escapó un torrente de colores que ha ido llenando la población con mensajes ecológicos o costumbristas que reúnen a la comunidad. Como en el mural de la Memoria de los Niños de Ayer, que recrea el Perquin de los años 40, y en el que los abuelos pusieron los recuerdos y los chicos, los dibujos.
Un modelo internacional
La EARTAP fecundó también su ‘Modelo Perquin’, que de El Salvador pasó a Guatemala, a Colombia, a Estados Unidos, Canadá, Irlanda, y este año a Suiza. “Nunca vamos a donde no nos invitan”, advierte Claudia Bernardi. Y cuando llegan, lo primero que preguntan es ¿qué quieren decir?, ¿cómo lo quieren decir?
Paradigmas de la participación democrática, esas reuniones preparatorias han permitido que pobladores de una y otra comunidad descubran la hermandad que los une en la tragedia. “Lo que nos pasó fue terrible –dijo un sobreviviente de la masacre de Panzos (Guatemala)- yo creía que solo a nosotros nos había pasado”.
Esas sesiones de evocación, inevitablemente dolorosas, configuran el proyecto. No siempre son fáciles. A veces, incluso arduas. En países donde aún sangran las heridas la concordancia es cuesta arriba. Las maestras tienen que recurrir a un sutil despliegue diplomático para lograr el acuerdo que incluya a todos.
En El Mozote, por ejemplo, algunos querían que solamente se pintara el conflicto. Otros que en absoluto. Unos más que sí, pero no solamente… Al final convinieron en que el mural representara a esa pequeña comunidad del norte de El Salvador antes de la guerra.
Para mostrar su proyecto en Suiza, las artistas montaron una exposición en Monthey con pinturas de alumnos y maestras, y con fotografías de los murales, e ilustraron sus pláticas en las otras ciudades, con la proyección de imágenes.
Manifiesto de dignidad
Las Paredes de la Esperanza, esos “libros de historia sin palabras”, como las caracterizó Doña Elena, en Guatemala “narran” el dolor de los desplazados en ese hombre que se aleja con el corazón a cuestas; el sufrimiento de la pérdida, en esa Virgen María que aparece en el mural no por su naturaleza divina, sino por su condición de madre cuyo hijo fue asesinado por sus ideas políticas.
Luz la pintó sin un brazo, por la explosión de una mina antipersona y se pintó a sí misma, a la mitad de sí misma, porque “la guerra me robó la otra mitad”.
En esos testimonios plásticos, los muertos reclaman una sepultura digna desde sus fosas comunes; los soldados disparan a mansalva, la gente huye, las casas arden. Las Paredes de la Esperanza son la memoria histórica de un pasado desolador pero son también un manifiesto de fortaleza y dignidad. Claudia Bernardi explica sobre la pintura de víctimas de agresiones sexuales:
“Las mujeres decidieron pintar un círculo que las representaba, dándose la mano, sosteniéndose unas a las otras, pasándose poder, creando un cinturón de fuerza en el cual las malas memorias ya no las dañaran nunca más. Las memorias tristes estarían localizadas en esa área restringida. Fuera del círculo quisieron pintar lo que querían para sus hijos y para sus comunidades. El proceso creativo les proporcionaba la posibilidad de verse en un rol diferente al de ‘víctimas’”.
En diciembre de 1981, más de mil campesinos fueron masacrados en El Mozote.
En 2006, el equipo de Perquin realizó en el lugar un trabajo de recuperación de la memoria.
Claudia Bernardi escribió en su informe:
«Hoy, 25 años después de la masacre y 14 años después de la exhumación, vengo a toparme con otro aspecto de la épica: la recuperación de la memoria y la transformación comunitaria a través del arte (…)
En la época de las exhumaciones, cuando ya habíamos exhumado muchos niños y cuando era evidente el tamaño de la crueldad de la masacre, tuve un sueño recurrente que me sumía en una compleja alianza de tristeza, de esperanza y de inconmensurable ternura: veía muchos niños paraditos en el mismo edificio de El Convento donde nosotros estábamos exhumando. Los veía cantando. Estaban paraditos y radiantes, tranquilos, en paz y cantando.
Catorce años después de la exhumación el sueño se transformaba en realidad. En el lugar donde la masacre había acaecido estaba ahora escuchando las vocecitas y viendo las caritas radiantes y las sonrisas de los chiquitos de El Mozote.
Lloré. Todos lloramos. No de tristeza. De perplejidad, de sorpresa, con gratitud por haber vivido hasta hoy para contemplar este nuevo nivel de complejidad agregado a los muchos niveles de desafíos que El Mozote siempre ha propuesto a todos los que transitamos en su vecindad.
El sueño se hacía realidad envolviéndome en una inconmensurable calidez, ternura y esperanza.
Esa tarde cuando finalmente salíamos de El Mozote, había casi oscurecido y estábamos rodeados de luciérnagas. Es extraño, por que no hay muchas luciérnagas en la zona. Parecería que sólo llegan a El Mozote. La gente dice que son los espíritus de los muertos, que no quieren partir y que todavía viven en la comunidad».
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