“La gente tiene que entender que la normalidad no existe”
Sentirse mujer y ser aceptada como tal. Esa ha sido la lucha de Stella Glitter a lo largo de toda su vida. Transgénero y queer, Stella, a sus 68 años, persigue el sueño de una sociedad libre, en la que quien se salga de la norma también tenga derecho a existir.
En la pared del salón un cuadro muestra la metamorfosis de una crisálida de la que emerge una mariposa. Stella GlitterEnlace externo sonríe. “He cambiado, ¿verdad?”. El niño de mirada tímida deja paso a una mujer inconformista. “Este autorretrato es una declaración: estoy aquí y soy una mujer, una mujer transgénero”.
¿Qué significan las siglas LGTBIQ?
Este acrónimo se utiliza para designar a lesbianas, gays, personas transgénero, bisexuales, intersexuales y queer. Para definir las distintas orientaciones sexuales e identidades de género van surgiendo nuevos términos.
Sin embargo, detrás de cada una de esas palabras se esconden historias de personas cuyas vidas a veces han resultado difíciles. Otras, sencillas. Y todas, únicas. Por eso hemos dedicamos esta serie de artículos a retratar a las personas que hay detrás de cada uno de los términos que componen el acrónimo LGTBIQ.
Queremos darles la palabra y revivir con ellas sus sueños, logros y reivindicaciones. Esta serie se publicará en suwisinfo.ch a lo largo de las próximas semanas.
Desde la ventana de su cocina en La Motte, un pueblo del cantón del Jura, no lejos de la frontera francesa, Stella contempla el horizonte. “Mi presencia es incómoda: imagen femenina, voz masculina… ‘¿Qué clase de criatura es?’, se preguntan. Luego viene el rechazo, la hostilidad. La gente tiene que entender que la normalidad no existe”. Mientras intenta encender un cigarrillo, se remonta a su infancia.
No tiene ni cinco años cuando descubre la sexualidad. Ya entonces se da cuenta de que es “diferente”. Su cuerpo le resulta extraño, pero no encuentra las palabras para expresar lo que siente. Con la pubertad las dudas se acrecientan y el sentimiento de “haberse equivocado”, de “haber pecado”, se apodera de ella. “Me sentía tremendamente insegura y confundida, y al mismo tiempo no podía rebelarme”.
Hija de un pastor protestante, Stella, la mayor de siete hermanos, debe predicar con el ejemplo. Y entonces, con todas sus fuerzas, intenta meterse en la piel de un hombre. En el pequeño pueblo de Schöftland, en el cantón de Argovia, entra a formar parte de un equipo de fútbol, trabaja en el campo y aprende a domar caballos de tiro (una pasión que aún conserva). “Para no tener que enfrentarme al caos que crecía dentro de mí, ocupaba demasiado mis días”. Su madre lo sabe pero, incapaz de afrontar algo que no conoce, finge no enterarse.
La rebelión en la calle, el silencio interior
A los 20 años, tras llegar a la madurez, se traslada a Zúrich a estudiar veterinaria. Estamos a principios de los años 70 y la ciudad vive su pequeña revolución. En los centros sociales, los jóvenes teorizan sobre una sociedad más libre. En la calle, luchan contra la represión del Estado. Fascinada por este espíritu rebelde, Stella se une a los movimientos autónomos y abandona la universidad para dedicarse por completo a la política. Trabaja en las fábricas para sensibilizar a la clase trabajadora y saca su permiso para conducir taxis y así poder ganar algo de dinero.
En el ambiente nocturno de Zúrich Stella busca referencias en los escasos bares frecuentados por personas transgénero. “En ese momento, la escena LGTB no existía. Gracias a los libros comprendí que no estaba sola”. En David Bowie encuentra un modelo con el que identificarse. Y en su amor por una mujer, su espacio de libertad. “A su lado pude salir del rol masculino y, por primera vez, ser yo misma”.
Sin embargo, en el contexto de la izquierda radical, la transexualidad sigue siendo tabú. También la homosexualidad. Aunque sus amigos aceptan llamarla Stella, para ellos sigue siendo un ‘colega’. Y en los grupos feministas tampoco encuentra su espacio. “Creo que me consideraban una amenaza. No sabían dónde ubicarme. Y en ese momento solo contaba la revolución. En el fondo, la gente era mucho más conformista de lo que creía”. Stella se muestra discreta y busca en el arte su medio de expresión. “He aprendido a tocar la guitarra, tuve un grupo punk, luego otro de rock and roll. También he hecho teatro, bailado, escrito… Pero seguía viviendo mi transexualidad en secreto, con mi compañera”.
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Stella Glitter: una artista de rock and roll
El camino del renacimiento
El punto de inflexión en su vida llega cuando tiene 31 años. En 1980, Stella es condenada a cuatro años y medio de prisión por atracar un banco. Recluida en una cárcel para hombres, se ve obligada a ocultar su verdadera identidad. “Nunca he sido una persona particularmente apegada a la vida, pero en ese momento me di cuenta de que no podía seguir mirándome al espejo y pensar me he equivocado de vida”.
Stella aprende a amar su nuevo cuerpo, pero siente la necesidad de dar un último paso para, al fin, “renacer”. Corta los lazos con sus viejos amigos, incapaces de reconocerla como mujer, y se somete a una operación de reasignación de sexo. Incluso si esta elección la aleja de su primer gran amor. “Siempre tuve un problema con mi pene. Para mí era como un cuerpo extraño. Así que decidí hacerme la cirugía y tuve la suerte de dar con un médico dispuesto a ayudarme”. Stella abre sus alas y emprende el vuelo. “Por fin podía mirarme en un espejo sin darme asco; amar a una mujer y sentirme amada como una mujer. A diferencia de otras personas transgénero, he podido seguir con mi vida sin problemas. En parte esta es la razón por la que estoy hoy aquí contando mi historia”.
Una vez libre, comienza el largo proceso de transición. Un examen psicológico de tres días, en Bruselas. Un primer tratamiento hormonal, que falla. Y luego, otro. Después de dos meses, su cuerpo se suaviza, el vello desaparece, sus pechos se desarrollan. Con todo, algunos rasgos –como su voz ronca y profunda con la que interpreta a Elvis– son más difíciles de eliminar. Y a la alegría le sigue una primera desilusión. “Había pasado años soñando con la mujer que me hubiera gustado ser y solo podía estar decepcionada con el resultado. Por otra parte, siempre había rechazado la idea de recurrir a la cirugía estética o someterme a una operación de cuerdas vocales: era un límite que no quería sobrepasar”.
Falda y tacones en el armario
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Cuando las categorías sexuales saltan por los aires
En una sociedad que desconfía de quienes se alejan de la norma, Stella tiene que transigir y renunciar a vivir plenamente su feminidad. “Después de la operación llevaba faldas y zapatos de tacón, pero la gente pensaba que era un travesti”. La ropa es otro sueño que, junto con cierto pudor heredado de la cultura protestante, esconde en un cajón. “Me hubiera gustado romper con las normas y convenciones, pero nunca me he liberado de lo que piensen los demás”.
Stella, no obstante, cree que ha habido progresos. Ya no existen tabúes en torno a las personas transgénero, y los medios de comunicación hablan sobre ello. En el plano jurídico, Suiza lentamente está abandonando prácticas consideradas inhumanas, como la esterilización impuesta a aquellas personas que quieren cambiar en el Registro Civil su sexo. Y a pesar de ello, todavía, casi a diario, Stella se enfrenta al miedo a la diferencia y a la desconfianza que conlleva. “Hasta hace dos años, cuando entraba en los aseos de mujeres me insultaban. Hoy me conformo con unas risitas y comentarios sarcásticos”.
Stella se define como vanguardista porque en su mundo ideal, las categorías no existen y son reemplazadas por distintos modos de definir su identidad y su sexualidad. Un mundo en el que tener una voz masculina y rasgos femeninos no se percibe como una amenaza contra el equilibrio de la sociedad. “En este sentido, soy 100% queer; soy parte de este movimiento que rechaza con fuerza el binarismo de género”.
La libertad a toda costa
Con su mirada teñida de cierta melancolía, Stella enciende un último cigarrillo. Aunque su rostro muestra las huellas del paso del tiempo, no ha perdido ni un ápice de su espíritu rebelde. Sus ojos siguen buscando en el horizonte la libertad. Desde hace poco menos de un año, Stella ha cambiado el bullicio de Zúrich por la tranquilidad del campo del cantón del Jura, donde se ha trasladado a una residencia para artistas.
Ahora jubilada, llena sus días con la pintura, la música, la escritura y largos paseos en el bosque. “Siempre he buscado el camino que me reporta la mayor libertad posible y lo he encontrado en el arte”. De vez en cuando, vuelve a su ciudad para tocar algo de rock and roll o exponer sus cuadros. “He hecho una larga lista de cosas que quiero pintar y aquí tengo tiempo”.
Stella no teme envejecer. El tiempo que pasa la tranquiliza, como esa imagen que cuelga en la pared del salón que deja ver su metamorfosis. “He encontrado cierta armonía. Sé lo que puedo pedir a la gente y con 68 años ya no estoy dispuesta a que me hagan daño. ¡Si quiere, acépteme tal como soy; ¡si no, déjeme!”.
El derecho a cambiar de sexo
En Suiza, las personas trans pueden cambiar su nombre en el Registro Civil sin cambiar de sexo. Para ello, tienen que contactar con la administración cantonal. Tienen derecho a elegir su nombre.
Para cambiar el sexo en el Registro Civil, hay que emprender acciones legales. Hasta hace poco, todos los tribunales suizos exigían a las personas trans someterse a una reasignación de sexo y aportar pruebas de infertilidad. Esto se ha venido haciendo con base en una sentencia del Tribunal Federal de 1993. La situación, sin embargo, está cambiando. El Tribunal de Apelación del cantón de Zúrich autorizó el cambio de sexo en el Registro Civil sin cirugía, en 2011. La Oficina Federal del Registro Civil se expresó en el mismo sentido al año siguiente.
Y aunque en los últimos años varios tribunales han adaptado sus prácticas, otros continúan exigiendo pruebas de que se ha realizado una intervención quirúrgica, de infertilidad o el certificado de un psiquiatra que atestigüe la “transexualidad” de esa persona. Una práctica condenada por la asociación TGNSEnlace externo (que defiende los derechos de las personas trans) y de la que ya han prescindido países como Francia, Italia y Alemania.
Traducción del francés: Lupe Calvo
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