Fuera de aquí “todas las serpientes criadas por fanáticos y utopistas”
El incidente de las bombas de Zúrich: en 1889, un estudiante ruso murió a consecuencia de la explosión accidental de una bomba a las puertas de Zúrich. Como consecuencia de este hecho se expulsó a algunos extranjeros y la producción y posesión de explosivos fueron declarados ilegales.
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“El Palacio Federal volará por los aires este mes. ¡Temblad!”
El 6 de marzo de 1889 un policía de Zúrich informa a su superior que en la ciudad corre el rumor de que el día anterior dos estudiantes rusos se habían batido en un duelo con bombas a las puertas de la ciudad. Ambos habían resultado gravemente heridos y unos amigos los habían trasladado a un hospital.
El jefe de la policía, Fischer, que conoce el contexto de la migración local, no cree una sola palabra y se dirige a Petertobel, el lugar donde supuestamente había tenido lugar el duelo. Una vez allí hace un terrible descubrimiento: grandes manchas de sangre sobre la nieve, rastros de una explosión, un contenedor de hojalata lleno de un denso líquido amarillento…y algunos trozos de un pie humano.
Una pequeña cantidad de dinamita
El siguiente objetivo de Fischer es el Hospital Cantonal, donde averigua los datos personales de dos pacientes. Se trata de Alexander Demski, un aristócrata polaco que estudia en el Politécnico Federal, y del ruso Jacob Brinstein, que trabaja como tipógrafo en la revista socialista Arbeiterstimme (la Voz del Obrero).
Fischer ya conoce a Brinstein, quien desde hace algún tiempo viene actuando como agitador entre los estudiantes rusos. El año anterior, durante un registro en su domicilio, se le encontró una pequeña cantidad de dinamita, pero como la posesión de explosivos no era ilegal, Brinstein no fue detenido.
El médico recibe a Fischer con estas palabras: “Con Brinstein ya no hay nada que hacer”. Esto no impide que el policía proceda inmediatamente a interrogarle. Brinstein no suelta una palabra. Solo cuando Fischer le amenaza con arrestar a todos sus camaradas rusos Brinstein admite haber probado una bomba casera.
Cuando Fischer extrae de su bolsillo el cuerpo del delito, Brinstein le grita: “¡Tenga cuidado! Explota con el calor. Arrójelo al agua.” Fischer arroja el recipiente de hojalata a una jarra y seguidamente, como escribirá más tarde en su informe, se produce una “terrible explosión” en la que “todas las sillas” y “las ventanas” de la habitación se hacen pedazos.
“Tenemos que cometer acciones llamativas”
Durante el interrogatorio Brinstein declara que no tenía previsto cometer ningún atentado en Suiza, sino que se le había encomendado la tarea de encontrar un “medio efectivo” para la lucha revolucionaria en Rusia. “Qué quiere, comisario”, añade Brinstein, “no tenemos dinero para agitar a las masas y por lo tanto tenemos que cometer acciones llamativas que sirvan para el mismo propósito. En nuestro país hay que golpear la cabeza si queremos mover el cuerpo, y la cabeza es la familia imperial.”
“El destino de los revolucionarios es arriesgar desinteresadamente su vida por los demás.”
Lo que Fischer no sabe todavía es que Jacob Brinstein se llama en realidad Isaak Dembo y que desde su juventud ha formado parte del movimiento revolucionario Narodnaja Wolja (Voluntad del Pueblo en ruso). Este grupo político lucha por un estado democrático y no rechaza los actos terroristas. De hecho, fue este movimiento el autor del atentado que costó la vida al zar Alejandro II en 1881.
El propio Dembo estuvo involucrado en el intento de asesinato de Alejandro III y se vio obligado a huir al extranjero. Como deseaba volver a su patria para imprimir escritos revolucionarios, decidió estudiar y aprender tipografía en Zúrich. “El destino de los revolucionarios es arriesgar desinteresadamente la vida por los demás”.
Dos días después del desafortunado intento de probar la bomba, Isaak Dembo muere sin haber revelado al capitán Fischer el nombre de sus jefes. Su entierro se convierte en una manifestación política contra el régimen zarista. Participan toda la comunidad estudiantil rusa y polaca de Zúrich y numerosos socialistas de la ciudad. Representantes de los sindicatos y otras organizaciones de izquierda siguen el féretro portando coronas de flores adornadas con cintas rojas de la revolución.
“El atentado de Zúrich” causa una gran conmoción en el país y en el extranjero. El embajador ruso exige información sobre los “activistas” y su entorno político. La prensa de derechas quiere saber si se trata de un caso aislado o es una muestra del “método de esta locura”.
El Neue Zürcher Zeitung exige que Suiza no se convierta en un “campo de pruebas”, en el que se planifiquen “disturbios y asesinatos en otros países”. La revista Limmat pide incluso expulsar sin demora del país a “toda la camada de serpientes criada por aventureros, utópicos y fanáticos”.
“Aquí tenemos 98 estudiantes rusos”
El Consejo Federal (gobierno suizo) encarga la investigación al capitán Fischer, a quien un periodista describe como “muy sagaz y muy inteligente” y dotado de una “extraordinaria mirada escrutadora tras las lentes de sus gafas azules”.
Es cierto que el año anterior Fischer había provocado un escándalo internacional al publicar por iniciativa propia los nombres de los informantes que espiaban a los socialistas alemanes exiliados en Zúrich en nombre del gobierno alemán. Pero Fischer conoce bien a la comunidad de exiliados rusos y parece el hombre adecuado para resolver el espinoso asunto.
“Aquí tenemos 98 estudiantes rusos”, señala Fischer a un corresponsal del diario francés Le Figaro, enviado especialmente para el caso de “los nihilistas de Zúrich”. Estos nihilistas, dice Fischer, son “jóvenes siniestros”, defensores de la propaganda de los hechos, y abogan por la violencia revolucionaria.
Son personas solitarias que solo están interesadas en su tierra natal y lo demás no les importa nada. Además, dentro de la comunidad de exiliados rusos en Zúrich existe una enorme discordia, ya que “todas esas personas se odian unas a las otras y se lanzan a la cara los insultos más crueles”.
Al día siguiente Fischer detiene a varios rusos, entre los cuales se encuentra la estudiante de medicina Maria Ginsburg, que vivía amancebada con Dembo. Inicialmente finge ser su hermana ingenua y confiada, pero al final confiesa haber ayudado a Fischer a fabricar la bomba. Fischer ordena numerosos registros domiciliarios pero solo salen a la luz escritos revolucionarios -legales en Suiza- y correspondencia privada.
Gracias a esa documentación el jefe de policía descubre que Dembo formaba parte de un grupo revolucionario llamado “partido terrorista” y que estaba en contacto con inmigrantes rusos de otras ciudades suizas.
Laboratorio del crimen
De esta manera, Fischer extiende su investigación a Ginebra, donde se descubre una imprenta clandestina que imprime panfletos revolucionarios para Rusia. Incluso la Escuela Politécnica Federal de Zúrich (ETH) acaba por caer también en el punto de mira de la investigación. Como Alexander Dembski, el segundo activista, es estudiante de química, Fischer sospecha que el explosivo pudo ser fabricado en los laboratorios de la ETH. “No podemos permitir que la única universidad federal se convierta en un laboratorio del crimen”, se queja el NZZ y exige que se castigue como delito la producción y comercialización de explosivos.
Fue un experimento técnico de un grupo político insignificante. No obstante, el jefe de policía recomienda la expulsión de los anarquistas extranjeros.
Las informaciones publicadas por la prensa extranjera, según las cuales los explosivos de los nihilistas de Zúrich no estaban solo destinados al zar ruso sino también al emperador alemán, avivan aún más la indignación popular. Los gobiernos ruso y alemán exigen el acceso a los archivos de la investigación. Además, ambos países amenazan con no reconocer la neutralidad helvética en caso de que los solicitantes de asilo en Suiza sigan poniendo en peligro su seguridad interna.
Debido a esta presión política, la investigación se lleva a cabo con un rigor inusual para la época. Fischer ordena detención preventiva para una mujer, toma “fotografías forzadas” de todos los sospechosos y los mantiene el mayor tiempo posible en arresto preventivo, un procedimiento que sorprende y extraña incluso a los periodistas de la derecha.
Pero todo esto no sirve para nada. Fischer no puede demostrar que los detenidos hayan cometido delito alguno o participado en una conspiración internacional. En el informe final señala que “no se ha encontrado rastro de un complot dirigido específicamente contra algún gobernante o autoridad concretos”. El atentado de Zúrich fue solo un experimento técnico de un grupo político insignificante. A pesar de eso, el jefe de policía recomienda la expulsión de los anarquistas extranjeros.
Así, el 7 de mayo de 1889 el Consejo Federal decide la expulsión de 13 anarquistas rusos y polacos, entre ellos Alexander Demski y la amiga del fallecido Isaak Dembo. Se les concede una semana de plazo para mudarse a un país de su elección.
La prensa de derechas recibe con agrado la expulsión de extranjeros que “comprometen y perjudican al país” y “ponen en peligro nuestra buena reputación”. Sin embargo, la izquierda se siente indignada con “la humillante claudicación del derecho público” con que el Consejo Federal castiga el libre pensamiento político.
El Züricher Post señala con aire crítico: “Desde las alturas de la ley de asilo, de la tradición liberal y el orgullo nacional nos estamos hundiendo cada vez más”. La genuflexión ante la Rusia zarista impidió a las personas expulsadas terminar sus estudios, les imposibilitó para siempre el regreso a su patria e incluso puso en peligro la vida de sus familiares en Rusia.
Prohibición de los explosivos
Sin embargo, desde el punto de vista histórico, las consecuencias políticas del atentado de Zúrich son más importantes. En 1894 entra en vigor una ley federal que tipifica como delito la fabricación, venta y transporte de explosivos. Para la Fiscalía Federal será una herramienta extremadamente útil en la lucha contra los anarquistas extranjeros en Suiza.
Atentados en Suiza
Una mirada retrospectiva a la historia de Suiza muestra que los actos de violencia con trasfondo político fueron mucho más frecuentes de lo que hoy podemos imaginar. El primer atentado terrorista en suelo suizo tuvo lugar en 1898 contra la emperatriz Isabel de Austria, quien fue apuñalada por el anarquista Luigi Lucheni. Sissi fue la primera víctima del terror anarquista en Suiza, pero no la última.
A principios del siglo XX Suiza fue escenario de una auténtica ola de violencia terrorista. Los anarquistas atacaron bancos y el cuartel de la policía en Zúrich, intentaron volar varios trenes, chantajearon a los empresarios, cometieron atentados con bombas y asesinaron a personalidades políticas.
La mayor parte de los terroristas procedían del extranjero: rusos, italianos, alemanes y austriacos que habían encontrado asilo político en Suiza. Solo unos pocos eran suizos y la mayor parte de estos mantenía un estrecho contacto con anarquistas extranjeros. Sin embargo, el terror que estos criminales produjeron fue generalmente mayor que el daño. A veces eran tan inexpertos que las bombas les explotaban accidentalmente mientras las fabricaban.
Para Suiza, la violencia anarquista fue un desafío político. El país reaccionó con expulsiones y un endurecimiento de las leyes. En la denominada Ley de Anarquistas, de 1894, se aumentaron las penas para todos los delitos cometidos con ayuda de explosivos y se condenaba también los actos preparatorios. Pero al mismo tiempo, Suiza se negó a endurecer la legislación en materia de asilo, y continuó brindando una generosa protección a los perseguidos políticos.
Traducción del alemán: José M. Wolff
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