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Solferino o el sangriento nacimiento de una nación

El 24 de junio de 1859, las tropas francesas y piamontesas derrotaron a los austríacos en Solferino, en el sur del Lago de Garda. La batalla fue un baño de sangre, pero abrió a Italia las puertas de la unidad.

«El sol del 25 de junio iluminó uno de los espectáculos más espantosos que pueda ofrecer la imaginación», anotaba Henry Dunant poco después de la batalla. El escenario descrito por el empresario ginebrino tenía matices apocalípticos.

Henry Dunant quedó profundamente consternado por lo que vio. Para evacuar ese traumatismo, escribió algún tiempo después de la batalla un libro destinado a hacerse famoso y a dar impulso a la creación de la Cruz Roja. Una memoria de Solferino es un testimonio sobre los horrores de la guerra, un testimonio que siglo y medio más tarde, no ha perdido nada de su dramatismo.

Una gran batalla

La presencia de Henry Dunant en el campo de batalla de Solferino fue el fruto del azar. No así la impresión que los combates hicieron en él. La batalla de Solferino fue en efecto, una de las mayores batallas del Siglo XIX.

Según las estimaciones más prudentes, por lo menos 230.000 soldados se encontraban bajo las banderas del Imperio Francés, del Imperio Austríaco y del Reino de Piamonte. La batalla, que tiene lugar sobre un frente de una quincena de kilómetros, duró más de doce horas.

Durante la mañana del 24 de junio, los ejércitos se encontraron de improviso sobre las alturas en el sur del Lago de Garda. Ninguno esperaban encontrarse frente al grueso de las tropas enemigas. Los combates se desarrollaron de manera caótica y muchos de los enfrentamientos fueron con arma blanca.

Millares de cadáveres quedaron sobre el campo de batalla. «Los informes oficiales de la época hablaban de un poco menos de 5000 muertos», recuerda el sociólogo Costantino Cipolla, coordinador de una obra colectiva en cuatro volúmenes sobre Solferino.

«Pero en 1870, por razones de higiene, fueron exhumados los cadáveres enterrados en el campo de batalla. Se encontraron entonces al menos 9500 osamentas. Y ello, sin contar a los muertos enterrados en los cementerios y los fallecidos más tarde a causa de sus heridas», prosigue el especialista.

Al final, el balance de la batalla fue mucho más pesado de lo que decían los informes oficiales. El número de muertos será así de más de 20.000.

«Una victoria de la Revolución»

Solferino fue el último episodio de la Segunda Guerra de Independencia Italiana. La victoria de las tropas franco-piamontesas sobre Austria abrió las puertas de la independencia y de la unidad de Italia.

«Sin Solferino, la expedición de Garibaldi en Sicilia y la unificación del país habrían sido impensables», observa Costantino Cipolla. «La batalla fue el punto de partida la Unidad italiana. A partir de allí, ya no era posible volver atrás».

Pero la batalla también tuvo un alcance mayor. «Solferino marcó la victoria definitiva del concepto de soberanía popular sobre el de legitimidad monárquica. No es por nada que la literatura reaccionaria de la época habló de una victoria de la Revolución», anota el catedrático de Bolonia.

Curiosamente, Solferino fue también una de las últimas batallas donde estuvieron presentes – en calidad de comandantes supremos de las tropas – los soberanos de las potencias en guerra: Napoléon III por Francia, Francisco-José Ier por Austria y Victor-Emmanuel II por el Piamonte.


«Su presencia fue una especie de broma de la Historia», anota el sociólogo. «Victor-Emmanuel se encontraba a 4-5 kilómetros de la batalla y fumaba un puro. Francisco-José también estaba lejos de los combates. Sólo Napoléon III estaba al alcance de los tiros de los cañones, a tal punto, que algunas de sus ayudas de campo fueron heridos».

Pero gracias a la pluma de Henry Dunant, Solferino marcó también otro momento culminante. «Desde esa época, la guerra ya no es leída únicamente como un momento de gloria, de victoria. Con Dunant, la guerra comenzó a ser considerada desde el punto de vista de las víctimas».

En julio de 1858, Napoléon III y el conde de Cavour, jefe de Gobierno piamontés, se reúnen secretamente en Plombières, en los Vosges, para establecer un acuerdo sobre el futuro de Italia.

El acuerdo prevé una guerra contra Austria, potencia dominante en el noroeste de Italia, y la constitución de un reino de la Alta Italia (comprendiendo Lombardía, Venezia y Emilie-Romagne) bajo la batuta de la Casa de Saboya.

La alianza entre Francia y el Piamonte es firmado oficialmente en enero de 1859. Un ultimátum enviado por Austria al Piamonte, que arma a los independentistas, ofrece el buen prexto.

El 24 de junio, los franceses vencen a los austríacos en Solferino y los piamonteses, en San Martino.

Las derrotas austríacas provocan numerosas insurrecciones en el centro de Italia. El objetivo de una buena parte de los alzados es reunirse al Piamonte.

Frente al peligro de desestabilización y las amenazas de Prusia, Napoléon III decide firmar un acuerdo de paz con Austria (tratado de Villafranca, el 11 de julio de 1859 y de Paz de Zúrich, el 10 de noviembre de 1859).

Pero el movimiento hacia la unidad italiana ya no puede ser detenido. Los Estados italianos se reúnen unos tras otros al Piamonte. Sólo el Estado del Vaticano (y Roma) – protegido por Francia – permanece independiente. Su adhesión a Italia se hará sólo después de la derrota de Napoléon III frente a los prusianos, en 1870.

(Traducción, Marcela Águila Rubín)

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