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«Tengo nostalgia del franco suizo»

David, el hijo de 17 años, Madalena y Joaquim da Silva. swissinfo.ch

La familia Silva, originaria de una villa cerca de la ciudad de Oporto, vivió durante diez años de forma clandestina en Friburgo, Suiza.

Con mucho trabajo y ahorro, a su regreso cumplieron el sueño de todos los portugueses: construir su propia casa. Un reportaje de swissinfo.ch.















































































Así como muchos jóvenes de 18 años en Portugal de los años 80, bastante antes de que el país iniciara el proceso de modernización desencadenado tras la adhesión de la Unión Europea, Joaquim da Silva soñaba con comprarse un coche. Pero sabía que debido a la difícil situación económica, para una persona con baja escolarización la única oportunidad de conseguirlo era emigrar.
 
Hoy muestra su casa espaciosa de dos plantas en un barrio de Caldas de São Jorge, un municipio situado a 35 kilómetros al sur de la ciudad do Oporto. “La construí yo”, explica orgulloso el albañil de 43 años. El coche está en el garaje. Al lado, un pequeño jardín con el césped bien cortado, flores y un camino de baldosas que lleva a la entrada principal.
 
La familia aguardaba la visita del reportero de swissinfo.ch. Su esposa, Madalena da Silva, preparaba en la cocina un plato típico portugués, la ‘feijoada à transmontana’, que difiere de la receta brasileña. Los hijos, David, de 17 años, y Elisa de 14, explicaban cómo la reforma ortográfica del portugués ya se aplica en las escuelas locales.
 
El camino que recorrió Joaquim da Silva en Suiza fue largo y penoso. En el país alpino conoció a su esposa, pero debió trabajar diez años para reunir el capital suficiente para concretar el sueño de una casa propia. Y durante todos esos años, él y su familia vivieron como clandestinos, una situación común a la de muchos extranjeros en el espacio helvético de los 80.

Experiencias en el nuevo país

“Llegué a Suiza en 1987 y comencé a trabajar en una pensión de estudiantes. Los diez años que estuve en el país estuve siempre en el mismo empleo”, cuenta Madalena. Ella no oculta la melancolía de los años, que asegura que fueron un “buen” período en su vida, aunque tampoco olvida los problemas. “Disfruté mucho de ese tiempo a pesar de no tener documentos. La gente vivía bien de esta manera y hasta pagaba los impuestos como la previsión social”.

Igual que otros inmigrantes portugueses la elección de Friburgo se explicaba por la presencia de familiares. “Estaba mi primo”, dice. Las primeras impresiones al llegar a Suiza eran el contraste en relación al paisaje rural de su pueblo: la limpieza de las calles y el buen funcionamiento del transporte público fueron algunas de las características que más le marcaron. “El nivel de vida era muy alto”, explica la portuguesa. Esa sensación de haber mejorado confirmaba la decisión de abandonar la patria natal.

A su lado, Joaquim escucha con atención la explicación de sus esposa. Él también descubrió cosas nuevas cuando llegó a Suiza. “Me acuerdo del frío, algo que nunca había vivido en Portugal, también de la primera vez que vi la nieve”. Su vida se resumía en el trabajo de cantero de obras y las horas de ocio que pasaba en la asociación portuguesa local. Fue allí donde conoció a Madalena. Tres años después, en 1990, los dos se casaron. A los tres años nació el primer hijo de la pareja, David, en suelo suizo.

Proyecto de vida

A pesar de estar bien adaptados a la vida en el país, la pareja nunca se olvidó del principal objetivo de la inmigración: tener una casa propia en Portugal y retornar un día junto a sus hijos. Para eso ningún sacrificio era poco. Ahorraron donde les era posible. Durante las vacaciones de verano, cuando volvían a su tierra, Joaquim encontró un terreno ideal y comenzó poco después a construir su hogar.

Gracias a su profesión de albañil tenía suficiente experiencia. Lo único que le faltaba era tiempo. Desde la ventana del cuarto se ven las diversas casas vecinas, todas generosas de tamaño y de acabado. Pero muchas ventanas siguen cerradas, lo que plantea interrogantes. ¿Se trataban de casas de veraneo? “La mayoría de los propietarios también vive en el exterior, en Luxemburgo, por ejemplo. La gente también tiene vecinos en Francia y en Suiza”, revela Joaquim. Como su familia en el pasado, a esas personas también las ve en verano, sea para aprovechar el calor, volver a ver a los parientes o colocar algunas ladrillos más en la casa.

Retorno

Respecto a la decisión de retornar a su tierra de origen, a pesar de que Suiza ofrezca mejores perspectivas profesionales y salarios más elevados, la familia Silva muestra firmeza. “Mi hijo todavía era pequeño y yo estaba embarazada. Así pensamos que sería el mejor momento de regresar para terminar la casa y educar a los niños en nuestra tierra. Si lo hubiéramos hecho más tarde, tal vez nuestra permanencia hubiese sido definitiva”, justifica Madalena.
 
Hoy, ella y su marido están satisfechos con la vida. Incluso con las dificultades actuales, Joaquim todavía encuentra trabajo en su profesión a pesar de la bajada de la construcción en Portugal. Hace dos años, la familia estuvo en Suiza para pasar las vacaciones y encontrarse con los parientes. Los niños se llevaron una buena impresión del país. En esos días se acordó de la ventajas del país. “De la nostalgia del franco suizo”, bromea el portugués.
 
Si la crisis empeora, puede ser que la familia cambie de planes. “No descartamos la posibilidad de retornar a Suiza, sobre todo por el hecho de que ahora los portugueses pueden trabajar legalmente en el país”, afirma Madalena.

200.000 portugueses vivían en Suiza hasta finales de 2009, lo que supone el 12% de la población extranjera en el país .
 
La primera presencia portuguesa en Suiza se remonta a mitad de siglo XX. Eran estudiantes e intelectuales lusos, refugiados políticos. Se concentraron en Ginebra.
 
Hoy el principal motivo de la inmigración portuguesa es el trabajo.

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