Vigilancia: El estado de emergencia se normaliza
Nada removió más la sensación de inseguridad que los atentados del 11 de septiembre de 2001, tras los cuales aumentó la aceptación de la vigilancia estatal. A esto se añadió además la costumbre popular de recopilar datos.
Los atentados de 2001 fueron hollywoodenses: las imágenes de televisión parecían una espectacular película de acción en un bucle sin fin. Los dos atentados suicidas de Nueva York están grabados en la memoria colectiva. La metrópolis americana se convirtió en un lugar de añoranza. Muchos recuerdan cómo disfrutaron en su día de la vista del singular horizonte de las torres del World Trade Center, posteriormente derrumbadas.
Anhelo de seguridad
Tras los atentados Estados Unidos experimentó una ola ejemplar de solidaridad internacional. George W. Bush declaró el estado de emergencia y la «guerra contra el terrorismo». Los gobiernos de todo el mundo promulgaron nuevas leyes para luchar contra el terrorismo, a menudo bajo la tensión de cruzar esa delgada línea entre la libertad individual y la seguridad colectiva. Para aumentar la sensación de seguridad, la mayoría de la gente en una sociedad democrática suele estar dispuesta a recortar su propia libertad y privacidad. Hoy en día se siguen manteniendo muchas medidas antiterroristas. El 11 de septiembre provocó una normalización del estado de excepción en todo el mundo.
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“Suiza está enviando al mundo un mensaje nefasto”
La vigilancia es algo tradicional
No obstante, la vigilancia no es una novedad ni siempre se ha dirigido a las actividades terroristas. Al fin y al cabo, poder vivir sin ser observado es el epítome de la privacidad y la libertad. Pero las ideas sobre quién debe ser vigilado en nombre de la seguridad del Estado cambian continuamente. Tomemos el ejemplo de Suiza, donde la policía de la ciudad de Zúrich creó un registro de homosexuales a principios de la década de 1930. No fue hasta 1979 cuando se exigió destruir tal registro. Berna y Basilea siguieron su ejemplo destruyendo los datos recopilados.
Por temor a la infiltración comunista, la Policía Federal vigiló y espió a personas y organizaciones en Suiza durante la Guerra Fría. Eso dio lugar a 900 000 expedientes de vigilancia. Dos tercios de esas «fichas» se referían a extranjeros. El «escándalo de las fichas» se hizo público en 1989 y desencadenó un importante debate en Suiza sobre la vigilancia estatal.
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El resbalón de Suiza hacia un Estado policial
Sin embargo, la indignación masiva en Suiza por las fichas pronto se desvaneció. En 2018 se votó y se aprobó por amplia mayoría la vigilancia de los beneficiarios de la asistencia social sospechosos de obtener prestaciones de manera fraudulenta.
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Detectives sociales en la puerta de casa
En 2016, se aprobó en referéndum la Ley de Vigilancia. En 2020, la ciudadanía también ratificó en las urnas la Ley de Servicios de Inteligencia. Eso hace que Suiza tenga una de las leyes antiterroristas más duras del mundo, lo que convierte al país en un modelo para los regímenes autoritarios, según señaló la relatora especial de la ONU para los Derechos Humanos tras la votación del pasado otoño.
El auge del capitalismo de vigilancia tras el 11-S
En la actualidad, el comportamiento de la mayoría de la sociedad se controla principalmente de forma digital, por razones comerciales. Cuanto más sepa una empresa sobre una persona, más exactamente podrá adaptar los mensajes publicitarios a ella. Algunas de las empresas más exitosas hoy en día son empresas de datos. Se encuentran casi exclusivamente en Estados Unidos y China: Google, Facebook, Amazon, Alibaba y Tencent son muy conocidas. El modelo de negocio de estas empresas consiste esencialmente en hacer posible una publicidad precisamente adaptada a las personas. Y para ello recogen datos.
La profesora emérita de economía Shoshana Zuboff es una de las pocas voces en Estados Unidos que lleva años advirtiendo sobre el poder del mercado y la arrogancia de las empresas de Silicon Valley. Pinta el panorama sombrío de una economía digital en la que las personas son la fuente de una materia prima gratuita y actúan como proveedores de datos de comportamiento. El «capitalismo de vigilancia» es una mutación del capitalismo moderno. Se caracteriza por una concentración de riqueza, conocimiento y poder sin precedentes.
«Google fue el pionero del capitalismo de vigilancia», escribe Zuboff en su libro de 2018. El gigante de Internet también se ha beneficiado de los giros de la historia. Su crecimiento fue de la mano del desarrollo del aparato de seguridad nacional de Estados Unidos tras el 11-S, que utilizó a Google y su metodología para vigilar a la gente online.
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Curiosamente, a pocos les molesta la recopilación digital de datos personales. O sucumben a la extendida paradoja de la privacidad: queremos proteger nuestros datos y privacidad, excepto cuando hay algo gratis. El sociólogo David Lyon habla de una verdadera cultura de la vigilancia que domina nuestra vida cotidiana: tarjetas de fidelidad en los supermercados, cámaras de vigilancia omnipresentes en los espacios públicos, controles de seguridad en los aeropuertos y estadios deportivos.
Desde el 11 de septiembre los temores se han intensificado. Ahora se está produciendo un tira y afloja entre los esfuerzos de seguridad, por un lado, y la lucha por los derechos civiles y la privacidad, por otro. También en Suiza, donde la nueva ley del Servicio de Inteligencia está pensada para los terroristas o «personas peligrosas». Muy en el espíritu del post-11 de septiembre.
Traducción del alemán: Carla Wolff
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