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«Ya no confío en el mar»

Lory Follador, quien sobrevivió al tsunami, en la playa de Ko Phra Thong. swissinfo.ch

El 26 de diciembre de 2004, el maremoto que azota el sudeste asiático se cobra la vida de decenas de miles de personas. Lory Follador, criada en el Tesino, se halla en una isla en Tailandia cuando advierte el muro de agua que se abate sobre la playa. Por pura casualidad está viva, narrando su desventura.

26 de diciembre de 2004. La mujer despierta con una sensación extraña. Aún tiene en mente las imágenes de la pesadilla que tuvo durante la noche:  miles de cadáveres sin rastros de sangre. Nunca le había pasado. Su marido, tailandés, le dice que no es un buen augurio, pero ella tiene tanto que hacer que no le presta mayor atención. Después de todo, fue solamente un sueño.

En la isla de Ko Phra Thong, en Tailandia, es un día como cualquier otro. El mar está en calma y la playa, colmada de turistas. Es poco antes de las diez de la mañana y Lory Follador, que dirige un centro turístico desde mediados de los años 90, se dispone a asistir a una reunión de negocios. Nadie sabe que hace una media hora, una serie de olas gigantes golpeó la ciudad turística de Phuket, 150 km más al sur.

Tsunami en el sudeste asiático

El 26 de diciembre de 2004, un terremoto de magnitud 9,1 se produce en alta mar, cerca de Sumatra. Genera una serie de maremotos con olas de hasta 30 metros de altura.

El tsunami golpea las costas de una veintena de países ribereños del Océano Índico. Los más afectados son Indonesia, Sri Lanka, India y Tailandia.

El número de víctimas asciende a alrededor de 225 000 (incluido un centenar de suizos). Casi dos millones de personas quedan sin hogar y se producen daños materiales estimados en 10 000 millones de dólares.

De repente, en el camino a su oficina, escucha un fuerte ruido. “¡Se estrelló un avión!”, piensa. En realidad la primera ola, la más pequeña del tsunami, llega a la isla. El mar cubre toda la playa, hasta lamer los cocotales, antes de retirarse varios metros.

Es algo inusual para esta mujer de 52 años, nacida en Zúrich y criada en el Tesino. Pero nada alarmante. Algunos turistas desplazan sus toallas para estar lo más cerca posible del agua, mientras que un hombre mira fijamente al mar. “Viene una ola muy grande”, le dice, pero nadie reacciona.

“¡Corran, es un tsunami!”. El grito de una muchacha que ha vivido en Hawái detona  la alarma. En el horizonte, Lory ve una ancha banda blanca. Es la espuma en la cresta de la ola. Instintivamente, toma entre sus brazos a su hijo de 13 meses y comienza a correr hacia los manglares.

Pero en la agitación, se tropieza y cae. Cuando se levanta, no puede creer lo que ven sus ojos. Un muro de agua del tamaño de un edificio de cuatro pisos se abate sobre la isla.

Una noche en la colina

Dos lancheros locales corren en su ayuda. Uno de ellos recoge a su hijo e indica un sendero abrupto entre rocas y raíces de árboles. El grupo se refugia en una de las pocas colinas de la isla. Desde arriba, ella ve una ola. Luego otra, y otra.

El sendero que conduce a la colina ahora está señalizado. Es una de las vías de escape en caso de tsunami. swissinfo.ch

Desde la colina, donde también se refugiaron algunos macacos, la gente está bajo el shock. Nadie dice nada, hasta los niños están en silencio. Descalza, Lory advierte que tiene heridas en los pies y las piernas, pero no siente dolor alguno, el nivel de adrenalina es demasiado alto.

Una hora más tarde, su marido se reúne con ella. Consuelo. Cuando llegó el tsunami,  él se encontraba en una zona protegida de la isla. La mujer no piensa bajar de la colina, ahí pasa la noche. Hasta que ve el primer cadáver no se da cuenta de la magnitud del desastre. En total, hay 13 cuerpos sin vida.

Viva de casualidad

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A diez años de distancia, Lory Follador se encuentra en la misma playa. Sigue viviendo en Tailandia, pero en tierra firme. Con su marido, con el que tuvo un  segundo hijo, vive en Kuraburi, cerca de Ko Phra Thong, donde la pareja posee una empresa de construcción.

“Después del tsunami, no lograba dormir. El solo ruido de las olas me ponía nerviosa”, recuerda la mujer de origen italiano. “En las semanas siguientes, hubo réplicas y alertas. Una vez corrimos a la colina luego de un terremoto de magnitud 5. Ahora sabemos que debe ser superior a 7 para provocar un tsunami”.

Incluso hoy, cuando se encuentra en Ko Phra Thong por trabajo, no puede ir a la cama sin su teléfono móvil. “Instalaron sirenas en la isla, pero yo prefiero el teléfono: en caso de alerta, se nos informa inmediatamente por una llamada o un sms”, explica. Su relación con el mar ha cambiado: “Antes podía meterme incluso cuando había olas grandes. Pero hoy no. Ya no confío en el mar”.

Si Lory todavía está viva, dice, es por pura casualidad. “Si no me hubiera tropezado, esos muchachos tailandeses no me habrían recogido y no habría subido a la colina. Yo me habría refugiado en el manglar con mi hijo y estaríamos muertos. Probablemente no me había llegado la hora”.

Traducido del italiano por Marcela Águila Rubín

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