Las epidemias cambian, pero el miedo que suscitan permanece
El progreso de la medicina casi había hecho olvidar que Occidente vivió durante siglos bajo la amenaza de las epidemias. Sin embargo, la pandemia de coronavirus es un recordatorio de que la humanidad es aún vulnerable. También ha despertado temores ancestrales, afirma un historiador de la medicina.
Desde hace dos años, la pandemia de coronavirus imprime su huella en la sociedad, y las diversas medidas preconizadas por las autoridades, como el confinamiento y la vacunación, han dividido a la gente. Sin embargo, no es la primera vez que la población se enfrenta a graves epidemias. Pero ¿hasta qué punto es posible analizar los acontecimientos actuales a la luz de los del pasado? Alain BossonEnlace externo, historiador de la medicina, nos proporciona algunas respuestas.
swissinfo.ch: Para un historiador, ¿cuál es el principal punto de referencia de las epidemias?
Alain Bosson: La peste en la Edad Media. Europa occidental, que se había librado de ese flagelo desde el siglo VI, vivió un primer episodio apocalíptico entre 1347 y 1351. En algunas regiones, la peste causó la muerte de entre un tercio y la mitad de la población. La epidemia volvería luego de forma intermitente hasta el siglo XVIII.
Las oleadas de peste obligaron a los gobiernos a actuar. Se observó que ciertas medidas, como el aislamiento de los enfermos, la cuarentena y las limitaciones de desplazamientos, tendían a reducir el impacto de la peste. Posteriormente se convirtió en una práctica común actuar de la misma manera en respuesta a otras epidemias.
Así que para los historiadores no hay nada nuevo bajo el sol. Ahora estamos reviviendo preocupaciones y comportamientos típicos de lo vivido en el pasado.
La pandemia actual se compara a menudo con la gripe española al final de la Primera Guerra Mundial. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian?
En los dos casos se trata de pandemias, es decir, epidemias que se propagan rápidamente por todo el mundo, lo que no ocurrió con la peste. La magnitud del fenómeno también es comparable. En Suiza, por ejemplo, se calcula que entre un tercio y la mitad de la población contrajo la gripe española entre 1918 y 1920, lo que supone una enorme tasa de morbilidad, mucho peor que la del coronavirus.
Pero la comparación termina en el hecho de que la gripe española fue infinitamente más preocupante. En aquel momento no se tenía ni idea sobre aquello a lo que se hacía frente, porque no se conocía todavía la existencia de los virus. Al principio, algunos incluso pensaron que era una forma de peste. En el caso del coronavirus se sabe mucho más, aunque todavía hay zonas grises.
Pero, sobre todo, la tasa de mortalidad fue mucho más grave y afectó principalmente a la generación de 20 a 35 años, y no sobre todo a los ancianos, como parece ser el caso del coronavirus. Si se leen los periódicos de la época, se ven tragedias inauditas en las que mueren el padre y la madre, mientras que los hijos y los abuelos se salvan. En ese aspecto también, el fenómeno era mucho más preocupante que hoy, porque diezmaba las fuerzas más activas de la población.
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La gripe española azotó Suiza en 1918
Sin embargo, parece que la gente tiene más miedo hoy que hace cien años…
Hoy en día vivimos en sociedades modernas o posmodernas en las que la salud es muy importante. Las familias pagan mucho dinero por el seguro médico, y esos gastos están en consonancia con lo que se espera del sistema sanitario.
A principios del siglo XX, la esperanza de vida era de 45 a 50 años, mientras que hoy supera los 80. Los peligros de entonces, como los partos y las enfermedades infantiles, se llevaron un gran número de vidas. Luego, se volvieron a registrar umbrales de mortalidad significativos en torno a los 50 años. Podría llamarse fatalismo, pero vivíamos más con la idea de morir.
Esto no significa que las personas permanecieran totalmente impasibles. La gripe española fue realmente aterradora, porque la gente moría en medio de terribles sufrimientos. La población estaba muy preocupada, pero aceptaba y toleraba la situación. Hoy en día la gente reacciona con mucha más fuerza, lo que refleja que para nuestra sociedad, la muerte se ha convertido casi en un tabú.
La vacunación suscita resistencia e incluso hostilidad entre algunas personas. ¿Siempre ha sido así o es un fenómeno nuevo?
Al inicio hubo una cierta resistencia. En Europa, las primeras vacunas se utilizaron para combatir la viruela, una terrible enfermedad que ha causado la muerte de decenas de millones de personas a lo largo de los siglos. Se administró la viruela vacuna, elaborada con base en una forma leve de la enfermedad.
La vacunación era una solución milagrosa, pero aún se desconocía todo sobre los virus y el método se basaba en una buena intuición, pero sin validación científica. Simplemente se observó que la inoculación estimulaba el sistema inmunitario. El procedimiento no estaba exento de riesgos y hacía falta valor para vacunarse en el siglo XIX.
Los trabajos de Luis Pasteur sobre la vacuna antirrábica proporcionaron una visión más clara y allanaron el camino a la inmunología moderna. Sin embargo, a pesar de este descubrimiento, los primeros intentos de desarrollar una vacuna contra la tuberculosis, llevados a cabo por Robert Koch en Alemania, no tuvieron éxito y provocaron muertes. La historia de la vacunación, por tanto, ha estado marcada por riesgos e incertidumbres que permanecen en nuestro inconsciente colectivo.
Quizá por eso es difícil imponer la vacunación obligatoria…
La única vez que el Gobierno suizo intentó imponer la vacunación obligatoria fue en 1879 con una Ley Federal sobre Epidemias. Pero hubo un referéndum y en 1882 la ley fue rechazada por casi el 80% de los votantes, principalmente por el aspecto obligatorio de la vacunación.
También ha habido intentos en algunos cantones. Friburgo, por ejemplo, la introdujo el 14 de mayo de 1872. Sin embargo, hubo tantas reticencias -una pequeña proporción de la población acabó por vacunarse- que la medida fue rápidamente abandonada.
Es de suponer que esto ha «vacunado» permanentemente a las autoridades, si se me permite decirlo, contra cualquier idea de hacer obligatoria la vacunación, la cual sigue siendo un acto médico para el que parece inevitable el consentimiento del paciente.
Pero la vacunación es también una historia de gran éxito…
Después de la Segunda Guerra Mundial, la polio y la viruela fueron erradicadas. Se trata de éxitos extraordinarios que hay que situar en un momento histórico en el que la medicina estaba en pleno apogeo. También fuimos testigos, por ejemplo, del primer trasplante de corazón realizado por el profesor Barnard en 1967. Era una época en la que la medicina triunfaba y se creía que lo curaría casi todo. Entre la población había apoyo y el índice de confianza era muy alto.
Pero esta confianza disminuyó en los años 80, con la epidemia del sida que, en cierto modo, vino a recordar los límites de la medicina. Fue también en esa época cuando observamos un retorno a las prácticas terapéuticas presentadas como más naturales. Podemos mencionar, por ejemplo, la apertura de centros de parto para evitar los alumbramientos en los hospitales. Este periodo también estuvo acompañado de una creciente desconfianza hacia la vacunación por parte de los defensores de una medicina más natural.
¿También desde esta época se cuestiona cada vez más la palabra de los médicos y de las autoridades sanitarias?
Efectivamente, hasta los años 80, cuando el cuerpo médico se expresaba era escuchado. En los años 60 era impensable que una opinión de un especialista fuera cuestionada en la prensa. En general, la palabra de las autoridades no era cuestionada.
Hoy en día, hay una impresión de que cualquier verdad científica puede reducirse a un debate de opinión. En el caso de la vacunación, nos vemos reducidos a preguntas como “¿cree usted en la eficacia de las vacunas o no?” Desde luego, es bueno que no nos lo tomemos todo al pie de la letra y que seamos más críticos que antes. Pero lo más incómodo es que hay hechos claramente establecidos y definidos en la ciencia, y que quienes se invitan al debate carecen de herramientas para ponerlos en tela de juicio.
Traducido del francés por Marcela Águila Rubín
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