La política progresista de Suiza no solo eliminó la escena abierta de las drogas, sino que también salvó la vida de muchos adictos. Los heroinómanos desaparecieron de la percepción pública, pero ¿cómo viven hoy? Un libro da una idea de la vida cotidiana de un drogadicto.
Suiza, pionera en política humana en materia de drogas
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Desde hace 25 años, Suiza aplica la política conocida como de los ‘cuatro pilares’Enlace externo: prevención, terapia, reducción de riesgos y represión. Esta estrategia pragmática es en gran parte la respuesta al flagelo de las drogas que asoló la ciudad de Zúrich en 1980 y 1990. En 1994, Suiza inició entre los adictos la distribución…
En la década de 1990, Suiza ocupó los titulares internacionales debido a las impactantes imágenes de la escena abierta de las drogas. La miseria era tan grande que Suiza se atrevió a romper un tabú y, bajo el control del Estado, comenzó un programa de suscripción regulada de heroína a los adictos en 1993.
El objetivo era proporcionarles una vida estable y evitar así la delincuencia relacionada con las drogas, la prostitución y la transmisión de enfermedades.
El experimento tuvo éxito: gracias a la progresista política de drogas de Suiza, la escena abierta de las drogas desapareció.
El suministro controlado de heroína por el Estado salvó la vida de muchos. La otra cara de la moneda: los adictos graves han desaparecido en gran medida de la mirada pública hoy en día.
¿Cómo es su vida diaria?
Un libro ofrece respuestas: el escritor suizo Roland Reichen y su hermano Peter Reichen han escrito un libro en el que Peter habla de su vida como dependiente a la heroína. El fotógrafo Jonathan Liechti capturó imágenes de su cotidiano. A continuación publicamos algunas imágenes y extractos reducidos del libro ‘Druffä. Aus dem Leben eines Berner Drogensüchtigen’ (‘Colocado. De la vida de un drogadicto en Berna’).
De la vida cotidiana en mi adicción
«En la mañana es terrible. Febril. Los huesos me duelen. Sudo a mares y, al mismo tiempo, me duele el cuerpo como si estuviera desnudo en la nieve. (…) Me visto rápidamente con la ropa de ayer. (…) Afuera, el primer cigarrillo. (…) Subo al autobús y me siento muy tenso. Los dedos me tiemblan. ¡Cómo va lento el autobús! ¡Sí, anda, detente en cada semáforo!»
Y finalmente llego al dispensario. Subo las escaleras, y pongo el dedo en el lector de huellas dactilares para que se abra la puerta de la pequeña sala de espera. Unas diez personas están allí.
Una pantalla plana en la pared indica mi nombre al último de la lista. Sólo después de 15 minutos me toca a mi. Voy a la puerta para entrar a la sala de inyecciones. Un zumbido me anuncia que ahora puedo entrar. Mientras me lavo las manos, grito al personal de enfermería detrás del mostrador:’150 miligramos, en el músculo. Y una pastilla para el dolor, porque me molesta el riñón de nuevo».
«Debo tragarme la píldora frente a la enfermera. Luego desinfecto el muslo de mi pierna para inyectarme”.
Me saco la jeringilla de la pierna, le pongo su tapa y grito:’¡Jeringa! Una de las enfermeras controla que esté vacía y me responde: «¡Está bien!» – La tiro en el recipiente y salgo rápido a tomar el autobús.»
«Cada dos semanas voy a ver a mis padres en Spiez. Les ayudo un poco en la casa y en el jardín. Por la tarde, por ejemplo, voy de compras con mamá».
«O me siento en la sala con mi papi mientras ella va de compras. Quizá vea una película de animales con papá. O le pongo música en mi teléfono móvil. O simplemente dormimos un poco. Cuando mami regrese, habrá un bocadillo, pero luego tendré que volver al tren al dispensario».
En casa en pisos compartidos
Antes, Peter también consumía cocaína. «No me he metido cocaína en más de un año. Ahorré para comprarme una Playstation. Ahora, los treinta francos a la semana del dinero de los servicios sociales que antes gastaba en cocaína, ahora los gasto en juegos”.
«Sí, las fotos son algo duras. Normalmente Silvia, mi cuidadora, procura que mi cuarto no sea un caos.
«Para mí, fue claramente la presión de los compañeros la que me hizo caer en las drogas. En ese entonces, a principios de la década de 1990, los chicos de Spiez nos encontrábamos en una sala de deportes para sentarnos en sus gradas. En esa época nos interesaban las motos, fumar marihuana y beber cerveza… hasta que alguien trajo heroína de Zúrich. Casi la mitad del grupo se inyectó en cuestión de semanas.
Desafortunadamente, estaba enamorado de una chica que formaba parte de esa mitad del grupo. Al principio le dije: “Eh, eso es basura. La heroína es una tontería, Nathalie, me es suficiente con fumar cannabis”. Pero ella me dijo que debía probarla.
‘Druffä. Aus dem Leben eines Berner Drogensüchtigen’, Editorial MünsterEnlace externo, 2019.
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