«Somos todos iguales y todos diferentes”
A los ocho años, Manarekha aún tiene problemas para hablar y contar. Un retraso cognitivo que no siempre es fácil de manejar para su familia adoptiva. Sin embargo, la escuela también colabora. Retrato de una niña especial.
“¿Vemos quién termina primero su leche?” Con los ojos aún adormilados, Manarekha mira a su padre. “Apúrate, el autobús está por llegar. Un último traguito y a lavarte los dientes”. Son las 7:00 de la mañana y la familia Di Constantino- Laudi está reunido para desayunar en su casa de Vacallo, una ciudad cercana a Italia. Ahí están Babita, la madre; el padre, Massimo, la hija adolescente, Iris y la pequeña Manarekha.
Un equipo multidisciplinario
Lanzado en septiembre de 2017, cuatro maestros atienden el proyecto de “clase de acogida”: Paola Klett, profesora titular del primer grado, con 12 estudiantes; Luca Canova (100%), Patricia Castoldi-Ineichen (50%) y Erika Guglielmo Ripamonti (50%) en lugar de gestionar conjuntamente la clase de la escuela especial con ocho estudiantes. El equipo también está acompañado por dos pasantes.
Ocho años, la mirada vivaz, Manarekha mueve inquietamente sus piernas por debajo de la mesa mientras intenta llamar la atención con sus manos. “Voy a la escuela en autobús. Primero el cinturón. Luego la música. ¡Belloooo!”. Su voz es melodiosa pero el hilo de las palabras se embrolla. “A veces tenemos que ser un poco creativos para entender lo que quiere decirnos”, explica la madre.
Monny, como la llama la familia, tiene un retraso cognitivo. “No hay un diagnóstico real. Solo sabemos que nuestra hija aprende más lentamente que los niños de su edad y que necesita un apoyo escolar específico”.
Un apoyo que Manarekha encontró en la escuela especial de Stabio, una comuna situada a unos diez kilómetros de distancia y que este año lanzó un proyecto piloto de “clase de acogida”. Ocho niños con dificultades de aprendizaje la frecuentan y, según sus posibilidades, siguen los cursos con alumnos de primer grado. Una experiencia que los padres juzgan positiva. “Es bueno saber que tiene maestros que la siguen específicamente y al mismo tiempo tiene contacto constante con otros niños”, dice Babita. “También porque desde que se convirtió en parte de nuestra familia, Manarekha no ha hecho sino progresar”.
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En una «clase acogida» con Monny
De India a Suiza y de retorno
Nacida en el sudeste de India, Manarekha llegó a Suiza en el verano de 2015, luego de un proceso de adopción que duró casi cinco años. Babita todavía recuerda la emoción del primer encuentro: la miseria del Instituto, los rostros llenos de esperanza en las ventanas, y una niña que brincaba sin descanso en el balcón. “La describieron como una niña normal y tranquila, sin dificultades particulares, pero inmediatamente nos dimos cuenta de que algo andaba mal”. En ese rincón perdido del sudeste de la India, la alegría dejo espacio al asombro y el asombro a la inquietud.
El proyecto de adopción, Babita y Massimo lo cultivaron desde su primer encuentro. “Yo también fui adoptada en India”, cuenta Babita. Tuve la suerte de crecer aquí en el Tesino, de estudiar y tener una vida feliz. Siempre me pareció justo ofrecer esa oportunidad a otros”.
Para Babita, el viaje a la India tiene también otro significado. A pocos kilómetros del instituto de Manarekha se encuentra el orfanato donde creció. La familia decide visitarlo y con gran emoción Babita encuentra su nombre en un antiguo registro. “Padres: desconocidos. Destino: Suiza”. Para esta mujer menuda, que revela una gran fuerza interior, es un círculo que se cierra, mientras que otro está a punto de abrirse.
Los primeros meses de Manarekha en Suiza, sin embargo, fueron duros para la familia. La niña se rebela, patea, muerde, grita, casi como “un animalito enjaulado”. Y rechaza a Iris, la hermana mayor, de 14 años. “No aceptaba mi presencia y se enojaba cuando abrazaba a mamá”. En voz baja, Iris continúa no sin cierta incomodidad: “Me sentía excluida de mi propia familia y no fue algo fácil de aceptar, también porque me había imaginado un comienzo diferente. Solo veía el lado negativo, pero últimamente podemos comunicarnos mejor”.
En una escuela especial
Los padres de Manarekha no advirtieron de inmediato las dificultades cognitivas de su hija. Su infancia había estado marcada por la privación y la violencia, lo que no figura en ningún dossier, y que Manarekha fue narrando a su familia poco a poco. Eso permitió construir una imagen más clara. “Vivía en la calle con otros niños, no tenía suficiente para comer y su cuerpo todavía muestra signos de violencia”, señala Babita.
Un año después de su llegada a Suiza, Manarekha es inscrita en el primer grado de la escuela de Vacallo, junto con otros niños del lugar. Su italiano es insuficiente y le resulta difícil concentrarse. Por la noche, en su casa, pide con insistencia a su padre que la ayude con la tarea. “Decía todo el tiempo que no sabía hacer nada. Pero puso mucho empeño. Es fuerte”, subraya Massimo.
Siguiendo el consejo del maestro y del director de la escuela, Manarekha es sometido a una prueba cognitiva. El resultado es claro: A sus ocho años, Monny tiene las habilidades de una niña de cuatro o cinco. “Nos propusieron inscribirla en una escuela especial. Esperaban una reacción violenta, pero mantuvimos la calma y escuchamos atentamente la propuesta. Fue casi un alivio saber que alguien estaba dispuesto a ayudar a nuestra hija”.
Pionero en Suiza, desde hace más de cuarenta años, el cantón del Tesino ha hecho una prioridad de la integración de los alumnos con dificultades de aprendizaje, influenciado también por la experiencia incluyente de la vecina Italia. El proyecto lanzado este año en Stabio, la escuela que frecuenta Manarekha, va más allá, lo que permite un intercambio real entre los niños y una enseñanza que se centra en el potencial de cada uno.
Una batalla cotidiana
Pero la mirada de la sociedad no siempre es tierna con aquellos que son diferentes. Iris es muy consciente de ello, ya que regularmente se ve confrontada a los comentarios despiadados de sus compañeros adolescentes sobre los niños que asisten a la escuela especial vecina a la suya. “Para mí no es un problema decir que mi hermana está en una clase especial. Pero evito decirlo por mi propia voluntad. La gente no sabe bien lo que es, piensan que son niños extraños …”.
Extraños no, pero sí diferentes, porque como dice la colorida inscripción que se lee en el aula de Manarekha, “somos todos iguales y todos diferentes”. Y un proyecto como el de Stabio es un primer paso para que los niños del mañana tomen un poco más de conciencia al respecto.
La familia Di Costantino – Laudi ha decidido no pensar demasiado en el mañana. El presente está lleno de eventos inesperados, con pequeños y grandes obstáculos que superar. Lo que importa ahora es que Manarekha pueda adquirir una cierta independencia para ayudarla a enfrentar la vida que se abre delante de ella..
Traducido del italiano por Marcela Águila Rubín
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