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Se lanzan al vacío en busca de emociones fuertes

Dos amantes del salto BASE practican este deporte en Lauterbrunnen. La localidad alpina es una meca de este deporte extremo. Keystone

¿Qué lleva a un ser humano a arriesgar la vida saltando desde un acantilado? swissinfo.ch acompañó a aficionados y expertos en la práctica del wingfly (salto con traje aéreo) para saber si son conscientes de sus límites y qué opinan sobre “el lado oscuro de este deporte extremo”.

Encaramada en un acantilado recubierto por la vegetación veraniega, una figura que evoca a un murciélago ataviado en naranja y negro, desliza sus pies hacia el precipicio.

Con el lago Walensee a sus pies, en el este de Suiza, Michel –Michi- Schwery ensaya algunos movimientos de último minuto. Después, enciende las dos cámaras GroPro que lleva en su casco, levanta las alas de su traje, las agita, y practica una última vez el movimiento que hará más tarde para desplegar el paracaídas que lleva a sus espaldas.

“Tres, dos, uno… ¡Nos vemos!”, dice.

Súbitamente, Michi desaparece por completo. Ha saltado al precipicio con los brazos abiertos fundiéndose en el vacío.

Hace solo un momento reíamos juntos, intercambiábamos bromas a 2.300 metros de altura en la montaña Hinterrugg. Pero ahora, estoy solo.

No sin dificultad, entrecierro los ojos e intento explorar con ellos la totalidad del valle que se abre frente a mí, pero no veo ni rastro de Michi. Soy incapaz de avanzar un poco más hacia el borde. Mi corazón late a toda velocidad.

De pronto, a lo lejos, descubro una minúscula figura alada que avanza con gran celeridad –a unos 200 km por hora, supongo- bordeando la parte norte de Walenstadt. Habrá transcurrido apenas un minuto desde que saltó de la montaña, cuando veo a Michi abrir su paracaídas. Flota y desciende seguro hasta detenerse en el campo de un granjero. Respiro aliviado.

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Michael ‘Michi’ Schwery’s flight

Michi es el presidente de la Asociación Suiza de Salto BASE (ver recuadro) y acaba de realizar un Sputnik. Un salto que se volvió famoso a escala mundial, después de que el paracaidista Jeff Crolins lo difundiera en Youtube, donde registra más de 24 millones de visitas.

De acuerdo con un estudio realizado en 2007 por investigadores del Hospital Universitario de Stavanger, en Noruega, el salto BASE presenta un riesgo entre cinco y ocho veces mayor de causar lesiones o muertes que el paracaidismo tradicional.

La universidad noruega sustentó su análisis en 20.850 saltos BASE realizados desde el mismo sitio: la montaña de Kjerag. En los 11 años analizados (entre 1995 y 2005), se registraron un total de 9 muertes, es decir, una cada 2.317 saltos. Y un accidente cada 254 saltos.

A escala mundial, se tiene registro de 210 muertes como resultado de la práctica del salto BASE desde 1981 hasta la fecha.

Las estadísticas de accidentes en el valle de Lauterbrunnen –recogidas por el doctor Bruno Durrer de 1994 a la fecha- dan cuenta de un total de 35 muertes (33 hombres y 2 mujeres); y de 200 lesiones, de las cuales 70 con fractura de algún hueso y 20 con hospitalización.

Desde 2006, el número de saltos ha crecido de forma sensible en Lauterbrunnen, para sumar 15.000 anuales. La estadística de los accidentes se ha mantenido estable entre 16 y 24 lesiones por año, y entre 3 y 5 muertes.

‘Hombres ave’

A partir de los años 90 se observaron las primeras manifestaciones del wingfly, o salto con traje aéreo (ver recuadro), una variante de la práctica del salto BASE. Su característica particular es el uso de un traje que utiliza principios aerodinámicos y une brazos y piernas a través de unas membranas que reproducen la fisonomía de un pájaro. Este deporte consiste en saltar desde un objetivo fijo, frecuentemente es un puente o un acantilado.

Las características de las palmas o membranas del traje permiten a los saltadores combinar ligereza y resistencia, ajustar su velocidad y ritmo de caída logrando descensos que son cada vez más rápidos, prolongados y espectaculares.

“Es genial utilizar tu cuerpo para volar. Y realmente tienes un gran control sobre lo que estás haciendo”, dice Michi, quien tiene 10 años de experiencia en este deporte extremo y más de 650 saltos con traje aéreo a cuestas. Para él, es mucho más que volar, es una experiencia que se vive como un todo, y que incluye también el placer de compartir con los amigos los preparativos de cada salto al precipicio.

Pero ¿qué hay del riesgo extremo que asumen quienes practican este tipo de saltos?

“Siento temor cada vez que voy a saltar, pero no tanto que se convierta en un peligro para mí. Es la dosis de miedo necesaria para mantener la concentración”, sostiene Michi. “Es el lado oscuro del deporte. Sabemos que es peligroso, así que nos enfocamos en los riesgos y en reconocer nuestras propias limitaciones”, añade.

Para él, el principal peligro que enfrentan los hombres ave es acercarse demasiado a una superficie que pueda golpearlos.

Llegar hasta aquí exige recorrer antes un largo camino. Un saltador BASE comienza por practicar el paracaidismo. Se le recomiendan realizar al menos 150 saltos en caída libre tradicional, antes de explorar el salto BASE. Y es solo después de una larga práctica de salto BASE es razonable pensar en los saltos con trajes alados.

Antes de utilizar un traje aéreo, siempre es necesario haber tomado cursos de salto BASE en un establecimiento –como se exige en Estados Unidos- o encontrar un mentor individual o grupal que guíe la evolución del deportista extremo.

Los principiantes deberán utilizar trajes mucho más básicos y realizar entre 200 y 500 saltos de preparación desde puntos sencillos, como un puente, antes de intentar, con un cierto grado de seguridad, dar un salto con traje aéreo.

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Saltadores de élite

El salto BASE –paso previo obligado para incursionar en el salto con traje aéreo- está considerado a escala mundial como un deporte extremo mucho más peligroso que el paracaidismo, pues los riesgos de lesión o muerte son hasta ocho veces más altos, según los investigadores.

Volar demasiado cerca de la montaña y haber calculado mal la pendiente de descenso fueron supuestamente las dos razones que le costaron la vida a Mark Sutton, el paracaidista que dobló al actor Daniel Craig –el Agente 007-, en estadio olímpico de Londres en 2012. Sutton murió el pasado 14 de agosto en Suiza a los 42 años de edad,  tras chocar contra la cresta de una montaña del cantón del Valais, cerca del Mont Blanc, mientras practicaba un salto con traje aéreo.

Michi , socio de una firma de ingeniería en Basilea, casado y padre de un hijo pequeño, está considerado uno de los 20 exponente más destacados del salto suizo con traje aéreo. Es también uno de los deportistas extremos que saltan regularmente los fines de semana desde las montañas helvéticas para vivir la pasión de convertirse en aves humanas y descubrir nuevas sensaciones.

En Suiza, prácticamente cada semana se inaugura algún nuevo punto de partida. Actualmente hay alrededor de 50 bases de salto en el país. Las más conocidas están en la localidad alpina de Lauterbrunnen y el lago Walensee, pero el resto se mantienen como un secreto bien guardado entre los practicantes de élite y los entusiastas locales que los apoyan.

Por ejemplo, el mes pasado Patrick Kerber, amigo de Michi, inauguró una nueva base de salto, la cima nevada del Jungfrau, que le permitió aterrizar 3.000 metros abajo en Lauterbrunnen.

Nació en Barcelona y ganó fama en España a partir de 2007 cuando comenzó a presentar un programa de deportes de aventura llamado Frontera Límite, en Televisión Española.

Aficionado a los deportes de alto riesgo desde la adolescencia, Bultó escaló la pared más alta del Ártico en Groenlandia, cruzó el Estrecho de Gibraltar en caída libre, saltó en paracaídas en la Antártida y sobrevoló sobre el Polo Norte en traje aéreo.

Hasta su deceso presentaba el programa Así se hace, en el canal Discovery MAX.

El pasado 8 de junio resultó herido mientras practicaba el salto BASE en Benidorm (Alicante). Y el pasado 23 de agosto, murió en Suiza a los 51 años de edad, mientras practicaba el salto con traje aéreo. Su paracaídas no abrió durante el aterrizaje.

Caída mortal

Hoy, en el aparcamiento ubicado en uno de los extremos del valle de Stechelberer, los turistas hacen fila para abordar el teleférico que los conducirá a la estación de Mürren, desde donde ascienden a la cima del Schilthorn, a 2.970 metros de altura.

En el cielo se observan algunos parapentes que serpentean con gracia antes de su aterrizaje. Y también se pueden ver los descensos de saltadores BASE que se arrojan desde el punto conocido como Via Ferrata, a un paso de la espectacular cascada del Mürrenbach.

Al fondo de este aparcamiento, frente a unas caravanas británicas y alemanas, algunos paracaidistas empacan meticulosamente sus equipos de salto y los dejan listos para una próxima hazaña. Simultáneamente, algunos de los presentes matan las horas veraniegas compartiendo historias u observado el entorno.

La belleza de este sitio es imponente. En aquel momento yo ignoro –y el resto de la gente ahí presente también- que apenas unas horas antes, durante la mañana, muy cerca de Stechelberg perdió la vida Alvaro Bultó, un aventurero español muy conocido porque conducía programas televisivos de deportes extremos.

Bultó era un experimentado saltador BASE (ver recuadro), pero su paracaídas no abrió en la parte final de un salto que realizaba con traje aéreo.

Lauterbrunnen es para “turistas”

Como muchos otros hombres ave, Michi perfeccionó antes sus habilidades en el salto BASE en los acantilados de Lauterbrunnen, hoy meca de este deporte extremo. Pero ya no le atrae saltar desde ahí.

“Es para turistas”, espeta. “Es aburrido y no es el mejor lugar para practicar el vuelo con traje aéreo, porque los precipicios no son demasiado altos”.

En la actualidad, se realizan unos 15.000 saltos BASE al año desde Lauterbrunnen, un dato que ha crecido exponencialmente desde 2006. Entre abril y septiembre, muchos jóvenes paracaidistas –hombres en su mayoría- llegan cada año desde distintos rincones del mundo para adquirir experiencia en esta disciplina y para repetir saltos que han ganado fama mundial.

Lauterbrunnen tiene a su favor su cercanía con los picos alpinos del Eiger y el Jungfrau, y la ventaja de contar como un clima estable y predecible.

Los trajes aéreos ganan cada vez más popularidad entre los paracaidistas que practican el salto BASE, sigla que viene del inglés: Buildings (edifícios), Atennas (antenas), Spans (puentes), Earth (acantilados o montañas)

A esta lista se han añadido los helicópteros.

En los últimos años se ha multiplicado el uso de trajes aéreos al igual que el número de deportistas extremos que desean superar sus propios límites.

De acuerdo con el Libro Guinness de los Récords, la mayor distancia volada en traje aéreo es de 28,6 kilómetros, una hazaña que realizó el japonés Schinich Ito, en Yolo, California, en mayo de 2012.

En términos de duración, el vuelo más prolongado fue el del colombiano Jhonathan Flórez en abril de 2012: sobrevoló  la Guajira colombiana en nueve minutos y seis segundos.

En mayo pasado, la estrella rusa de los deportes extremos, Valery Rozov, de 48 años, saltó de una altitud de 7.220 metros en la cara norte del Everest.

El corazón a mil

“¿Por qué hago esto?”, pregunta en voz alta Barry Holubeck, saltador BASE con 10 años de experiencia y paracaidista desde hace más de 18. “Es una pasión, es una terapia para mí, y también un tipo de meditación… Todo el mundo necesita algún tipo de liberación”, dice.

Detrás de sus gafas oscuras, Holubeck observa la roca desde donde se realizan algunos saltos. “Es un riesgo innecesario, pero el conocimiento elimina los temores”.

Tras renunciar a su empleo en Londres, Sean* narra que lleva dos meses viviendo en Lauterbrunnen para perfeccionar sus habilidades en el salto BASE.

Se da un golpe en el pecho y apunta: “Sin duda alguna, esto me pone el corazón a mil. Me gusta esta sensación, me gusta atemorizarme. Me hace sentir vivo, me hace sentir que hago algo con mi vida distinto a sumirme en la rutina de ir del trabajo a casa, preparar la cena, ver la televisión, y otra vez de casa al trabajo…”.

Aprender demasiado rápido

Buzz, otro de los entrevistados, tiene 22 años y también dimitió de su trabajo –como miembro de una brigada de rescatistas de esquí en el Monte Hutt, en Nueva Zelanda- para acumular experiencia en el salto BASE, ya que desea incursionar posteriormente en el salto con traje aéreo.

“Hasta el momento he realizado 215 saltos aquí en dos meses y medio”, dice.

“Es difícil explicar lo que sientes cuando saltas al precipicio. Tienes la sensación de flotar en el aire, con el viento en el rostro, pero con pleno control de lo que haces”, afirma.

Buzz asegura que frecuentemente piensa en los riesgos que asume. Por ello intenta asumirlos en dosis razonables: salta cuando hay buen tiempo y respeta sus propios límites.

“Mi novia dice que está contenta con lo que soy, pero supongo que al final, es un riesgo que no todo mundo toma”, señala con tono de duda y fija la mirada en el piso antes de rematar: “Sí, creo que ella se siente a gusto con lo que soy”.

Cerca de ahí, apuntando con sus binoculares hacia el precipicio, está José, un alpinista madrileño que veranea en Lauterbrunnen para aprender técnicas de caída libre. Por el momento, ha realizado 15 saltos en paracaídas y se confiesa ansioso por iniciarse en el salto BASE.

“Por las noches sueño con el salto BASE”, dice. José considera que no requerirá los 150 o 200 saltos –mínimos- con paracaídas que se recomiendan en un lapso de 18 meses antes de lanzarse al deporte extremo de sus sueños.

Michi se mofa de esta actitud: “Es típico de la generación Youtube, están acostumbrados a mirar un vídeo guapo y a querer hacer lo mismo en poco tiempo. Mucha gente busca atajos. Es otra de las razones por las que prefiero mantenerme lejos de Lauterbrunnen. No me interesa ver a esa gente y tampoco hablar con ellos”.

* nombre conservado en el anonimato

(Traducción: Andrea Ornelas)

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