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Vivir con demencia bajo el sol de Tailandia

El ambiente familiar y la estrecha relación entre pacientes y cuidadoras son el lema del centro Baan Kamlangchay. bm photo

Palmeras, excursiones, juegos y una piscina apetecible. No es un destino turístico, sino una residencia de personas mayores en Chiang Mai, Tailandia. El centro de Baan Kamlangchay, que fundó un suizo, favorece el contacto humano con los enfermos de Alzheimer y otras demencias. Una alternativa inusual para los pacientes y sus familias – aunque no apta para todos.

Siegfried Seidel tiene un problema. El mismo que muchos occidentales en Tailandia. Es muy alto y es inevitable que se dé con la cabeza en el dintel de las puertas. Durante tres meses, este jubilado alemán alquila una vivienda en Faham, una localidad de Chiang Mai, al norte del país. Es un barrio de clase media, con casas rodeadas de jardines cuidados y portales elegantes. Las calles están limpias y apenas hay tráfico.

Aparte de los chichones en la frente, Siegfried disfruta de sus vacaciones. Los templos budistas y los mercados le interesan poco. A Tailandia le trajo la enfermedad que padece su esposa, Irene. “En 1999, le diagnosticaron Parkinson. Intenté ingresarla en un centro en Alemania. Pero no se sintió a gusto y, a los cuatro días, me la llevé a casa”, relata.

En su vivienda de Potsdam, este el biólogo, de 78 años, asume solo el cuidado de su esposa confinada a una silla de ruedas. Entre las palmeras de Faham, Siegfried puede descansar y pensar en sí mismo. Delante de la puerta ha plantado orquídeas y en las horas que el sol no aprieta tanto le encanta montar en bicicleta. No tiene que preocuparse por su esposa. Sabe que está en buenas manos y a un paso.

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Una vida de recuerdos que se esfuman

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Respeto por los ancianos

Irene se aloja en Baan Kamlangchay, un centro para personas que padecen Alzheimer u otras demencias seniles. El establecimiento ofrece estancias más o menos prolongadas a enfermos de Suiza y Alemania. “He querido que otra gente pueda beneficiarse de mi experiencia”, explica su fundador, Martin Woodtli.

En 2002, tras fallecer su padre, el psicoterapeuta de Münsingen (Berna) se encontró solo con una madre enferma de Alzheimer. Ingresarla en un asilo estaba totalmente descartado. Martin Woodtli no quería que una mujer hiperactiva como había sido ella se viera limitada en sus movimientos y sometida a fuertes dosis de tranquilizantes. Y un cuidado a domicilio en Suiza tampoco era una opción. Económicamente, no podía permitírselo. Así, decidió “escuchar su corazón” y llevar a su madre a Tailandia, un país donde ha trabajado con la organización Médicos sin Fronteras y ella que conoce bien.

El coste de la vida y los salarios inferiores no fueron los únicos argumentos que motivaron su decisión. “En Tailandia, las personas mayores gozan de un gran respeto. Es moneda corriente que los jóvenes se ocupen de ellos”, subraya Martin Woodtli. La experiencia positiva con los cuidadores locales -que atienden a su madre las 24 horas- le convenció de que había tomado la decisión acertada. Un año después fundó Baan Kamlangchay.

“Había oído hablar de ello en la televisión”, recuerda Siegfried, que no renuncia a los zapatos cerrados y los calcetines, pese a las temperaturas tropicales. Es la segunda vez que el jubilado alemán acompaña a su esposa. “Aquí puedo recargar las pilas. En casa, además de cuidar de Irene día y noche, vivo con el miedo permanente de hacer un movimiento en falso y caer. ¿Y quién se va a ocupar de ella si me rompo un brazo o una pierna?

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Tres cuidadores por paciente

Junto a la piscina del centro, debajo de una sombrilla, los ancianos juegan con una pelota azul grande. A juzgar por sus risas, es uno de sus pasatiempos preferidos. No solo para los pacientes, sino también para el personal tailandés. En Baan Kamlangchay, los enfermos de Parkinson y Alzheimer -por lo menos los que conservan la movilidad- deciden cómo pasar el tiempo. “Ayer fuimos al zoológico y a los baños termales de Chiang Mai”, dice Ursula Lanz, especialista en geriatría y psiquiatría, que trabaja como voluntaria en Faham durante un mes.

Si las personas mayores pueden desplazarse libremente es porque disponen de un cuidado individual y permanente: cada enfermo tiene tres cuidadores, que se turnan para acompañarlo en todas las actividades. Por la noche, siempre hay alguien que duerme en la misma habitación. “En Suiza no sería posible”, anota Ursula Lanz. La relación con los cuidadores “es crucial para los pacientes de demencia. No se puede obtener el mismo resultado con una sola enfermera que tiene siete u ocho pacientes a su cargo”, subraya.

El hecho de encontrarse a casi 10.000 km de casa, inmersos en una cultura y lengua diferentes, no parece constituir un problema. “En los estados avanzados de demencia, como aquí, el idioma no es tan importante”, sostiene Ursula Lanz. Los gestos, las miradas, las expresiones, el contacto reemplazan las palabras. Los pacientes vienen con su historia, sus recuerdos, y viven con ellos, señala Martin Woodtli, quien tiene grabadas en la memoria las imágenes de su difunta madre caminando por las calles de Chiang Mai creyendo que estaba en Berna.

El director de Baan Kamlangchy no renuncia a conservar los lazos con Suiza. Por ejemplo, a través de la cocina –en el desayuno nunca faltan el muesli, el pan y el café con leche- o la música popular alemana (Schlager) que suena en las salas del centro.

Ingresar a los enfermos de Alzheimer en una clínica especializada en Tailandia puede ser la solución, pero solo en determinados casos, señala la Asociación Alzheimer Suiza (ASS).

Los asiáticos, escribe la AAS, tienen fama de sentir un profundo respeto por las personas mayores y de aceptar los efectos de la vejez. Además, el nivel salarial en Tailandia permite contratar a varias personas para asegurar un cuidado individual.

No obstante, es una opción indicada solamente para una minoría de enfermos, o personas que ya conocen el país, anota la directora de la AAS, Birgitta Martensson.

“No basta con haber pasado dos semanas de vacaciones. Hay que tener motivos para creer que el paciente se encontrará a gusto a largo plazo”, explica a swissinfo.ch. “El enfermo de Alzheimer necesita a sus seres queridos, sentirse seguro y estar rodeado de cosas que conoce”.

Según Birgitta Martensson, nada permite asegurar que el lugar o la ausencia de comunicación verbal no sean importantes para el enfermo. Un contexto desconocido, por ejemplo, puede acentuar la pérdida de referencias y la desorientación.

“La lógica quiere que la persona pueda permanecer en su país y no ser exportada como si fuera un indeseable”, insiste. Suiza debe destinar más recursos al personal cuidador, que es insuficiente y tiene una formación deficitaria, con el fin de mejorar la asistencia a domicilio.

Una familia en medio del pueblo

Atender a nuestros enfermos en el extranjero puede ser una alternativa, reconoce la Asociación Alzheimer Suiza. No obstante, la organización señala que alejar a la persona del lugar donde ha vivido mucho tiempo puede tener consecuencias graves. Y también los tailandeses, que tienen un gran sentido familiar, no siempre comprenden la elección de los occidentales.

“Me preguntaba cómo es posible que los hijos abandonen a sus padres en Tailandia”, confiesa la gerente de una tienda de alimentos en Faham. “Luego me dije: Tal vez no pueden cuidarlos porque no se lo permite su trabajo”. Hoy, prosigue la señora, los pacientes de Baan Kamlangchay son parte integrante del pueblo. “A veces vienen a comprar. Nos vemos a menudo en las ceremonias en el templo y, en Navidad, me invitan a festejar con ellos”.

La integración en una red social figura entre los aspectos que más cuentan para Martin Woodtli. Por este motivo ha querido alojar a sus huéspedes en seis casas repartidas por el vecindario y limitar a una docena las plazas disponibles. Y pese a la gran demanda, no tiene intención de ampliar la oferta.

Soluciones alternativas

Desde 2013, el centro ha acogido a cerca de setenta personas. La estancia en Tailandia cuesta 3.500 francos al mes, un tercio de lo que se pagaría en un centro en Suiza. Aun así, el dinero no debe influir en la decisión, puntualiza Martin Woodtli. “Si tengo la impresión de que nos traen a enfermos de demencia solo por una cuestión económica, no los acepto”, asegura.

Nadie tiene la receta de cómo afrontar el aumento de los casos de demencia en las sociedades occidentales, reconoce el psicoterapeuta. En Suiza, se prevé que el número de personas con Alzheimer se duplicará de aquí al año 2030. Según Martin Woodtli, urge buscar alternativas, nuevos modelos de cuidado. “Yo he elegido Tailandia por mi pasado. Pero se puede hacer lo mismo en otros países, por ejemplo en Europa”.

Lo esencial, insiste, es brindar esa cercanía humana que necesitan los enfermos. Por ello ve con escepticismo los grandes proyectos, como los que se han multiplicado en los alrededores de Chiang Mai. El riesgo reside en que se pierda ese carácter familiar y en repetir las malas experiencias vividas en Suiza o Alemania, donde no se dedica suficiente tiempo a los pacientes.

A Siegfried Seidel también se le agota el tiempo. Sus vacaciones están a punto de terminar. Pronto dejará Faham y sus amadas orquídeas de color violeta para volver a cuidar personalmente de su esposa. Confía en regresar a Baan Kamlangchay el próximo año. “Tal vez cuatro meses, si las finanzas me lo permiten”. De dejar a su esposa definitivamente en Tailandia, como hicieron otros, no quiere ni oír hablar. “Llevamos 59 años casados. Hemos estado juntos a las duras y a las maduras. Y no la voy a abandonar ahora”.

Se estima que más de 110.000 personas en Suiza padecen Alzheimer o una forma de demencia (cerca de 36 millones en el mundo). Su número podría aumentar hasta 200.000 de aquí al año 2030, y a 300.000 al 2050.

La demencia afecta al 8% de las personas mayores de 65 años y al 30% de los nonagenarios.

Seis de cada diez viven en casa. La mitad necesita ayuda diaria y el 10% una asistencia las 24 horas del día.

En total, los costes de la demencia en Suiza ascienden a cerca de 7.000 millones de francos al año (20.000 millones de aquí a 2050).

Un enfermo vive en promedio entre 8 y 10 años con Alzheimer. Actualmente no existen terapias para curarse o frenar la evolución de la dolencia.

Fuente: Asociación Alzheimer Suiza

Traducción del italiano: Belén Couceiro

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