Mi abuela decidió vivir 100 años en el mismo pueblo suizo
Marie Vogler-Gasser vive en Lungern, en el centro de Suiza, el sitio que la vio nacer. Hoy, le cuenta a su nieto por qué decidió no mudarse nunca.
Cuando mi abuela, Marie Vogler-Gasser, nació en el pueblo de Obsee, perteneciente al municipio de Lungern en el cantón de Obwalden, los carruajes tirados por caballos aún eran el vehículo de transporte cotidiano. Se usaban en el campo y también las ciudades suizas.
Juntos hemos recordado 100 años de su vida, el siglo que ha pasado en el pueblo de Lungern. Mi encuentro con mi abuela, a quien toda la familia llama Mutti (abuelita), tiene lugar en la residencia para ancianos en la que vive desde hace una década. En su niñez vivió en la casa de sus padres, después fundó su propia familia habitando una casa en el centro del pueblo y actualmente vive en la residencia. Mutti ha tenido solo tres casas en 100 años.
«Aún recuerdo cuando solo existía un puñado de coches en Lungern», dice. Su memoria reconstruye a la perfección los nombres de los primeros propietarios de un automóvil en la zona. En este pequeño grupo se encontraban el médico y un comerciante que también transportaba turistas a través del paso de Brünig.
La carretera del paso de Brünig se inauguró en 1861 y fue en 1888 cuando inició operaciones la línea ferroviaria que comunica a la Suiza Central con el lago de Brienz. Estas vías de transporte permitieron la llegada de turistas. “Pero nuestro pueblo se transformó sobre todo en la década de 1950″, recuerda Mutti.
En aquella época, las familias de los campesinos locales comenzaron a rentar sus casas aunque esto implicaba que debían mudarse a vivir a sus sótanos. Pero “utilizaban el dinero ganado (con los inquilinos) en la renovación de sus casas o en la construcción de otras”. El turismo también se ha transformado significativamente en el pueblo. “Una orquesta solía tocar durante las vacaciones de verano y también había música en los restaurantes y los hoteles”, recuerda.
En el presente, la mayoría de los restaurantes ha cerrado sus puertas y la música cesó de sonar. La tranquilidad se instaló en el lugar.
Demasiado silencio
Pese a la calma del pueblo, aún hay algunos turistas extranjeros que visitan Lungern, casi siempre son asiáticos. «Pero la mayoría solo se detiene a tomar una foto veloz. Por otro lado, los huéspedes suizos prefieren pasar su tiempo solos en sus casas de vacaciones”.
Así, frecuentemente el ambiente del pueblo es muy sereno. Demasiado para el gusto de Mutti. «A veces te encuentras por la mañana a alguien que va a hacer sus compras, pero por lo demás… nada”. Incluso en los días más agradables del año, el pueblo puede estar desierto.
La mayor parte del tráfico vehicular también ha ido desapareciendo. Como en otros pueblos, esto se ha convertido en un arma de doble filo. «Por supuesto que nadie echa de menos el ruido y el olor”, dice Mutti, pero admite que las personas que solían viajar y detenerse en el pueblo, le daban vida.
Mi abuela hizo la elección de pasar toda su vida en Lungern. Jamás quiso alejarse. «No lo deseaba, pero de todas formas no habría conseguido llevarme a mi esposo lejos de aquí”, dice.
No fue el caso de una de sus cuñadas, quien optó por una vida totalmente diferente: emigró a Estados Unidos, cerca de Chicago, regresando regularmente a Lungern a pasar vacaciones. «Tuvo que prometerle eso a su madre, o no la hubiera dejado ir”, dice Mutti sonriente.
«Cuando la visitamos en Estados Unidos pude entender por qué le gustaba tanto estar allí, y por qué Lungern era demasiado pequeño para ella. Sin embargo, vivir en ese sitio no habría sido para mí”, dice Mutti, y es que para ella Lungern «siempre lo ha sido todo”.
Texto adaptado del inglés por Andrea Ornelas / Carla Wolff
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