Irene escapó del infierno y hoy camina hacia la paz
El miedo, en lugar de paralizarla, le da más coraje. Ante la injusticia no cierra los ojos, se rebela. Y aunque su vida está marcada por la tragedia, no ha perdido la alegría.
Irene Rodríguez, de origen argentino, es una de las cinco candidatas suizas a ‘1000 Mujeres para el Premio Nobel de la Paz 2005’.
Su candidatura fue propuesta por el Centro de Información para Mujeres de África, Asia, América Látina y Europa del Este (FIZ, por sus siglas en alemán). Esta organización, con sede en Zúrich, lucha contra el tráfico, explotación y violencia de las que son víctimas las mujeres.
«Hago la limpieza», responde Irene, interrogada sobre su labor en el FIZ. «¿No es bonito que una empleada doméstica tenga este reconocimiento?» pregunta sin ironía, con merecido orgullo. En realidad, su nominación es por el trabajo voluntario que realiza en esa organización.
Irene, cuya baja estatura es inversamente proporcional a su contagiosa energía, acompaña, aconseja, consuela y da esperanzas a mujeres que llegan al FIZ al borde de la desesperación. «Las mujeres, migrantes, muchas sin papeles, llegan en situaciones críticas», cuenta.
Nadie mejor que Irene para entenderlas
Lo primero que hace Irene es escucharlas y tenderles una mano amiga. «Son mujeres que han sufrido violencia doméstica, fisica y psicológica, o que han sido víctimas de racismo, de tráfico de personas. Todas tienen miedo, todas necesitan llorar y contar sus historias».
Una vez que logra ganar la confianza de las mujeres, Irene las ayuda con cuestiones más prácticas, como acompañarlas al hospital. Y si es necesario hace de traductora, del español y portugués al italiano, «porque mi alemán está mal», refiere.
Probablemente Irene Rodríguez entiende la situación de esas mujeres mejor que nadie, pues para ella la violencia y el abuso no son conceptos abstractos. Los sufrió en carne propia desde que tiene uso de razón, o tal vez desde mucho antes, en su natal Argentina.
Ella nació hace 49 años en El Dorado, un pueblito de la provincia de Misiones. Sus padres se separaron cuando era bebé y ella pasó a vivir con su madre y sus abuelos. «Tengo un hermano por parte de madre y no sé cuántos por parte de padre. Lo que menos me interesa es mi padre», dice sin ocultar sus sentimientos.
Campesina desde los 5 años
La pobreza de su familia la obligó a dejar al escuela cuando cursaba el tercer grado de primaria. Su familia vivía del trabajo de campo e Irene ayudaba en las tareas agrícolas desde los 5 años.
Además de la pobreza material, Irene sufrió otras miserias a temprana edad. Era golpeada por su madre y sus abuelos. Y los hombres alrededor de ella- su padrastro y sus parientes – la violaban. «Esos tipos me compraban globos y chupetines, abusaban de mi necesidad material, de cariño, y yo pensaba que me querían», refiere sin poder evitar las lágrimas.
Como mujer y niña, Irene debía callarse la boca. «Si le decía a mi abuela ‘ese tipo me viola’ me iba a responder ‘ah, son cosas de criatura’. Cuánta rabia y bronca sentí al crecer y darme cuenta de esa situción», expresa.
En determinado momento, la madre de Irene toma conciencia de la situación y la deja con una familia adinerada, como doméstica. «Tenía unos 10 años. La familia me dijo que yo había sido adoptada, pero eso era mentira, fui su esclava durante 5 años».
A los 15 empezó a rodar por el mundo
Con dos cajitas de cartón en las que llevaba su ropa y con la pena de dejar a «tres hermosas niñas que había criado», Irene se escapó y llegó al «ranchito precioso» de una mujer que también trabajaba como doméstica para esa familia pudiente.
A partir de entonces, en plena adolescencia, Irene empezó a «dar vueltas por el mundo. Fueron años de amores perdidos, de cambios constantes de trabajo…». En ese frenesí cayó en manos de una red de prostitución, primero con falsas promesas, luego con violencia. «Bajo amenaza me obligaron a trabajar en un burdel».
Irene ejercía la prostitución y paralelamente hacía trabajos de concientización con las más jóvenes. «Les decía que si son forzadas, deben escaparse; que si lo hacen sea por propia iniciativa, pues las mujeres tenemos derecho a decidir sobre nuestros cuerpos».
En ese tiempo, a fines de los años 70, Irene empieza cada vez más a comprometerse con los pobres y marginados. Participa en ollas populares en las Villas Miseria y varias veces termina en la cárcel. La policía la acusaba de ser encubridora de los dueños de burdeles, de los mafiosos, o de ser correo de la subversión.
La prostitución seguía siendo la alternativa
«Todos los pobres estábamos bajo sospecha. Una vez la policía me dejó libre y se disculpó por haberse equivocado, pues yo era sólo una prostituta», cuenta Irene, quien decidió continuar como trabajadora sexual para pagar la casita que se había comprado.
Como no veía otra perspectiva que emigrar para mejorar su situación económica, vino a Europa, con otras cinco argentinas . «Nos trajo una red de trata de blancas. Llegamos a España y allí me quedé nueve meses. Me escapé con intención de ir a Alemania pero terminé en Italia tirando dedo con los camioneros».
De Italia salió después de dos años porque la Policía de Extranjería le pisaba los talones. Pasó varias fronteras de países europeos a salto de mata, regresó a España y allá decidió dejar la prostitución. «Me dí cuenta que podía hacer otras cosas. Había sufrido mucho, pero tuve fuerzas para superar los traumas que la sociedad impone a una prostituta».
No todo es un túnel negro
Una mujer que trabaja en la prostitución – manifiesta- tiene que ser muy valiente porque no sabe lo que le espera, porque cada vez arriesga su vida. «Pero también uno conoce mejor al ser humano, termina siendo una experta en psicología masculina».
«Entre los clientes hay cínicos que hablan mal de sus esposas, que se presentan como víctimas, hombres que usan nuestros cuerpos como si fueran los peores objetos, pero también hay hombres solitarios, enfermos. A veces se pasan momentos agradadables, hay enamoramientos, no todo es un túnel negro y sin salida».
Sobre el peor momento de su vida como trabajadora sexual, señala: «Hubo muchos, el peor fue cuando un policía, que estaba como loco, me llevó al campo para violarme, apuntándome siempre con un pistola. Una diosa me ayudó y al final me dejó tranquila». La mejor experiencia fue «haber conocido a tantas compañeras que luchan por sacar adelante a sus familias».
El lado oscuro del paraíso
Después de dejar la prostitución en España, Irene viajó a Suiza para ir al encuentro de «la persona más querida de su vida». Aquí – prosigue – como siempre pertenecí a la calle, seguí como vendedora ambulante y trabajadora doméstica.
Comunicativa y solidaria, se encontró en Zúrich en medio de latinoamericanos que se ayudaban mutuamente, sea para conseguir un empleo, un departamento o sea para contarse sus penas y alegrías.
«Suiza me parecía tan bonita que no creía que aquí pudiera pasar algo malo. Pronto me dí cuenta que no es el paraíso con el que sueñan los migrantes. Aquí también hay discriminación y racismo como en nuestros países y, además, xenofobia».
Irene enfrenta esta situación con su trabajo voluntario en el FIZ y con otras actividades. En la radio alternativa Lora conduce el programa «Mujeres» donde trata temas de género.
Ese trabajo periodístico, como el de otras 260 personas, es también voluntario. Además es activista de Minka alter Latina, grupo que busca difundir la cultura latinoamericana y establecer puentes de comunicación con los suizos.
Doblemente nominada
Ser una de las cinco representantes suizas en la candidatura de 1000 mujeres al Premio Nobel de la Paz es para Irene «una gran puerta que se abre. Me siento muy contenta de ser un símbolo de la lucha de tantas mujeres por la supervivencia, la igualdad, la dignidad, la justicia y el respeto».
El Premio hará visibles a millones de mujeres que son víctimas del hambre, las guerras y las injusticias, afirma Irene, quien no se siente más suiza por representar a este país. «Me alegro que Suiza me permita contribuir con un grano de arena y valore ese aporte mío».
Al mismo tiempo no olvida sus raíces y su compromiso con América Latina; y por eso se siente «doblemente nominada» y, desde ya, «premiada, porque cada vez que puedo ser solidaria siento una infinita paz interior».
swissinfo, Rosa Amelia Fierro
Las mil mujeres provienen de todo el mundo y de todos los estratos sociales. Son campesinas, maestras, artistas, políticas…
Del millar de mujeres elegidas, 98 son de América Latina y el Caribe. Ellas fueron seleccionadas entre unas 450 candidatas.
Por España han sido nominadas cuatro mujeres.
Las suizas nominadas son Anni Lanz, Elizabeth Neuenschwander, Elizabeth Reusse-Decrey, Irene Rodríguez y Marianne Spiller Hadorn.
En noviembre de este año se publicará el «Libro de las mil mujeres por la paz».
En más de 2000 páginas presentará la biografía de las 1000 mujeres nominadas, sus trabajos por la paz, sus métodos, estrategias de solución y sus visiones.
– La iniciativa de nominar a mil mujeres para el Premio Nobel de la Paz surgió el 2003.
– La suiza Ruth-Gaby Vermot-Mangold, miembro del Consejo de Europa, junto con la Fundación Swisspeace, lanzó la idea de hacer visible el trabajo de miles de mujeres que trabajan en forma anónima para mejorar la vida de las personas.
– La primera fase de este proyecto fue financiada por el Departamento Político IV de la Confederación Helvética.
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