Los trabajadores ‘invisibles’ de Suiza
Tras la reciente crisis de los 'sin papeles' en Zúrich, swissinfo da la palabra a miembros de este colectivo con el fin de mostrar el rostro humano de una realidad que viven cerca de 100.000 personas en este país.
Testimonios de trabajadores clandestinos de origen latinoamericano en Ginebra y Lausana.
La Rue de Bourg es una de las calles peatonales más coquetas de Lausana. Por ella pasea un joven cargado con una mochila que, en un momento dado, decide sentarse en una esquina para descansar.
Aún no ha terminado de acomodarse cuando tres policías municipales se acercan y le piden la documentación: «¿Nacionalidad, motivo de estancia en Suiza, con qué medios se mantiene, dónde vive, cuánto tiempo piensa quedarse en el país?». Tras el interrogatorio, se dan por satisfechos y se marchan, no sin antes hacerle una seria advertencia sobre el tiempo de estancia limitado que le queda.
El joven se llama A. C. ( * ), argentino de 29 años. Músico de formación, se encuentra en Suiza como trabajador temporero en la vendimia. Sin domicilio fijo, vive como invitado en casas de gente que encuentra en su camino, a veces en la calle. «Es la única forma de poder ahorrar algo en un país tan caro como éste». La situación actual hace que sea virtualmente imposible regularizar su situación a no ser que, solución milagrosa, se case con una suiza.
«Si la única forma de poder quedarme es embarazando a una chica, paso. No estoy dispuesto a tanto». Su realidad es similar a la de los otros 100.000 trabajadores clandestinos que viven en Suiza. Por ocho días de trabajo en la vendimia, cobra unos 600 francos. Una empleada doméstica puede llegar a ganar unos 3.000 francos mensuales, aunque sueldos de 1.200 francos por 60 horas semanales de trabajo no son excepcionales.
Once años sin ver a los hijos
Estos salarios pueden parecer altos, pero no lo son en uno de los países más caros de Europa. «Una vez pagadas todas mis cargas sociales, alquiler y demás obligaciones, me quedan 300 francos para pasar el mes», comenta H. C.. Este colombiano de 44 años, que trabaja en servicios de limpieza, presenta el lado humano de un tema que a menudo queda ahogado en estadísticas: «Llevo 11 años sin ver a mi hija, a la que pago sus estudios en Colombia, porque no puedo salir de Suiza».
La imposibilidad de moverse libremente es un factor común a todos los entrevistados. Entre el 50 y el 60% de los clandestinos, según estadísticas de ONG, llevan entre 18 y 21 años sin salir del país, hasta el caso extremo de numerosos inmigrantes que no han podido asistir al funeral de padres y familiares cercanos.
H. C. se muestra crítico con las ONG y sindicatos que luchan por sus derechos, a los que acusa de «paternalismo». «No nos dejan asumir nuestros problemas y actuar como personas responsables». Las leyes suizas «regularizan la inexistencia y la ilegalidad y asesinan socialmente a los africanos, asiáticos, árabes y latinoamericanos». En su opinión, las leyes actuales violan todos los derechos de los trabajadores dado que, «una persona que trabaja y no tiene derechos sólo tiene un nombre: esclavo».
«Siervos escolarizados»
A pesar de la dureza de las leyes, el cantón de Ginebra garantiza los cuidados médicos por igual a todo el mundo, con y sin papeles. Esto es especialmente importante para los clandestinos en un país donde la protección sanitaria es de pago y obligatoria. «Ginebra atiende al 98% de los clandestinos», afirma un activista sindical.
«Está demostrado que pasados 10 años en un país, la gente ya no viaja más», comenta Y. G., socióloga dominicana. Eso significa que dentro de 20 o 30 años Suiza se encontrará «con una sociedad paralela de cientos de miles de personas que no tienen garantizados derechos básicos como la jubilación o los seguros médicos. Entonces se verán las consecuencias de lo que está pasando ahora». Muchos latinoamericanos, prosigue, viajan a España dada «la facilidad con la que allí se obtienen papeles», pero una vez regularizada su situación, suelen volver a Suiza debido a «la abismal diferencia de salarios».
A los hijos de estos trabajadores «invisibles» se les garantiza la educación básica hasta los 17 años, pero se les cierran las puertas de la universidad y de la formación profesional. Eso lleva a que Suiza esté preparando una futura generación de «siervos escolarizados», en palabras del colombiano H.C.
Camas compartidas en Ginebra
La vivienda es uno de los principales problemas de este colectivo cuyos alquileres son entre un 50 y un 70 % más altos que lo que dictan los precios del mercado. Ello lleva al fenómeno, ya conocido en algunas grandes ciudades españolas, de las ‘camas calientes’. «Aquí existen casas donde conviven 15 o 20 personas», comenta la ecuatoriana L. R., de 36 años, que trabaja en la limpieza.
«La gente duerme en esas casas compartiendo una misma cama. Ocho horas duerme uno, ocho horas el siguiente y así. Lo peor es que nos explotamos a menudo entre nosotros mismos». ¿Por qué ninguno piensa en volver a su país de origen, vista la imposibilidad de regularizar su vida aquí? «Yo he entregado mi juventud y mi vida entera a este país», afirma H. C., «y quiero que algún día se reconozcan mi existencia y mis derechos».
Un tema especialmente complejo es el de los matrimonios mixtos entre suizos y extracomunitarios. En caso de divorcio, el nacional guarda todos los derechos y hay casos en los que el progenitor extranjero es deportado y se le permite ver a sus hijos una vez al año, si puede pagarse el viaje.
Más grave aún es la situación de las mujeres extranjeras que sufren malos tratos y violencia doméstica. En caso de divorcio o separación (en los primeros cinco años de matrimonio), pierden sus derechos a la residencia y pueden ser expulsadas, lo que provoca un «muro de silencio» sobre numerosos casos de agresiones o violación dentro del matrimonio.
S. M., boliviana de 28 años, gana 2.000 francos al mes cuidando niños, «10 horas por día de lunes a sábado». El mercado laboral suizo «ha legalizado la discriminación flagrante entre europeos y no europeos», destaca. «¿Cómo se nos puede pedir integración, si somos gente que vive intentando borrar sus huellas y que no puede siquiera poner una placa con su nombre en la puerta de casa?»
¿Es el ‘caso suizo’ una excepción o el laboratorio en el que se están experimentando las políticas sociales europeas del futuro? Con el tiempo, cada país buscará su respuesta a la cuestión inmigratoria. Mientras tanto, el colombiano H. C. seguirá pagando a distancia los estudios de una hija a la que, muy posiblemente, seguirá sin ver durante muchos años.
( * ) Nota: a pedido de los interesados, los nombres de los trabajadores clandestinos no se incluyen en este reportaje, pero son conocidos de la redacción.
swissinfo, Rodrigo Carrizo Couto, Ginebra y Lausana
Ismaïl Türker, sindicalista de origen turco que se ocupa de los trabajadores clandestinos:
«Las estadísticas no cuentan a los niños ni a las mujeres, pero si contamos a las familias, la cifra sube hasta 180.000 clandestinos en Suiza».
Estos datos se basan en el estudio GFF encargado por el Gobierno suizo en 2006. Sobre un cálculo de puestos de trabajo ocupados y sobre el recuento de menores inmigrantes escolarizados, es posible tener la radiografía de los clandestinos.
El 24 de septiembre de 2006 los suizos votaron (70 %) a favor del cierre de las fronteras a los trabajadores extracomunitarios y por un mayor control en la concesión del estatuto de refugiado.
«El rechazo al inmigrante no es una particularidad suiza (…) Si los demás países de Europa fueran consultados en referéndum sobre la inmigración, todos darían resultados similares a los que dio la población de Suiza en 2006».
¿Y qué hay del ‘dumping salarial’ que los inmigrantes estarían provocando en toda Europa?
«Sólo puede haber dumping en la ilegalidad», sentencia Ismaïl Türker, «dado que la caída de los sueldos sólo puede existir fuera del ámbito del derecho».
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