Personas sin hogar en la Suiza rica: testimonios
En un Estado del bienestar como Suiza hay cada vez más personas desamparadas por falta de domicilio. Muchos centros de alojamiento de emergencia ya han llegado a su capacidad máxima de acogida. ¿Cuáles son las razones para esta penuria?
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En esta tarde de jueves de finales de enero en Berna, las temperaturas alcanzan casi valores primaverales. Un hombre se sienta en el banco de una tranquila calle de barrio, justo enfrente de las oficinas de la Asociación eclesiástica de trabajo social en la calle. Bebe una cerveza y parpadea para proteger los ojos de los rayos del sol. De un bafle delante de él suena música rock ruidosa. “Se llama Rabauke [literalmente, gamberro]”, dice el hombre al saludarnos, mientras señala con el dedo a su perro. A sí mismo se presenta como “Zwerg [enano]”. “Es el apodo por el que me conocen en la calle”, explica.
Eva Gammenthaler, colaboradora de la asociación, conoce bien al hombre. “Nos visita con frecuencia”, dice. Dos veces a la semana, personas en situaciones vitales precarias pueden acudir durante dos horas a las oficinas de esta institución para protegerse contra el frío y entrar en calor, beber y comer algo, recoger ropa o un saco de dormir, y también para aclarar algunas dudas en las consultas.
“A veces nos visitan hasta 80 personas en una sola tarde”, subraya Gammenthaler. Pero en un día soleado como hoy suelen ser menos, añade.
Zwerg, un hombre con perilla aguda, lleva una chaqueta de cuero negra sobre una sudadera con capucha y acaba de recoger en los despachos de la asociación alimentos para su perro. “Ayer cumplí 48 años”, cuenta. Antes trabajaba como mecánico de buques y viajaba por el mundo. Pero desde entonces acabé en la calle en reiteradas ocasiones, relata.
Prefiere no explicar las razones porque le resulta “demasiado doloroso”. En los últimos años vivía en un aparcadero para coches. Pero de allí lo echaron recientemente, explica.
A veces consigue hospedarse en casa de amigos. Pero en reiteradas ocasiones se ve en la necesidad de dormir fuera. “No me parece bien”, dice. Tampoco le agrada acudir al centro de pernoctación de emergencia. “Allí solo te roban. Además, no permiten que entren perros”, explica.
Gammenthaler reconoce que esto supone un problema. Zwerg no es la única persona sin techo que comparte su vida con un perro. Servicios de atención como la Asociación eclesiástica de trabajo social en la calle en Berna exigen desde hace mucho tiempo más espacios de pernoctación sin reservas de admisión para personas sin techo y sin hogar.
2.200 personas sin hogar
En la ciudad de Berna existen tres centros de alojamiento de emergencia con un total de 87 camas. Desde el año 2021, la demanda no ha dejado de crecer. La situación es parecida en ciudades como Zúrich, Basilea o Ginebra. “Antes comprábamos a la gente que ya no encontraba plazas un billete de tren para que pudieran desplazarse a otra ciudad”, recuerda Gammenthaler.
Hoy, sin embargo, esta posibilidad queda casi descartada por la falta de plazas en muchos centros. Un estudio de la Escuela Técnica Superior de la Suiza Noroccidental de 2022 calcula que el número de personas sin hogar en Suiza alcanza los 2.200. Se trata del primer estudio que ofrece datos para toda Suiza.
También Gammenthaler ha notado un aumento en la demanda por las plazas que pone a disposición su asociación, “sobre todo desde la pandemia”, precisa.
El personal de su institución caritativa no solo atiende a las personas necesitadas durante las tardes en las oficinas. También sale a la calle para distribuir artículos higiénicos y de consumo o vales para comidas o una plaza en los albergues temporales de emergencia. “En repetidas ocasiones encontramos entre los afectados a personas que nunca antes habíamos visto”, incide Gammenthaler.
Pero ¿cómo es posible que en un país tan próspero como Suiza haya gente sin hogar? “Las personas se pueden quedar sin techo por varias razones”, explica la trabajadora social. Con frecuencia es un revés de la fortuna lo que provoca esta situación, como una enfermedad, una separación, la pérdida del empleo o la muerte de un familiar, insiste. “Y luego suelen precipitarse los acontecimientos.”
La rapidez con que una persona puede quedar totalmente desamparada demuestra la historia de María (para proteger su identidad hemos cambiado su nombre). Cuenta que durante toda su vida había trabajado como empleada de la limpieza y como auxiliar en la gastronomía. Pero durante la pandemia del coronavirus rescindieron su contrato de trabajo fijo.
“Para las personas afectadas, el camino a una vida normal con hogar suele ser muy duro”
Eva Gammenthaler, Asociación eclesiástica de trabajo social en la calle de Berna.
Siguió trabajando con contratos temporales, pero cada vez tenía más dificultades para pagar sus facturas, las cuotas de la caja de enfermedad, el abono para los transportes públicos y, finalmente, también para sufragar los gastos de sus nuevas gafas.
En un momento dado ya no le sobraba dinero para pagar el alquiler de la habituación de 800 francos. “Por eso me fui de casa”, expone. No quise arriesgar una ejecución forzosa por impago del alquiler. Primero me alojé en casa de una amiga, y desde hace tres meses duermo en el centro de alojamiento de emergencia Sleeper, relata.
María tiene un aspecto aseado. En una mano lleva un bolso y en la otra, una bolsa de compra. No se le nota que vive en la calle. “Me cuesta muchísimo admitir que soy una persona sin techo.”
No quiero quejarme. Hay que adaptarse, no hay otra, dice. Lo que más le cuesta es soportar el humo en los albergues porque siempre hay alguien fumando. Además, le resulta incómodo tener que esperar hasta las 22 horas para poder entrar en el centro de alojamiento.
Por eso agradece que haya lugares como las oficinas de la asociación y otros servicios de atención, donde puede calentarse y pedir una comida a precio rebajado. En estos momentos, María está buscando un empleo. Gracias al subsidio de desempleo llega a cobrar 2.200 francos al mes. “Espero encontrar pronto una habitación”, reitera.
“Para las personas afectadas, el camino a una vida normal con hogar suele ser muy duro”, explica Eva Gammenthaler, al tiempo que alude a la subida de los precios y a la escasa oferta de viviendas. Sobre todo la burocracia suiza pone muchas trabas, señala. “Hay que demostrar constantemente un buen desempeño para recibir algún apoyo a cambio”.
El 61 % son personas indocumentadas
Cumplir con las exigencias de la administración resulta especialmente difícil para personas con algún tipo de adicción o con problemas psíquicos. Y un número importante de afectados no dispone de un permiso regular de residencia. Según el referido estudio de la Escuela Técnica Superior de la Suiza Noroccidental, el 61 % de los afectados son indocumentados, con lo cual ni siquiera tienen derecho a recibir las prestaciones de la asistencia social.
Y otro grupo desconfía tanto de las instituciones estatales que ni siquiera pide ayuda. Gammenthaler los llama “perjudicados institucionales”. Marco, de 42 años, lleva un gorro de punto y es uno de los afectados que pertenece a este grupo. Con su vieja carreta repartidora de periódicos se ha acercado a las oficinas de la asociación caritativa para pedir una colchoneta aislante. Dice que volvió a vivir “en la calle” hace un par de años.
“En la calle por lo menos me dejan tranquilo. Esto es lo positivo de vivir sin techo»
Marco, de 42 años, vive en la calle desde hace varios años
Marco comparte su historia. Menciona sus experiencias con la violencia a una edad joven, su drogadicción y sus repetidas hospitalizaciones en una psiquiatría. Narra su historia de forma fragmentada. Muchas veces falta coherencia en su discurso.
“En la calle por lo menos me dejan tranquilo. Esto es lo positivo de vivir sin techo”, dice. No obstante, tiene la esperanza de volver a empezar de nuevo, encontrar un empleo y, por supuesto, una vivienda.
Trasteando saca de los bolsillos de su chaqueta unos pequeños tubos. “Son pequeñas muestras de una farmacia”, dice, mientras enseña los tubitos de crema facial, crema de mano y pasta dentífrica. “Me gustaría volver a cuidarme un poco más”, reconoce. Hace tres días encontré al menos un puesto cubierto para dormir en las galerías del centro histórico de Berna, cuenta.
Zwerg, Marco y María perdieron su hogar por motivos diferentes. Pero lo que les une es su deseo de encontrar un piso lo antes posible.
Basilea invierte el proceso
Para facilitar las cosas a las personas sin techo se debería invertir el proceso, opina Eva Gammenthaler. “El sistema de asistencia social en Suiza no es malo, pero se basa demasiado en los mecanismos de control”, admite.
Como ejemplo positivo alude al “Housing First”, un concepto que se está implementando con éxito en Finlandia o en Viena y que consiste en asignar, en un primer paso, una vivienda a la persona sin hogar, sin exigir ninguna condición a cambio, antes de arreglar todo lo demás paso a paso. Basilea ha sido la primera ciudad suiza en iniciar en 2020 un proyecto piloto basado en este modelo.
Pero Gammenthaler cree que también la sociedad debería interesarse por esta problemática. “Deberíamos al menos ser conscientes de que existen personas que necesitan el espacio público”.
Son las cinco de la tarde, Zwerg se levanta, se echa la mochila roja con la colchoneta enrollada al hombro y sale caminando en compañía de su perro. ¿Dónde dormirá esta noche? Reflexiona brevemente y responde: “Ya encontraré algo”.
Texto editado por Marc Leutenegger, adaptado al español por Antonio Suárez Varela / Carla Wolff
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