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Superando límites una montaña tras otra

Ueli Steck escalando en el valle de Khumbu en Nepal. Ueli Steck

La mayoría de los escaladores necesitan dos días para vencer la traicionera cara norte del Eiger. Si fuera usted Ueli Steck, el más rápido alpinista de Suiza, podría hacerlo en menos de tres horas.

Tampoco se pasaría todo el día bregando con la cara norte del Matterhorn (Cervino). Steck pudo con ella en 1 hora y 56 minutos, una ascensión que a la mayoría de los escaladores le toma 10 horas capaces de destrozar los nervios.

¿Y la cara norte de las poderosas Grandes Jorasses, cerca de Chamonix (Francia)? Steck la liquidó en 2 horas y 21 minutos.

El joven de 33 años, nativo de la región del Emmental (cantón de Berna), es uno de los mejores escaladores de estilo libre del mundo, la más peligrosa de todas las formas de escalada. A menudo desafía las rutas más difíciles sin cuerdas o equipo para protegerse de una eventual caída. Un único error puede significar en su caso una muerte espantosa.

«Su parte más fuerte es su foco», comentó Stephan Siegrist, amigo de Steck y compañero de escalada durante diez años. «Tienes que estar enfocado así si quieres escalar a ese nivel».

Humanitario de las alturas

Para quienes nunca se han puesto a escalar por ventosos desfiladeros, es difícil entender qué tan alto es ese nivel. Las ascensiones que emprende Steck son pruebas de fuerza, resistencia y agudeza mental de tal exigencia que sólo un puñado de los escaladores de élite mundial es capaz copiar.

A pesar de que la escalada es algo natural para él, Steck se entrena religiosamente para sus ascensiones. Su entrenador trabaja con atletas olímpicos.

El resultado es que Steck es capaz de escalar con un solo brazo usando la punta de los dedos o correr durante más de tres horas recién salido de la cama. En la montaña, encuentra su camino en rutas heladas en las que el hielo es tan árido y desnudo que la pared puede llegar a parecer literalmente lisa.

En abril, él y Simon Anthamatten ganaron los prestigiosos premios de montañismo conocidos como ‘Piolet d’Or’, Ejes de Hielo Dorados, por una nueva vía de ascensión en la despiadada cara norte del Tengkampoche, de 6.500 metros de altura, ubicada en Nepal.
Ambos escaladores fueron igualmente galardonados por organizar sobre la marcha una expedición para intentar rescatar a un desconocido agonizante en las heladas alturas del Annapurna el año pasado.

«A menudo alguien que escala al máximo nivel es una persona centrada en sí misma», dijo Norman Croucher, un alpinista británico que sufrió la amputación de ambas piernas tras coronar varios picos de 8.000 metros y que hizo entrega de un galardón a Steck y Anthamatten por su coraje en abril pasado.

«Es agradable saber que alguien que ha llegado a la cumbre de la especialidad está igualmente preparado para ayudar a otros», destacó Croucher.

«Sólo hay una solución: sigue escalando»

Como muchos escaladores, Steck es obstinado y reservado. Posee una estructura física delicada, trenzada de poderosos músculos. Cuando habla, elige sus palabras como un táctico, asegurándose de la precisión de cada término. Sus amigos afirman que su obstinación es lo que le permite realizar ascensiones capaces de romper todos los récords.

Steck jura que escalar sectores peligrosos sin cuerdas puede ser algo seguro. «Escalar en las secciones escarpadas, expuestas, no es peligroso porque allí te mueves lentamente y te aseguras de que cada paso es bueno», afirmó poco antes de hacer una presentación de diapositivas sobre sus logros cerca de Zúrich.

«La parte más peligrosa es cuando subes las cuestas, porque allí te mueves rápido. Si tropiezas o patinas, puede ser fatal», explicó el escalador. De hecho, Steck casi murió en un accidente años atrás, cuando una roca le cayó sobre la cabeza a 6.000 metros de altura. El golpe le envió hasta un glaciar del que, milagrosamente, salió por su propio pie.

«El accidente me abrió los ojos», dice. «Te das cuenta de lo rápido que pueden ocurrir las cosas. Pero fue importante para mí comprender que en este caso sólo se trató de mala suerte, y no que el accidente ocurrió porque yo hubiera sido temerario».

«Si miras a una situación cuando estás en las alturas y te dices que éste sería un mal lugar para caer, estás obligado a centrarte y poner el foco en otra cosa, o te caes. En esos casos, sólo hay una solución posible: seguir escalando».

Del hielo horizontal al vertical

La escalada no era un pasatiempo de la familia Steck. Pero sí lo era el hockey sobre hielo y Ueli, el más joven de tres hermanos, aprendió a jugar duro como defensa izquierdo. A pesar de que el juego le gustaba, nunca llegó a atraparle de la misma manera que la montaña lo haría años más tarde.

«El hockey es un deporte de equipo, mientras que la escalada es muy individual», razona Steck. «Este hecho me interesaba mucho. Si no llegas a la cima, no hay nadie más a quien echarle la culpa».

Steck tuvo su bautismo de montaña a los 12 años, cuando un amigo de su padre le llevó a un pico cercano a su casa de Langnau, un pueblo de 9.000 habitantes en el cantón de Berna. Fue una auténtica «escalada alpina» en la que el niño enseguida se habituó a subir el primero.

«Yo estaba muy asustado pero, de hecho, eso fue bueno», explica. «Porque a pesar de ello, desde el principio me acostumbré a ir en cabeza». Para el momento de cumplir 14 años, Steck viajaba por toda Suiza completamente solo para escalar. A los 15 viajó a Córcega, donde se enfrentó a rutas aún más difíciles.

Comenzó a pasar los veranos en el Valle de Yosemite (Estados Unidos) y trabajaba en estaciones de esquí en invierno para ahorrar así dinero para la escalada. Poco a poco comenzó a conseguir patrocinadores, y en los últimos cuatro años afirma que se siente como un profesional de la escalada a tiempo completo, ganando tanto como puede ganar un artesano. «Es mi negocio ahora», afirma, «y se ha convertido en mi empleo regular».

Nuevas fronteras

Otros escaladores critican a menudo a los montañistas «de velocidad» por razones estéticas. Afirman que es reducir la montaña y su belleza natural a una carrera contra el reloj.

«Ciertamente, no es algo que me guste», añade Croucher, uno de los escaladores críticos, «pero pienso que se debe dar la bienvenida a todas las formas de la escalada».

De hecho, incluso Steck dice que cuando «corre una carrera» contra la montaña no lo hace para estar más cerca de la naturaleza. «Se consigue atención mediática», analiza, «y eso gusta a los patrocinadores».

Pero tras su primera ascensión en tiempo récord del Eiger en 2007, seguida del Matterhorn (Cervino) y Grandes Jorasses entre febrero 2008 y enero 2009, Steck se dio cuenta de que la escalada de velocidad podría servir como punto de partida para romper «nuevas barreras» en escalada.

«Tomar estas técnicas y aplicarlas en las grandes montañas del Himalaya. Es ahí donde realmente se pueden cruzar nuevas fronteras», explica. «Obviamente, hay más riesgo al hacer lo que hago ahora, pero aquella sería una vida mejor».

Tim Neville, Wetzikon, swissinfo.ch
(Traducción: Rodrigo Carrizo Couto)

Ascensiones de Steck que establecieron récords:

Cara norte del Eiger, Ruta Heckmair, 2 horas y 47 minutos (13 de febrero de 2008)

Cara norte de las Grandes Jorasses, Ruta Macintyre, 2 horas 21 minutos (28 de diciembre de 2008)

Cara norte del Matterhorn (Cervino), Ruta Schmid, 1 hora y 56 minutos (13 de enero de 2009)

Ueli Steck rompió dos veces el récord de la ascensión más rápida del Eiger, incluido el suyo propio. La primera vez, superó en 45 minutos el récord de 4 horas y 30 minutos establecido hasta entonces por Christoph Heinz, en 2003.

«Yo sabía que ese tiempo no era bueno», comenta Steck su escalada de 2007. «Por tanto, volví y lo hice de nuevo».

En febrero de 2008, volvió al Eiger para una ascensión invernal en solitario. Esta vez superó su propio récord en 58 minutos. Consiguió subir la cara norte en el vertiginoso tiempo de 2 horas, 47 minutos y 33 segundos.

La cara norte del Eiger, junto con la del Matterhorn (Cervino) y las Grandes Jorasses, fueron vistas durante largo tiempo como grandes desafíos para los escaladores.

Ocho personas murieron tratando de escalar la cara norte del Eiger (Nordwand en alemán, aunque a veces se la conoce como Mordwand, o Pared de la Muerte) antes de que un equipo alemán liderado por Andreas Heckmair, quien entonces tenía 32 años, conquistase la ruta en 1938.

Los residentes del valle vecino llegaron a imponer una moratoria a los alpinistas que intentaban coronar la cima. La razón eran los cuerpos muertos que quedaban abandonados y colgando mórbidamente de la pared de la montaña.

La ‘Nordwand’ es escarpada y expuesta, pero se mantiene particularmente peligrosa por causa de varios riesgos objetivos. Las rocas llueven sobre los escaladores y la pared de 1.800 metros de altura parece actuar como un imán que atrae las tormentas, incluso cuando en las regiones vecinas reina un clima benigno.

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