Trabajar en condiciones de servidumbre feudal
La explotación laboral de inmigrantes ilegales no es sino una nueva forma de esclavitud que aflora en las sociedades modernas.
Muchas mujeres trabajan como empleadas domésticas en Suiza en condiciones inhumanas y a veces esclavizantes.
En la sociedad del siglo XXI aflora una nueva forma de esclavitud: la explotación laboral de inmigrantes que se encuentran en los países de acogida en situación clandestina. Ante la permanente amenaza de la repatriación, muchos no tienen otra salida que trabajar ilegalmente, bajo cualquier condición y por cualquier sueldo.
Sólo en el cantón de Ginebra hay unas 6.000 personas que responden a este perfil, señala un reciente estudio del Sindicato Interprofesional de Trabajadores (SIT). En su mayoría son mujeres empleadas en el servicio doméstico cuyo número se ha incrementado en los últimos años, opina el abogado ginebrino Jean-Pierre Garbade.
«Es gente que tiene una amiga, cuñada o prima aquí» – muchas veces también en situación irregular – una «red social» que las motiva a emigrar, porque saben que «cuando llegan no están completamente perdidas».
La mayoría de estas jóvenes inmigrantes salen por primera vez de su país. «No saben que en Europa la vida es mucho más cara. Y cuando llegan se dan cuenta de que con 300 dólares no se puede vivir aquí», explica este abogado que defiende a los trabajadores clandestinos y los esclavos domésticos.
Gran demanda en la Ginebra internacional
Ginebra, sede europea de la ONU y de numerosos organismos intergubernamentales, es una de las ciudades más internacionales del mundo. En la ciudad de Calvino trabajan nada más y nada menos que 30.000 funcionarios internacionales y diplomáticos.
«Son los únicos que pueden contratar legalmente a empleados domésticos del Tercer Mundo y obtener un permiso», ya que existe un acuerdo correspondiente, precisa Jean-Pierre Garbade.
Muchas veces sus asistentas o niñeras deciden quedarse cuando el funcionario o diplomático se traslada a otro país y buscan otro trabajo, generalmente en situación de economía sumergida y clandestinidad.
Estas inmigrantes indocumentadas o cuya estancia en Suiza depende del visado que les han conseguido los diplomáticos que las contratan son presa fácil para la explotación, el abuso y la discriminación.
Desde su fundación en 1990, el Sindicato Sin Fronteras (SSF) ha denunciado un centenar de casos. Su presidente, el chileno Luis Cid, cita ejemplos de jóvenes que trabajan absolutamente esclavizadas y viven en condiciones de servidumbre feudal.
Estas mujeres – algunas menores de edad – hacen jornadas laborales de 14 horas, no tienen días de descanso o vacaciones y cobran una ínfima parte del salario mínimo en Suiza. A veces se les confisca el pasaporte, se les prohíbe salir solas a la calle y hasta se las maltrata física o psicológicamente.
Testimonios espeluznantes
«Tenía mucho frío. Iban al restaurante y yo tenía que esperar fuera con el perro (…) Cuando la señora volvía del trabajo, me decía: trae agua para lavarme los pies. Y tenía que lavarle los pies». Es el testimonio de una joven peruana, de 17 años, que recoge un reciente estudio de Terre des hommes.
Su jornada laboral comenzaba a las cinco de la mañana y no concluía antes de las nueve de la noche. No disponía de un cuarto ni podía contactar a sus padres. Su sueldo mensual era inicialmente de 50 francos y posteriormente no recibía renumeración alguna.
Sin contar el acoso sexual por parte de un miembro de la familia y los abusos psicológicos continuos que padeció… son sólo algunas de un sinfín de atrocidades. Esta joven logró salir de ese infierno y durante seis meses estuvo internada en una clínica psiquiátrica.
En la lista de casos que ha defendido el bufete de Jean-Pierre Garbade salta a la vista que muchos de estos abusos se registran en hogares de familias extranjeras o de parejas binacionales (suizo casado con extranjera), «que prefieren traerse a una empleada doméstica del país de origen de la mujer».
«La ventaja de tener domésticas del mismo país es que se pueden explotar mucho más. No saben el idioma, están con una familia de la misma nacionalidad y terminan siendo objeto de chantaje», puntualiza el abogado ginebrino.
«Le dicen, por ejemplo, somos del mismo país, tenemos que defender nuestra cultura frente a la suiza (…) No la dejan salir, porque tienen miedo de que si hay un control de policía la expulsen», puntualiza.
La ilusión de conseguir un permiso
Muchas de estas chicas han cursado estudios de bachillerato o una formación profesional, «pero saben que vienen aquí para trabajar como empleadas domésticas».
Abandonan sus países de origen – Bolivia, Brasil, Ecuador, Perú, Nigeria, Ghana, Filipinas, … – en busca de una vida mejor y tienen la ilusión de poder regularizar su situación.
«Hace diez años era más fácil conseguir un permiso. Ahora es imposible», sentencia Jean-Pierre Garbade. «Europa y América ya no conceden permisos a gente del Tercer Mundo.» En su país natal, aunque ganan poco, tienen a su familia, sus amigos, su cultura, mientras que en Suiza están completamente solas y aisladas.
Muchas han pagado sumas astronómicas para conseguir un visado, y si salen de Suiza no van a poder volver. «Yo conozco a domésticas que son madres, por ejemplo una filipina, que desde hace siete años no ha visto a sus hijos».
La única manera de luchar contra los abusos o por lo menos limitarlos es regularizar la situación de las empleadas que ya trabajan aquí, sostiene Jean-Pierre Garbade.
Desenmascarar la hipocresía
Y como hay un mercado para esta mano de obra –también como consecuencia de la progresiva incorporación de la mujer al mundo del trabajo – se necesita establecer un marco legal que satisfaga esa demanda.
“Ahora tenemos una ley que no permite a la gente que acepta hacer este trabajo venir aquí y trabajar legalmente. Bueno, pues vienen ilegalmente, porque existe una oferta y también una demanda”.
Según el abogado ginebrino, se puede limitar la concesión de permisos a un sector concreto como es el empleo doméstico.
“Yo pienso que la nueva ley ofrece esta posibilidad, porque permite dar permisos cuando hay una demanda particular de un sector particular de la economía”. Y el doméstico es uno de ellos.
“Es la tontería más grande que existe no dar permisos a esta gente que, de todas maneras, está aquí y trabaja aquí. Es una necesidad que existe en nuestra sociedad y dejar la situación como está es una hipocresía tremenda”.
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swissinfo, Belén Couceiro
Los sindicatos estiman que entre 60.000 y 100.000 personas realizan tareas de limpieza en negro.
Sólo en el cantón de Ginebra hay 6.000 trabajadores clandestinos, en su mayoría empleadas domésticas.
Las empleadas domésticas indocumentadas son presa fácil para la explotación, el abuso y la discriminación.
Algunas trabajan absolutamente esclavizadas y viven en condiciones de servidumbre feudal.
Para luchar contra esos abusos hay que regularizar la situación de esas personas, sostiene el abogado Jean-Pierre Garbade.
Y es que es una realidad que en Suiza hay una gran demanda de esa mano de obra, precisa.
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