Un calvario que busca Redención
El Vía Crucis de Louisette Buchard-Molteni, el de miles de niños suizos hasta los años 60: abandono, despojos, golpes, humillaciones...
Tras el infierno de sus años mozos, la pintora se convirtió en el Apóstol de esa infancia ultrajada y consagró su vida a la denuncia y al reclamo.
«Si lucha contra los poderes abusivos, si devuelve los golpes recibidos, lucha también por los otros niños que sufrieron la misma suerte; su rebelión es militante, contiene una pulsión de vida. Es lo que va a contribuir a una búsqueda artística, literaria, pero también, y sobre todo, a un trabajo público y político de denuncia y de exigencia de reparación».
El testimonio es del profesor Pierre Avvanzino, pedagogo especializado en la violencia en las aulas y en las condiciones de vida de los niños internados en instituciones. También compañero de armas de Louisette y, con ella, de tantos y tantos otros desafortunados representantes de esa infancia ultrajada.
«Me reuní con Louisette en persona -finalmente, diría yo- en 1997. Tras una llamada telefónica nos encontramos, con nuestros respectivos escritos, y advertí que tenía frente a mí a una de esas personas que había adivinado, percibido, muchas veces, durante mis investigaciones archivísticas», recordó Avvanzino durante la ceremonia funeraria de la pintora en marzo del 2004.
Poco antes de su muerte, cuando contaba ya con 70 años, Louisette se declaró en huelga de hambre, un nuevo eslabón a su cadena de protestas para exigir una investigación sobre los hechos, el reconocimiento público de ese dolor impuesto con tanta porfía e impunidad a una población tan inerme. (En más sobre el tema: Deuda suiza con una infancia espoleada).
De una «indignidad» a otra
De acuerdo con una emisión de la televisión suiza de expresión francesa difundida a principios de año, unos cien mil menores habrían sido internados en instituciones públicas y/o entregados a familias denominadas ‘de acogida’ hasta los años 60. (En más sobre el tema: Una mirada crítica al pasado).
Huérfanos, abandonados por sus padres o arrancados por las autoridades de un seno familiar considerado impropio (como sucedió con los hijos de las comunidades Jenisch. En más sobre el tema: Presencia gitana en la Expo 02) la generalidad de esos pequeños padeció un tratamiento aberrante.
«El Estado se propuso, o más bien, impuso, para paliar la falta de esos padres considerados ‘indignos’. Sin embargo, en su lugar ofreció un cuadro educativo indigno de ese nombre y participó con ello en la marginalización de esos menores», acusa el profesor Avvanzino.
’La Vuelta a Suiza en Jaula’
En las páginas de ‘La Vuelta a Suiza en Jaula’, un recuento de su vida, Louisette Buchard-Molteni narra las penurias de su infancia y juventud desde los cinco años, cuando su madre la condujo al orfanato. En sus palabras, desde que fue «catapultada al infierno».
«… realicé el aprendizaje de las frustraciones y los castigos, del miedo de lo que podría todavía agravar lo peor, y de la impotencia. Conocí el sufrimiento moral y físico. Quedé marcada para siempre».
A lo largo de su obra, Louisette desgrana los recuerdos de sus tristes pasajes por las instituciones públicas, incluida la prisión, es decir, una cárcel más, destinada ésta para adultos. Escribe sobre la frugalidad de los alimentos, la exigüidad de sus vestidos, pero sobre todo, de la protervia en el trato.
«Vimos a una hermana que perseguía a un niño aterrorizado que corría en nuestra dirección volteando hacia atrás de miedo de que lo atraparan. El drama se produce ante nosotras: tropieza y cae en medio de nuestros bidones (de sosa) que había derramado. La hermana ni siquiera le retira la ropa embebida del líquido fatal. Su sufrimiento debía ser insoportable».
Luego de tres días de agonía, el niño perece sin recibir atención médica. Otro caso: Margarita, una amiga de Louisette, muere en sus brazos como consecuencia de la ingesta de veneno para ratas. «Ella me había hablado con frecuencia de su deseo de tomarlo para escapar de una vez por todas del mal trato del que éramos víctimas (…) Le envidié haber dejado este mundo».
¿Aires del tiempo?
Pierre Avvanzino señala a swissinfo que en sus lecturas de los archivos de las instituciones ha encontrado apuntes que permiten determinar la muerte de unos 7 u 8 niños como consecuencia de la severidad de los castigos, pero ni todos los excesos eran inscritos en los expedientes, ni se tiene acceso a todos los archivos, amén de que muchos de ellos fueron destruidos.
Nuestro interlocutor cita el caso de un muchacho que robó 12 manzanas a cambio de lo cual recibió 80 golpes de palmeta que le habrían costado la vida, o de aquel otro que como represalia por haberse orinado en la cama (los casos de enuresis habrían sido recurrentes) fue obligado a bañarse en una fuente (piénsese en las gélidas temperaturas helvéticas invernales). El chico sucumbió, días más tarde, víctima de neumonía.
Al intento de explicación que arguye que una tal crueldad era propia de la época, el especialista replica: «Lo único que flotaba en el aire de ese tiempo es el desinterés hacia esos niños».
Recuerda que desde principios del siglo pasado existía un marco pedagógico de concepción humanista derivado de las enseñanzas de Juan Enrique Pestalozzi (1746-1827) y Phillip Emanuel von Fellenberg (1771-1844).
«Pero esos niños, destinados a ayudas de granja, y esas niñas, destinadas a convertirse en sirvientas, simplemente no tenían derecho a esas pedagogías (…) No le importaban a nadie».
En otro ejemplo, indica Avvanzino que conoció al hijo de un director de institución que había permitido que se realizaran experimentos (sobre una supuesta influencia del consumo de caotina en la inteligencia) con los internos.
«Cuando le pregunté que cómo era posible una autorización semejante, me respondió que podía hacerse puesto que esos niños eran de nadie».
Esas pruebas no fueron graves; sin embargo, asienta el pedagogo que hubo casos de experimentos con productos farmacéuticos.
«Esos niños no tenían protección alguna, no había control, se podía hacer cualquier cosa con ellos».
Todo, menos amarlos
En su afán de justicia y de denuncia, Louisette Buchard-Molteni no conoció capitulación: Ascendió una grúa de 60 metros, en pleno corazón de Lausana, desde lo alto de la cual desplegó una manta exigiendo justicia, se declaró en huelga de hambre, habló a los jóvenes, a los políticos… No una vez, muchas.
Y pintó, pintó… y en sus pinturas reflejó a esos niños privados de la palabra. Esos niños que aparecen siempre sin boca pero con muchas lágrimas. Esos niños rodeados de fantasmas, acompañados de monjas con cuernos, de serpientes, de la balanza inútil de la justicia…
Según su propio testimonio, Louisette conoció dos momentos de felicidad en su vida: el nacimiento de sus hijo Serge y, más tarde, de su hija Francine.
Encarnizamiento de la suerte: Francine sucumbe a un aneurisma cerebral a los 30 años (1987). El alma lacerada de Louisette recibe el mayor embate.
En la última hoja de ‘La Vuelta a Suiza en Jaula’, escribe su autora:
«Te fuiste al Cielo tú que dijiste que nunca me dejarías sola. Sé que sufriste por el dolor que me causaban en mis luchas, por lo que decían de mí… o que mis dibujos, con las serpientes que representaba, te asustaban (…) Espero que cuando deje este mundo loco tú serás la primera en venir a recibirme (…) Contigo lo perdí todo. Me gustaría que este homenaje te sea dedicado».
swissinfo, Marcela Águila Rubín
Louisette Buchard-Molteni nace el 18 de junio de 1933 y muere el 7 de marzo del 2004.
Consagra su vida adulta a la denuncia de los malos tratos recibidos por los niños internados en instituciones, y a la exigencia de justicia.
A la edad de cinco años es internada por su madre en el orfanato denominado La Providencia, en Friburgo.
De los ocho a los 15 años permanece en el orfanato de Ricovero Von Mentlen, en Bellinzona.
Su madre la visita una sola vez, para anunciarle deceso de su padre.
De Bellinzona es trasladada a una casa de corrección en Faido, también en el cantón del Tesino y posteriormente a una institución similar en Villars-les Joncs, Friburgo.
Luego fue enviada a Bruñen (Berna) con una ‘familia de acogida’.
Más tarde fue encarcelada en la prisión de Lugano (tras un supuesto intento de suicidio) y posteriormente en el Hospital Psiquiátrico de Mendrisio.
Pasó luego a otra casa de corrección, esta vez en San Gall y de ahí a la prisión de Bellechasse (Friburgo).
El 19 de agosto de 1954 nace su hijo Serge
El 7 de abril de 1956 contrae matrimonio con Gaston Buchard.
Un año después nace su hija Francine.
En enero de 1987 muere su hija Francine.
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