Jenny, de 89 años, y su acompañante Pin, de 49. En el centro trabajan más de cincuenta empleados, principalmente mujeres. Algunas han estudiado enfermería, otras, enfermería asistencial.
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Pequeño altar budista, calendario con la efigie del rey de Tailandia y silla de ruedas con la bandera suiza. Aquí reina una mezcla de culturas.
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Margrit, de 69 años, en su cuarto. Dos o tres huéspedes comparten una casa, cada uno dispone de una habitación individual.
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Geri, de 65 años, y Nong tras jugar con la pelota. Pese a la barrera lingüística, su intercambio es sincero. Geri necesita moverse y expresarse constantemente, pero su lenguaje es incomprensible. A diferencia de Suiza, aquí no se administran sedantes a los pacientes.
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Philippina, de 73 años, llegó al centro hace seis años. Le gusta pasar las tardes acostada en el sofá.
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Suzie, pintora de 65 años, ha ilustrado numerosos calendarios que se vendieron en toda Suiza. Hoy, la enfermedad le impide pintar. Recluida en sí misma, prácticamente no articula palabra.
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Irene, de 78 años, se encuentra en Faham por algunos meses. Una manera de conceder un respiro a su esposo, Siegfried. Juntos regresarán a Potsdam (Alemania), donde Siegfried seguirá cuidándola sin ayuda externa.
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Beda lleva tres años aquí. El exingeniero, de 58 años, vive recluido en una especie de mutismo. Sentado en su butaca, impasible, su mirada se pierde en el horizonte.
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Fon, de 34 años, trabaja aquí desde hace un año. Se ocupa de Beda, junto con otras dos cuidadoras. Trabajan en turnos de ocho horas. Las enfermeras y asistentes de enfermería ganan en promedio 9.000 baht al mes (cerca de 250 francos suizos).
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El silencio invade la habitación. Reina una calma absoluta.
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El Alzheimer daña lo esencial del individuo. La enfermedad se alimenta de cualquier cosa, engulle los recuerdos de toda una vida.
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Ruth, de 74 años, descansa en el salón de su nueva casa. Llegó a Chiang Mai hace seis meses. Le gustan el clima, las flores y los paseos por el parque.
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Dos veces a la semana, Nut, de 42 años, ofrece un masaje a los huéspedes de Baan Kamlangchay. Bernard, ginebrino de 80 años, es el único paciente de la Suiza de habla francesa.
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Primeros rayos del sol matutino.
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Un pequeño respiro. Aquí, cada enfermo cuenta con tres cuidadoras, las 24 horas del día.
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Lulu, de 89 años, llegó hace nueve años. Su estado de salud la obliga a guardar cama casi continuamente. Su cuidadora vela por su bienestar.
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Faham, una localidad en el norte de Tailandia, a pocos kilómetros de Chiang Mai. Aquí el suizo Martin Woodtli fundó hace más de diez años Baan Kamlangchay, un centro para personas que padecen Alzheimer u otras formas de demencia senil.
Todo comenzó con una vivencia personal: su padre, afligido por la enfermedad de su esposa (Alzheimer), se quita la vida. Martin se ve solo para cuidar de su madre. Las residencias de la tercera edad en Suiza no le convencen por razones estructurales y financieras. Tras meditarlo mucho, decide llevar a su madre a Tailandia. La antigua asistente social conoce bien el país asiático de cuando trabajaba con Médicos sin Fronteras. Martin Woodtli desarrolla una estructura apta para su madre enferma. Hoy, Baan Kamlangchay acoge a una docena de pacientes europeos. “Wer bin ich?”… “Immer dieselbe Frage”… “¿Quién soy?”… “Siempre la misma pregunta”… Siegfried ya no espera que su esposa escuche la respuesta. Desde hace varios años, este alemán de 78 años mantiene una conversación hipotética con su esposa. Irene padece una enfermedad poco conocida, misteriosa y dura, sobre todo para los familiares. Más de cincuenta años de vida en común se esfuman, desaparecen por completo. Irene permanecerá en Faham unos cuantos días más. Siegfried no se siente aún preparado para dejarla en Tailandia. El matrimonio regresará a Potsdam, donde este biólogo jubilado seguirá ocupándose de su esposa, sin ayuda externa Algunas personas llevan muchos años en Baan Kamlangchay. Otras acaban de llegar. O por lo menos, es lo que piensan. Geri parece atormentado, angustiado, murmura constantemente en un lenguaje incomprensible. Beda, en cambio, vive recluido en su mutismo: sentado en una butaca, su mirada se pierde en el horizonte. De vez en cuando, canturrea una nana. Beda tiene apenas 58 años. Y luego están Ruth, Margrit, Suzie, Bernard… La enfermedad evoluciona de forma diferente en cada uno de ellos. ¿Están recluidos en su cuerpo? ¿Son conscientes de su estado? ¿Saben dónde están? ¿Y si nos toca vivir la misma experiencia? Esta incertidumbre genera miedo, porque la enfermedad afecta la esencia del individuo, su espíritu, su raciocinio, su identidad. La enfermedad se alimenta de cualquier cosa, engulle los recuerdos de una vida. Todo se vuelve diáfano: el olvido de uno mismo y la disolución paulatina de la propia existencia. (Fotos y textos: Stéphanie Borcard, Nicolas Métraux, bm-photo.ch)
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Vivir con demencia bajo el sol de Tailandia
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Siegfried Seidel tiene un problema. El mismo que muchos occidentales en Tailandia. Es muy alto y es inevitable que se dé con la cabeza en el dintel de las puertas. Durante tres meses, este jubilado alemán alquila una vivienda en Faham, una localidad de Chiang Mai, al norte del país. Es un barrio de clase…
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“Mi madre tiene 92 años y padece pérdidas de memoria a corto plazo. Por ejemplo, no recuerda qué ha comido. Residíamos en el mismo pueblo del cantón de Zúrich. Ella vivía sola y cada día venía a mi casa. Siempre se negó a recibir ayuda a domicilio. Decía que no la necesitaba. Cada vez que…
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