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La última entrevista con el diseñador suizo Erich Biehle

Erich Biehle
Erich Biehle echa un vistazo a sus bocetos en su estudio. Erich Biehle/ZHdK

Biehle falleció en junio de 2024, tras una grave enfermedad. El diseñador de moda suizo había compartido recientemente con SWI swissinfo.ch muchos recuerdos de su vida, como sus encuentros con Hubert de Givenchy, Yves Saint-Laurent y Audrey Hepburn.

Conocí a Erich Biehle en el barrio de Niederdorf, en Zúrich, en una exposición dedicada a sus fulares. Durante la primavera de este mismo año, me reuní con él en numerosas ocasiones en distintos lugares, como su casa, su taller y el famoso restaurante Kronenhalle. En las paredes de su taller había fotos de época, como una de Audrey Hepburn con un vestido de Givenchy y otra de Anna Wintour vestida de Michael Kors. Los tejidos de esas creaciones eran, obviamente, de su autoría. El 18 de junio de 2024, Erich Biehle falleció.

En nuestros encuentros, pequeños fragmentos de una larga entrevista, me habló de sus recuerdos sobre Yves Saint-Laurent, Hubert de Givenchy y Audrey Hepburn. Y no solo eso, también me contó por qué había decidido dejar Nueva York.

SWI swissinfo.ch: ¿Dónde empezó su carrera como diseñador textil?

Erich Biehle: Justo después de la escuela, fui aprendiz en Ludwig Abraham & Co, una de las más famosas empresas proveedoras de seda para la alta costura. Eso me abrió desde muy joven las puertas del mundo de la moda en París.

Erich Biehle
Erich Biehle, fotografiado cerca de su antigua casa en Georgia, EE.UU. BAK/Linus Bill

Gustav Zumsteg, que dirigía la sucursal de la empresa en París y se convirtió en su único propietario en 1968, era también el dueño del restaurante Kronenhalle de Zúrich. Por eso, el estudio donde trabajaba estaba encima del restaurante.

Todo artista siente una profunda conexión con su estilo personal. Y a mí siempre me ha fascinado el hecho de que el diseño me permita crear algo diferente cada día.

¿Qué importancia tuvo París en su carrera?

París era el mundo del arte, era el mundo de la moda… ¡era el mundo! De los años 60 a los 80, la vida cotidiana en esa ciudad era increíble. Hubo un periodo de mi vida en el que cada semana viajaba de Suiza a París. Me sentaba en un café de la plaza Saint-Germain-des-Prés. Me tomaba una copa y me quedaba mirando a la gente.

Había músicos callejeros y mimos que seguían a la gente que pasaba, imitando sus movimientos. Me dejé inspirar e influir por aquella ciudad, y al mismo tiempo yo influía en ella.

Una muestra de tela es visualmente más poderosa que un vestido rojo. Y se graba aún más en la memoria. Cuando los pañuelos Yves Saint-Laurent salieron al mercado, mis diseños se difundieron por todos los rincones del planeta.

Erich Biehle
Una selección de pañuelos de seda de varias casas de moda. BAK/Linus Bill

Empezó a colaborar con Yves Saint-Laurent muy pronto hasta el final de la carrera del famoso diseñador. ¿Cuál cree que fue su influencia en sus colecciones?

Fui yo quien introdujo las formas geométricas en el diseño de tejidos. En París, en los años 50, predominaban los motivos pequeños y las florecillas.

Cristóbal Balenciaga, por ejemplo, pensaba entonces en introducir un diseño con una flor de lirio de los valles o un punto. Una vez pasé a saludarle a su taller y me pidió que le hiciera un par de pañuelos. Quería exponerlos en sus vitrinas, que en realidad estaban bastante descuidadas, para dar un toque fresco a su atelier. Le hice una composición con grandes figuras geométricas que le gustó mucho.

En cambio, los fulares que creé para Yves Saint-Laurent tenían una geometría completamente distinta y se inspiraban en las obras de Johannes Itten. De este artista aprendí a entender el efecto de la forma y el color, y cómo influyen en el estado de ánimo. Pero solo más tarde me di cuenta de hasta qué punto me había influido Itten y su estilo Bauhaus.

Tras dos años en la empresa Abraham, en Zúrich, viajó a Norteamérica. ¿Por qué decidió emprender ese viaje?

Crecí junto al lago de Lucerna. La casa de mis padres estaba rodeada de naturaleza. Tenga en cuenta que durante un tiempo viví, incluso, en una tienda de campaña que había construido con plantas de judías. Vivía como un indio, ¡tenía en mente el mito de América! Cuando renuncié a Abraham, me embarqué a Nueva York. Allí trabajé un tiempo como profesor de esquí en Canadá, desde donde empecé a cultivar mis contactos. Por ejemplo, con una gran imprenta, que enviaba regularmente a uno de sus empleados de Abraham a Zúrich para comprar telas. Luego, en Nueva York, esos patrones se imprimían en papelería y entre ellos había algunos de mis diseños. Así que empecé a trabajar para esa empresa, mi taller estaba en Broadway. Y fue allí donde un diseñador me mostró una interesante técnica de cera sobre papel japonés. Un todavía poco conocido Andy Warhol vino a verme. Siempre necesitaba dinero, y vino a intentar vendernos algunos de sus bocetos. En aquella época estaba experimentando con textiles y me pidió ayuda. Iba a menudo a visitarle a su estudio, que se llamaba ‘The Factory’ y estaba a pocos pasos de mi oficina. En general, mi experiencia en aquella época fue que la gente en Estados Unidos era más abierta y menos complicada de lo que había conocido en Europa.

Y, sin embargo, decidió volver al Viejo Continente.  

Fue a causa de la guerra de Vietnam. Cogí un avión y volví a casa. Con conocimientos sobre esa nueva técnica de la cera en la maleta, y bocetos con colores luminosos, que aún no existían en Europa.  

Un día estaba en París con mi antiguo jefe de Abraham, Gustav Zumsteg, y nos fuimos a visitar a Yves Saint-Laurent. Y él, Zumsteg, intentó quitarme los cuadernos de bocetos de las manos. Lo intentó varias veces, y al final, delante de la puerta de la casa de modas, me dijo: “Espérame aquí”. Hasta ese momento, nunca me había presentado a Yves Saint-Laurent, ni a ninguna otra persona de calibre. Pero algo había cambiado: había adquirido más confianza en América, así que… entré. Saint-Laurent se volvió loco cuando vio mis dibujos. E inmediatamente los eligió para su nueva colección, ‘Los Africanos’, una colección que le hizo famoso. También porque era la primera vez que modelos negros desfilaban en las pasarelas parisinas.

Hasta mediados de los años sesenta, los pañuelos solo los fabricaba Hermès. Sin embargo, todo cambió con la llegada al mercado de los de Yves Saint-Laurent: fue un éxito rotundo, ¡se vendían en todos los aviones y en todas las tiendas libres de impuestos!

Erich Biehle nació en 1941 en Lucerna y falleció en Zúrich el 18 de junio de 2024. Completó sus estudios en la Escuela Profesional Textil de Zúrich, donde también asistió al curso impartido por Johannes Itten.

Biehle creó innumerables diseños para Balenciaga, Dior, Yves Saint-Laurent, Chanel, Givenchy y otras casas de moda, tanto como autónomo como durante sus años como empleado de la firma Ludwig Abraham & Co. Desde 1976 trabajó en diversos puestos en Givenchy y desde 1991 para Bally.

En 1996 se hizo cargo de la firma Abraham, que dirigió hasta su quiebra en 2002. En 2014, Erich Biehle fue galardonado por la Oficina Federal de Cultura con el Gran Premio Suizo de Diseño.

Los ataques de ira de Yves Saint-Laurent son m´íticos. ¿Fue testigo de ellos? 

No personalmente, pero me lo contaron personas que trabajaron para él y su compañero de vida Pierre Bergé. Yves vivía en un mundo de ensueño. Tendía a no estar disponible para esconderse en un fumadero de opio, donde Pierre iba constantemente a buscarle. Bergé era el cofundador de la empresa y llevaba las riendas del negocio, pero nunca se le otorgó un papel tan crucial. Sin embargo, no tengo ninguna duda: si no hubiera existido Pierre, la marca Yves Saint-Laurent tal como la conocemos no habría existido. 

Se llevaba muy bien con Hubert de Givenchy.

Nos hicimos amigos desde el momento en que nos conocimos. Era una figura poderosa, gracias a la cual pude conocer a tantos diseñadores y artistas. En verano, le visitaba en su residencia de Cap-Ferrat, le llevaba mis diseños y trabajábamos juntos. Y venía regularmente a visitarme a mí y a mi familia en Argovia. Apreciaba mucho a mis hijos, que pasaban mucho tiempo en su taller, donde, por lo general, nadie podía poner un pie. Una vez, en su taller, me presentó a Audrey Hepburn. Tenía unos modales ejemplares, era una mujer extraordinariamente elegante. Una vez me la encontré en un tren, en el trayecto entre Zúrich y Lucerna. Me miró y me dijo: “Pero si nos conocemos”. Fue la primera vez que me vi reconocido en la calle por una estrella.

¿Hepburn iba al Hotel Bürgenstock?  

Así es. La vi allí un par de veces, junto a la piscina. Mi novia de entonces era la hija del dueño del hotel.  

¿Cómo describiría la relación entre Hubert de Givenchy y Audrey Hepburn?  

Un amor platónico.

¿Y su amistad con de Givenchy? 

Una gran confianza mutua.

En su larga carrera también tuvo que afrontar momentos difíciles. 

Erich Buehle
Erich Buehle BAK/Linus Bill

En 1996 me hice cargo de la empresa Abraham. Sin saber que estaba al borde de la quiebra. Para ello, renuncié a un trabajo muy lucrativo en Bally’s y en prácticamente el espacio corto de unos años, allá por el 2002, me encontré perdiéndolo todo. Mis ahorros, las aportaciones al fondo de pensiones, una casa de vacaciones en la montaña y, finalmente, hasta mi mujer, que no sobrevivió a aquel desastre.

Lo único que me quedaba era mi ingenio y mi talento. Recordándolo hoy, soy muy crítico con la forma en que Gustav Zumsteg hacía negocios. Había métodos engañosos y falta de transparencia.

Es muy difícil vivir como artista creativo. En su opinión, ¿cuál ha sido la razón de su éxito?   

Mucho de lo que me ha ocurrido en la vida se debe a la casualidad. Como aprender en Nueva York la técnica con cera, que sigo utilizando hoy en día. La cera se seca rápidamente y, por tanto, te obliga a tener cierta espontaneidad gestual. Lo que, en cambio, no se debe en absoluto al azar, es mi propensión a jugármela y arriesgarme.

Siempre he trabajado mucho. No obstante, cuando algo te fascina y te conquista, se tiene mucha energía y trabajar deja de ser una carga. Cuando me fui a París, por ejemplo, no me importaba cuánto dinero podía ganar. Para mí lo importante era con quién trabajaba y con qué resultados. Quería que se reconociera mi valor.  

Texto original editado por Benjamin von Wyl; adaptado del alemán por Carla Wolff

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